fünf.

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Observaba la guitarra eléctrica que estaba del otro lado de mi habitación. Por alguna razón, Tristán la dejó ahí cuando abandonó la banda.

Me encantaba cómo tocaba. Parecía que con la música lograba olvidarse de todo, hasta de mí. Me daba cuenta de eso cuando iba a sus prácticas: yo parecía ser inexistente para él.

Ni siquiera llegaba a tomármelo mal, supongo que una parte de mí lo entendía. Lo amaba tanto que podía tolerar eso y más si él era feliz.

Una lágrima cayó rodando por mi mejilla y la limpié rápidamente con la manga de mi blusa tejida. Me prometí que no iba a llorarle.

Después de que él me dijo que no estaba listo para expresarme la verdad, decidí salir del auto sin mirarlo ni esperar a que se despidiera de mí. Yo tampoco estaba preparada para perderlo poco a poco.

El teléfono fijo comenzó a sonar en su lugar, en la estancia, pero dejé que atendiera la contestadora. No estaba de ánimos para nada, mucho menos para charlar.

—Mmm, Lexie, ¿estás ahí? —Se escuchaba la voz dubitativa de Tristán—. Por favor, contesta. Necesito hablar contigo.

Me tomó una milésima de segundo levantarme y correr descalza hasta agarrar el teléfono y contestar a tiempo antes de que colgara.

—Estoy aquí.

— ¿Puedes salir?

— ¿Qué? —Por primera vez me fijé en las ventanas que daban hacia la calle: estaba lloviendo. Qué raro estando en Seattle—. Tristán, ¿estás afuera?

No necesité que me respondiera de inmediato. Dejé el teléfono en el primer lugar que hallé pertinente y abrí la puerta principal como una fiera.

Tris estaba en el porche, sentado, hecho un ovillo, a medio metro de la puerta. Estaba tiritando y su cabello goteaba.

—Tristán—murmuré, más para mí que para él, y me apuré para abrazarlo. Hundí mi nariz en su cuello y exhalé. No sabía lo preocupada que estaba hasta ese momento.

—Hola—hablaba arrastrando cada letra y supe que algo no iba bien. Lo olí una vez más y el olor terrible del tequila impregnó mis fosas nasales.

—Estuviste tomando.

—Sí—se rio con diversión y se llevó la mano hacia la nariz para limpiarse las gotas que caían de su frente—. Algo.

—Vamos adentro.

Con todas las fuerzas que encontré en mi cuerpo, logré ponerlo de pie. Cerré la puerta ayudándome con mi pierna y lo guié hacia el baño que se encontraba en mi habitación.

—Date un baño—lo empujé hacia adentro y una sonrisa pícara salió de sus labios.

—Báñate conmigo.

—Te prepararé un té con leche, ¿sí?

—Pero prométeme que te bañarás conmigo—estaba rogándome. Conocía ese tono de voz en él.

—Levanta los brazos—me obedeció a la primera y tiré de su camiseta para quitársela. El pantalón era algo ceñido así que tuve que forcejear con él—. Sí, vendré contigo en cuanto te prepare el té, ¿de acuerdo?

Con un gesto de suficiencia, él solo se deshizo de las prendas inferiores y se metió en la bañera. Abrí ambas llaves para que el agua se templara y lo dejé ahí mientras yo iba a la cocina.

Encendí la estufa y coloqué encima la tetera. Busqué en los aparadores las bolsas de té de camomila y saqué la leche del refrigerador.

Por alguna razón, sentí una presencia detrás de mí.

En los ojos de Tristán | LIBRO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora