dreizehn.

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Tristán.

Tristán podía hacerme la vida pedazos, al igual que el corazón, pero quizás era el único que podía arreglarlo; regresarlo a la normalidad. Él pudo haberme tratado de todas las malas maneras posibles en el mundo y yo aún así iba a continuar apoyándolo y estando con él. Pudo haberse acostado con su ex novia y yo tuve la oportunidad de perdonarlo. De decirle que estaba bien, que había sido un terrible error y que lo superaríamos.

Yo pude haber enmendado nuestra relación y hacer como si nada hubiera sucedido. Pude haberle pedido que se quedara, que jamás se fuera y que, se disculpara o no, yo iba a ceder.

Pude haberle dicho muchas cosas. También pude haberlo dejado en el hospital y olvidarme de que tuvimos algo. Es más... Hasta pude haberlo abandonado cuando él decayó. ¡No hice nada de eso porque mi amor por él era imparable!

No había fuerza en el universo que pudiera separarme de Tristán... O eso era lo que creía hasta que, de verdad, me dio el golpe bajo. El golpe final.
No era solamente un error. Habían sido sus deseos de estar con ella y de engañarme a pesar de que yo fui la única persona que lo acompañó a lo largo de su enfermedad.

Pasamos a través de tantas cosas, como dijo él, que igual creía que nada podría separarnos. Ni una chica, ni un chico, ni sus amigos o los míos; ni siquiera nuestras familias. Nada.
Pero era porque yo no había experimentado aquello. Uno nunca piensa que el amor de su vida va a apuñalarlo por la espalda y que después lo mirará a los ojos para decirle que lo siente. Jamás pasa por nuestra cabeza. Jamás creí que Tristán me haría eso a mí.

Vivíamos, casi, juntos. Compartíamos un auto... Un maldito auto inservible. Yo dejaba ropa en su casa, él en la mía; mi madre estaba encantada con él, y la suya conmigo. Todo parecía ser un perfecto cuento de hadas, de esos que adaptan para convertirlo en una película de Disney.

No negaré que nos veía un futuro. Me imaginaba casada con él, quizá con un par de bonitos bebés rubios y preciosos. Tendrían mis pestañas largas y su nariz respingada. Seguramente serían de los que se meten en problemas en la escuela, pero no iba a importarme.

Pensándolo bajo la ducha, ya nada me importaba.
Llevaba allí más de media hora sentada, dejando que el agua empapara todo mi cuerpo e incluso hasta mi ropa. No tuve las fuerzas para desvestirme. Sentía que me habían retirado una parte vital de la anatomía. Mi corazón no daba para más. Sentía que latía demasiado lento, casi creí que estaba comenzando a morir.

Pero de amor nadie se muere, y yo no iba a ser la excepción. Sólo quería sentirme melancólica durante un rato y pensar qué era lo que había hecho mal —yo— para comprender los actos de Tristán.

Me quité la ropa y la dejé ahí mismo para no mojar la loza del baño. Alcancé la toalla que estaba en el retrete y me sequé con todo el tiempo y lentitud que encontré en mi organismo.

—¿Quieres comer algo? Preparé un caldo de pollo, está caliente para que te sepa mejor —dijo mamá. Estaba al otro lado de la puerta, en mi habitación.

—Gracias, ahora voy —su amabilidad hizo que se me rompiera la voz. No soportaba en ese momento de mi tristeza que fuera tan condescendiente conmigo.

Unos quince minutos después, ya me había puesto el pijama y fui con mamá. Ella estaba a la mitad de su plato, y a pesar de eso se levantó para dejar el mío —humeante— en la mesa. Le agradecí con una sonrisa genuina y comimos en silencio.

—Le llevaré todas sus cosas más tarde. Aún tiene unas plumillas para su guitarra... Y la maldita guitarra también.

—Pensé que esa ya se la habías llevado.

—Sí, pero dejó otra. Vivíamos literalmente juntos, mamá. Su cepillo de dientes y todo lo he guardado en una caja —di el último sorbo a mi sopa y después me limpié las orillas de los labios con una servilleta—. ¿Puedes pasar por mí cuando te llame? Pienso dejarle el auto también.

—¿Estás segura de todo esto, Lexie? En cualquier momento querrás perdonarlo y ya no habrá vuelta atrás.

—Es ahora cuando ya no hay vuelta atrás. No voy a perdonarlo nunca.

[...]

Pararme afuera del complejo de departamentos en donde vivía Tristán fue una tarea difícil.
Antes de bajar de ese viejo automóvil, me despedí en silencio de él. Habíamos pasado por cosas muy buenas, y sobre todo había sido mi primer auto y lo adoraba con todo el corazón, aunque eso implicara que tuviera que ser un recordatorio constante de mi relación con Tristán.

Besé fugazmente mi mano y la coloqué en el volante a modo de despedida. Salí después de haber agarrado la caja pesada de las pertenencias de mi ex novio y también me colgué la maleta de la guitarra sobre el hombro.

Cerré con cuidado la puerta —porque quizá podría romperse en cualquier momento— y me adentré en el edificio, pues el guardia de la puerta me conocía muy bien, así que no había necesidad de entregarle una identificación o decirle a quién iba a ver.

Mi plan original era dejar todas sus cosas afuera de la puerta y largarme. Le dejaría las llaves al portero y sería el fin de nuestra relación.

Para mi mala suerte, la señora de la casa salió al momento en el que dejé la caja y la guitarra a un costado de la puerta.
Acomodé un mechón de cabello detrás de mi oreja y ella sonrió mucho al verme.

—Lexie, qué gusto.

—Lo mismo digo, señora, pero ya tengo que irme. ¿Puedo darle las llaves del auto? —Las busqué en el bolsillo de mi suéter largo y se las entregué sin que ella me contestara—. Espero que estén muy bien.

—Tristán no lo está.

—Lo siento mucho.

—No es tu culpa —se cruzó de brazos y se pegó al marco de la puerta, suspirando—. Gracias por traer todo esto hasta aquí. ¿Cómo volverás, si no es en tu auto?

—Ya no es mío... Y mi madre vendrá por mí en unos minutos. Tal vez ya esté afuera, esperándome.

El nerviosismo en mi voz era evidente.

—¿Qué tal si le dices que vengan a tomar un café conmigo? He estado sola toda la semana y necesito algo de compañía. Escuché movimiento en el pasillo y pensé que mi hijo había regresado antes de tiempo.

—¿Una semana? —Cuestioné. No era normal que la dejaran y los chicos se fueran—. Claro, me encantaría... Sólo espero que no sea raro para usted.

—No lo es en lo absoluto —sonrió—. Te convertiste en alguien especial para mí, y el que tú y Tris hayan terminado no cambia eso. Y él y su padre fueron a acampar para distraerse... Yo decidí quedarme.

Aquella mujer tenía ganado el cielo. No me quedó más remedio que aceptar, no solamente por cortesía sino que también ella era importante para mí. Habíamos compartido mucho tiempo juntas y casi me había mudado a su casa, así que le debía muchos cafés.

—Le diré a mamá enseguida.

En los ojos de Tristán | LIBRO IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora