X

2.3K 322 65
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Daniel se tragó sus temores y encaró el ordenador. Iba a dedicar el tiempo, que ahora no podía compartir con quien quería, a terminar el libro del profesor Marcos. Ya lo había apostado todo en su relación con Josemari, esperaría por él aunque doliera hacerlo.

Además, escribir aquella historia serviría para sentirlo cerca. Quería sumergirse en el proceso creativo y drenar su ansiedad a través de palabras. Por desgracia, tanto Santiago como el profesor se habían dado a la tarea de arruinar su concentración.

-¿Te imaginas si vuelve con polla? -le había dicho Santiago mientras cenaban esa noche-. Seguro pide que se la hagan más grande que la tuya, él es muy competitivo. Prepara el culito...

-No, imposible -respondió alarmado-. No va a pasar por eso solo. Quedamos en que...

El abuelo y el nieto soltaron una carcajada al verlo tomarse en serio una broma evidente.

-Pobre Daniel -dijo el anciano-. Se nos está volviendo tontito.

No pudo contradecir al profesor. Se estaba comportando como un tonto. Empezó a golpear las teclas juntando palabras mientras le venía alguna idea que sirviera.

Tenía documentación de sobra sobre la época en la que vivió aquel esclavo. El profesor Marcos le había enseñado mucho. Lo primero: que debía dejar de llamarlo "judío" porque no lo era. Se trataba de un esclavo israelita.

Solo para explicar ese punto le impartió una clase magistral sobre la historia de los hebreos en sus dos versiones, la científica y la bíblica. Esta última para que entendiera la forma de pensar del autor del salmo, y para disfrutar viendo su rostro mortificado, porque Daniel era alérgico a todo lo que implicara religión.

Resultó demasiada información para procesarla y convertirla en una novela. Tenía que transformar datos en una historia y una sombra del pasado en un personaje.

-Es imposible... -murmuró derrotado.

No era un novelista. Era un reportero, escribía sobre la realidad. Dar el giro hacia la ficción parecía lo mismo que cambiarse de piel. Pensó en los artículos que había publicado. Abrió su blog y empezó a leerse a sí mismo tratando de encontrar al escritor que esperaba tener escondido en algún rincón.

Uno de sus artículos más leídos comenzaba contando la historia de un amigo suyo que, tras estudiar una carrera científica, tuvo que irse del país cuando se dejó de invertir en investigación por los recortes en presupuesto. También reseñó cómo otro joven había recibido su título para obtener como primera experiencia laboral el paro. Eran dos rostros que representaban cientos de jóvenes españoles con el futuro hipotecado.

Otras entradas contenían entrevistas a ancianos: una señora con una enfermedad crónica que había visto aumentar los costos de sus tratamientos y reducirse su pensión. Un abuelo abandonado en un geriátrico porque sus cinco hijos no tenían tiempo para visitarlo. Una pareja de septuagenarios desesperados por una hipoteca impagable y la amenaza de un desalojo.

ÚnicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora