VI

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Santiago consideraba que Daniel sufría un bajonazo total. Sin apetito, sin deseos de hacer nada, sin ideas en la cabeza, sin palabras y muy dispuesto a hacer lo que menos convenía.

Como Josemari no respondía sus llamadas, su amigo tuvo la intención de presentarse en su casa. Lo convenció de que aquello era una genuina mala idea, él mismo lo había hecho y el resultado que fue una pelea monumental. Su primo cabreado daba miedo. Daniel tenía que resignarse y esperar.

-Me enamoré de él, Santiago- solía murmurar cuando le animaba a ser paciente.

Su amigo le palmeaba la espalda en silencio, sin atreverse a darle esperanzas. No quería mentirle.

En la universidad se estaba notando la apatía de Daniel. Uno de los profesores, que era amigo suyo, se tomó el tiempo para llamarle la atención.

-Esperaba más de ti, Lazcano.

-Lo siento. He tenido problemas con mi chico y...

-Tu chico agradecerá que no lo uses como excusa. Ya no eres un muchacho, no pierdas más el tiempo.

Aquello fue una bofetada. Se enojó tanto consigo mismo que palideció y estuvo a punto de gruñir. A partir de ese momento entró en una etapa de furiosa laboriosidad. Decidió que encararía a Josemari en cuanto terminara el semestre. Terminarían o volverían pero no le permitiría mantenerlo en el limbo al que lo había condenado.

El problema estaba en que no podía reclamar nada porque no eran una pareja. Ninguno de los dos había pedido al otro comenzar a ser algo más. Su relación podía reducirse a una cadena de supuestos que bien podían ser simples malentendidos. Iba a tener que empezar de cero con él.

Las cosas no le salieron como planeó. Josemari se negó a hablarle cuando lo buscó. El nuevo semestre encontró a Daniel herido y furioso. Se juró a sí mismo que lo olvidaría y empezó a salir cada noche a buscar polvos rápidos en la disco. No le importaba si seguía sintiéndose solo, se tomaba aquello como una manera de vengarse.

Esa actitud le duró apenas unas semanas, hasta que Santiago lo sacó de clase para pedirle que lo llevara al hospital porque su abuelo había sido internado de emergencia. Le falto tiempo para encender su moto y emprender la marcha. Imaginar a Josemari angustiado fue suficiente para espolear su ánimo.

Cuando llegaron a la habitación que les indicaron, vieron al anciano recostado hablando muy divertido con su doctor. Su nieto estaba sentado junto a la cama y le miraba sonriente.

Daniel sintió estremecerse todas sus entrañas. Su respiración se aceleró y comenzó a transpirar. Verle de nuevo, después de cuatro meses, no resultaba algo simple. Era un impacto directo y malsano a su corazón.

Sobre todo verle con esa expresión cansada, con una sonrisa de alivio que no conseguía encubrir la preocupación y la angustia que había pasado. Quiso abrazarlo. Se obligó a quedarse quieto por temor a ser rechazado. ¡Qué amargo reencuentro! Estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse.

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