VII

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Empezar de cero implicaba muchas cosas. Entre ellas tener que esperar para poder volver a disfrutar de besos y caricias. Ésos que Josemari extrañaba como loco y en los que Daniel parecía ya no estar interesado.

Cuando el rubio se encontraba en casa, pasaba el día en el estudio del abuelo trabajando en el libro que escribían juntos. Nunca se le insinuaba o intentaba seducirlo.

Por otro lado, también se había vuelto un entrometido. Se atrevió a preguntarle si esa semana debía ir al médico y hablaba abiertamente del tema tabú de su transexualidad cada vez que podía. El mismo Santiago se atragantó la primera vez que pronunció la palabra "transexual" en la mesa. Josemari estaba tan sorprendido que se limitó a responder a sus preguntas y siguió comiendo como autómata.

Otro día lo vio pateando su balón contra la pared del patio trasero y lo invitó a un centro deportivo cercano al bar de Pedro.

-¿Tú juegas al fútbol? -contestó Josemari sorprendido

-Muy poco, pero quiero hacer algo de ejercicio. Me estoy oxidando por pasar tantas horas sentado, y no quiero gastar pasta en un gimnasio.

Quedaron en ir el sábado siguiente a primera hora. El centro deportivo estaba a rebosar. Aquel ambiente le recordaba a Josemari sus tiempos en el equipo juvenil, los campeonatos, las victorias... Se sentía como un niño en una feria. Jugaron los dos solos durante horas, fue lo más divertido que recordaba haber hecho desde que regresó del extranjero.

Daniel definió aquello como hacer el ridículo. Su compañero le hizo más goles de los que podía contar, quitarle el esférico fue imposible y alcanzarlo cuando corría a todo tren, una quimera. Empezó a temer estar completamente fuera de forma.

La verdad era que enfrentaba a un futbolista nato, que había sido delantero en el equipo femenino al que perteneció y que, a pesar de su talento, ya no podía jugar más. No podía tramitar el cambio de identidad hasta terminar las cirugías y era probable que jamás lo aceptaran en un equipo masculino profesional, o que él pudiera rendir lo mismo que otros jugadores. El fútbol fue algo a lo que renunció cuando comenzó a cambiar su cuerpo.

Una vez que Daniel aceptó su derrota, por agotamiento, fueron a ver un partido entre dos equipos amateur. Uno estaba formado por oficinistas treintañeros, el otro por universitarios camorreros que los barrieron por el piso. Josemari se deshizo en gritos, vivas y burlas. Estaba disfrutando y Daniel disfrutaba al verlo así.

Regresaron el domingo. Josemari estaba tan feliz que, por más trabajo acumulado y dolor de piernas que tuviera Daniel, no iba a negarse a acompañarlo. Además, con tantos tipos que se impresionaban al verle maniobrar el balón, no pensaba dejarlo solo.

Efectivamente, llamaba la atención. Recibió una oferta por parte de los oficinistas para unirse a ellos. Daniel lo alentó para que aceptara. Entrenaron ese día y el miércoles por la noche. Al siguiente sábado participó en su primer partido en años. Los compañeros de equipo estaban tan entusiasmados con él, que no dudaron en darle la camiseta con el número diez.

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