Capítulo 3:

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Me desperté por la mañana, el ruido de un gallo dando los buenos días a todo el pueblo me había despertado.

Me levanté de la cama, me vestí y me fui a trabajar. "Hoy tengo más trabajo que nunca" -  pensé para mis adentros. A partir de hoy tendría más responsabilidades. 

Fui a casa de don Alfonso a servirle y a preguntarle si necesitaba algo allí me encontré con su hijo:

- Buenos días señorita Reverte, me gustaría pedirle un café si  no le importa. - dijo sin separar la vista de los papeles que estaba mirando.

- Claro señor, no se preocupe, ahora mismo se lo traigo. - le dije.

Fui a la cocina, le preparé el café y se lo fui a servir.

- Aquí tiene señor. - le dije.

- Gracias - dijo sin apartar la mirada de los papeles - estaba un poco cabreado y confundido a la vez, por lo que decidí prestarle mi ayuda.

- ¿Necesita ayuda señor? Entiendo mucho de cuentas, puesto que tras la muerte de mi padre, he sudo yo quien de alguna manera las ha intentado llevar. No porque no supiera realizar el trabajo - le expliqué demasiado deprisa.

- Muchas gracias por el ofrecimiento señorita. Ya sé que no ha sido por su culpa que su familia perdiera las bodegas. No se preocupe. pero si. me gustaría que me ayudara - dijo esbozando una sonrisa.

Nunca lo había visto sonreír, cada vez que lo veía parecía como si fuese el perrito faldero de su padre. Aunque también es verdad, que cuando yo le había visto, él aún era muy joven.

Ese día descuidé un poco mi trabajo habitual oír ayudar a don Alfonso, pero como él era el jefe mi deber era complacerle en todo lo que podía. Tenía que ayudar a mi familia a sobrevivir.

Quedó muy satisfecho con mi trabajo, por lo que me dejó marcharme a descansar. Dijo que por hoy ya había y trabajado bastante. Obedecí sin rechistar y me dirigí a mi casa. Debí de quedarme dormida porque no me enteré de que madre había vuelto de trabajar.

- ¡Vera! - me llamó a voces - ¿estás aquí? - preguntó.

- Si madre, estoy en mi cuarto. - respondí.

- ¿Qué estás haciendo aquí? Deberías de estar ayudándome - respondió fatigado.

- Don Alfonso me dejó finalizar mis tareas. Me pidió que me fuera a descansar. - le expliqué.

- Y ¿por qué no me has avisado? - preguntó un poco furiosa.

- Perdone madre por haberme olvidado de avisarla y por no haberme quedado a ayudarle. - contesté.

- No pasa nada hija. Si don Alfonso te dejó, no pasa nada. Por cierto, ¿por qué te ha dejado? ¿Te sientes mal? - preguntó madre preocupada.

- No madre, no me siento mal, solo estaba un poco cansada. Pero no me ha dejado marchar solo por eso - dije sin mostrar mi preocupación.

- Y eso, ¿por qué te ha dejado entonces? Cuéntamelo, cariño. - dijo de una manera muy dulce.

- Fui a servirle un café y estaba haciendo las cuentas correspondientes a dicho mes. Le ofrecí mi ayuda, porque como usted sabe, tras la muerte de padre he sido yo quien ha llevado las cuentas. Quedó tan satisfecho con mi trabajo, que me dejó marchar para descansar, nada más - le dije un poco cortada, por lo que sin darme cuenta me había sonrojado.

- ¡Ahh! Así que has tratado de entablar amistad con el nuevo jefe. O... ¿Hay algo más entre don Alfonso y tú? - preguntó madre.

- Madre, por favor... Pero ¡que dice! No se me pasaría por la cabeza, semejante cosa, por favor... Es mi jefe - le intentaba explicar sin sonrojarme.

- Vale, vale. NO he dicho nada. Olvídate cariño. - dijo madre un poco arrepentida por lo que acababa de decir.

Ninguna de las dos se dio cuenta pero en ese instante apareció Sol por la puerta. Al parecer, lo había escuchado todo.

- ¡Vera! Ya te vale, ¡No puedes acercarte tanto al jefe hermanita! - dijo con una ligera picardía que s ele notaba sinq ue ella se diera cuenta.

- "La que faltaba" . prensé para mis adentros.

- ¡Sol, ya no hace falta que digas nada! Ya se ha encargado madre de hacerlo. - le dije a mi hermana antes de que comenzara a hablar.

- Vera, pues es un buen partido.

Las seis palabras que mi hermana había pronunciado me hicieron temblar. En ningún momento se me podría haber ocurrido que entre don Alfonso y yo podría pasar algo.

Me despedí de mi hermana y de madre excusándome por mi cansancio. En realidad no estaba cansada pero no quería escuchar nada más de lo que me estaban diciendo.

Me acosté en mi cama y me dispuse a leer el diario de padre. Cada vez que lo leía, creía que estaba cerca de él y eso me reconfortaba....

A la mañana siguiente me levanté para realizar mis tareas, por lo que como todas las mañanas me fui a casa de don Alfonso. Tras ayudar a mi madre a hacer la comida y a recoger, me dirigí al comedor para limpiar un poco. Allí estaba don Alfonso que no tardó en notar mi presencia.

- Buenos días señorita Reverte. - me dijo esbozando una sonrisa - Me gustaría pedirle un favor si no le importa.

- Dígame. - le dije ansiosa por saber de que se trataba.

- Me gustaría dirigirme a usted como Vera y no como señorita Reverte. me gusta mucho su nombre..

- Pues claro señor. - le dije un poco sorprendida por sus palabras - como usted desee.

- Muchas gracias.

- No tiene por qué darlas señor  - le dije - Si me disculpa ya he finalizado mis tareas aquí.

- ¿Ya ha acabado? - quiso saber.

- Claro señor.

-¡Oh! - dijo sorprendido - Pues me gustaría invitarla al teatro esta tarde, ¿le apetece?

- Iría encantada señor, pero tendría que preguntarle a mi madre, igual necesita mi ayuda - le respondí.

- Pues cuando obtenga la respuesta de su madre venga a verme. - dijo mientras se retiraba a su cuarto.

Nunca antes nadie me había invitado al teatro. De hecho no había ido nunca, Era algo nuevo para mí, empecé a correr buscando a mi madre. Necesitaba encontrarla, tenía que comentarle el ofrecimiento de don Alfonso de llevarme al teatro para que me diera su aprobación. 

Tras explicarle a mi madre lo que don Alfonso me había propuesta accedió encantada a dejarme ir con él. Abandoné la residencia de don Alfonso y me fui a mi domicilio, necesitaba cambiarme de ropa, la ocasión lo merecía.

Buscando en el armario entre mi ropa recordé las palabras de mi madre << Don Alfonso sería un buen partido para tí, Vera >> Puede que madre tuviera razón. Una parte de mí sentía algo por él. Pero la otra parte pensaba que era lo normal puesto que no había conocido nunca a nadie de mi edad con quien entablar una amistad. Mi única amiga era mi hermana menor.

Tenía que recuperar lo que era nuestro y por supuesto vengar a mi padre. Aunque lo segundo era muy difícil porque aún no había conocido a nadie con los rasgos que mi padre había descrito.

Os dejo un nuevo capítulo, espero que lo disfrutéis. Vuelvo la próxima semana con el DESENLACE de "Pequeños secretos"

Un besooo, nos leeemos XX

Sed de Venganza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora