elf.

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Pasaron dos semanas y media y jamás me aparecí por la casa de Tristán, así como él tampoco me llamó en ningún momento.
Creía que él necesitaba unos días a solas, pues en los últimos yo había estado con él todo el tiempo y no quería que se sintiera atosigado.

Aun así me dolía el no verlo. No sabía nada de él, porque ni siquiera tenía contacto con sus padres. Ni siquiera un maldito mensaje de Facebook, o uno de texto, de esos que solía mandarme a mitad de la noche cuando no podía dormir. Tenía la curiosidad por saber qué era lo que había hecho en esas noches que no había pasado con él.

Yo continuaba yendo a clases en las mañanas y salía aproximadamente a las trece horas casi todos los días.
Mi madre, a pesar de que solía estar ausente por las tardes, le interesaba saber cómo me sentía al respecto.

Un día de suerte, que no tuve las dos últimas materias, volví temprano a casa. En cuanto abrí la puerta, aventé la mochila a un lado y me tiré en el piso, juntando las rodillas contra mi pecho.
No lloré sino hasta que mamá apareció ahí, frente a mí, secándose las manos en el delantal porque, extrañamente, estaba cocinando.

Ni siquiera tuvo que mirarme. Yo ya estaba hecha un río de lágrimas.

—Nena... —murmuró ella y se sentó a lado de mí para abrazarme.

—Él está bien ahora y no ha llamado.

—¿Contesta tus llamadas? —Preguntó con las cejas muy levantadas.

—No lo he hecho tampoco.

—¿Entonces?

—Le pedí que él me buscara. Quise darle su espacio —articulé sin dejar de llorar, pero encontré la manera de controlar mi voz temblorosa. Ella asintió como si en realidad me comprendiera.

—Ve a visitarlo.

Me apuré a negar. Estaba completamente en contra de ir a visitarlo por temor a que me rechazara. Estaba tan traumatizada con sus malos tratos y me daba pavor volverlos a sufrir.
Tristán tenía un temperamento pesado para mi gusto, sobre todo habiendo salido del hospital gracias a una recaída.
Pero ahora estaba bien. Quizá él se sentiría mejor y no explotaría como siempre.

Aún así, después de pensarlo, volví a decir que no.

—Como veas, corazón.

Y así fue como esas dos semanas y media se convirtieron en cuatro. Fue el primer mes en mucho tiempo que no hablaba con él, ni lo veía, ni lo tocaba, besan o abrazaba. Una parte de mi corazón hacía falta, pero tenía que acostumbrarme a la idea de vivir sin ella.

Una mañana, decidí no ir a clases. Simple y sencillamente porque se me dio la gana quedarme todo el día en la cama viendo películas de comedia. Había acabado con una bolsa de palomitas de maíz, más una bolsa grande de Doritos y un par de paquetes de Sour Patch Kids.

Mi teléfono vibró sobre mis piernas. Sin quitar la vista del televisor, contesté.

—Soy Lexie —dije con la boca llena de frituras.

—Sé a quién estoy llamando —se rio. En ese momento toda mi atención dejó de estar en la película—. Hola...

—Tristán.

—Te extraño. ¿Por qué no has venido?

—¿Por qué no has venido tú?

—Estamos siendo egoístas.

Tuve que apagar el televisor. Dejé a un lado todas las porquerías que estaba comiendo y me acomodé mejor en la cama.

—Eso parece.

—No he ido a verte porque tampoco me has llamado. Creí que estabas molesta conmigo. No he sabido nada de ti —por su tono de voz, pude saber que estaba triste. Conocía perfectamente esa manera de hablar—. ¿Estamos bien?

—No lo sé... —me llevé la mano libre a la nuca y eché la cabeza hacia atrás. Esto era confuso—. Siento que soy una chica soltera desde hace unos días.

—Pues no lo eres. No somos solteros, Lex —amo mi nombre en sus labios. Siempre se ha escuchado perfecto cuando él me llama así. Sonreí para mis adentros y me sonrojé un poco, agradeciendo que no hubiese nadie más en mi habitación—. Te amo.

—¡Me amas!

Casi parecía irreal escucharlo decir que me amaba. Ya lo sentía muy lejano, como si esas sencillas dos palabras sólo fueran el eco de algo dicho hacía muchísimo tiempo.
No pude sentirlo real y con la misma intensidad de antes, a pesar de que sabía que yo lo amaba también.

—Creía que te habías molestado por haberte encontrado con Amelia el último día que te vi.

—No estoy molesta por haberme encontrado con tu ex novia, Tris. Supongo que ya la superaste, así que estoy bien con ello.

Tuve que levantarme de la cama para despabilar mi mente. Mis pies descalzos tocaron la loza fría hasta que llegué al alféizar de mi ventana.

Recordé que, cuando Tris y yo comenzamos a salir, él iba casi todas las noches a mi habitación (por supuesto a escondidas). Justamente le abría esa ventana y dejaba que se quedara conmigo. A veces nos besábamos, y a veces sólo nos quedábamos platicando toda la noche sobre banalidades.
Esos eran buenos tiempos.

—Ya la superé —reafirmó—. ¿Cuándo puedo verte?

—Definitivamente hoy no —me giré para echarle un vistazo al desastre que era mi habitación. No quise imaginarme cómo estaría el resto de la casa—. Decidí que era un buen día para hibernar.

—Entonces mañana.

No era pregunta.

—Hasta mañana, Tris.

[...]

Casi pareció un año luz. El día se había pasado jodidamente lento. Había dormido casi toda la tarde, así que en la noche no tenía sueño.
Ya ni siquiera era de noche. Cuando leí el reloj digital que estaba en mi buró, me di cuenta de que eran las dos de la mañana.

Salí de mi habitación para ir a la cocina y llené hasta el borde un vaso con agua.

Caminé hacia la sala mientras bebía y terminé sentándome en un sofá de la sala, el que quedaba a un lado de la ventana y daba la vista perfecta hacia la calle.
Podía ver la Aguja Espacial desde ahí.

Un destello interrumpió mi visión. Eran las luces de una motocicleta que se estaba acercando a mi casa cautelosamente.

Era Tris.

Corrí a mi habitación de vuelta y busqué una bata caliente para no congelarme al salir. Lo esperé en la puerta, ansiosa.
Detuvo la motocicleta y casi se cae al bajar, pues ni siquiera esperó a que el motor estuviera completamente apagado para correr hacia mí.

Me abrazó. Sentir su cuerpo cálido y fornido me hizo sentir que mi interior volvía a acomodarse. Hundí mis manos en su cabello y aspiré su aroma. Siempre olía tan bien.

—Me acosté con Amelia —dijo—. Lo lamento.

En los ojos de Tristán | LIBRO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora