Capítulo 1. Alma sucia

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Capítulo I. Alma sucia

Aquel día estaba comenzando de muy buena manera: su madre había ido a despertarla temprano para que pudiera salir a jugar al patio y le había preparado tortitas para desayunar. Normalmente no le daban permiso, pero había insistido tanto y hacía tan buen día en aquel momento que no pudieron dejarlo pasar.

Tras horas en el patio con sus padres, sus muñecos y sus pelotas, entró en casa para lavarse las manos y comer.

–Pero si no he tocado barro ni nada parecido –replicó la niña mientras se lavaba las manos resignada.

–Sécatelas, venga –le dijo su madre riendo mientras le extendía una toalla.

–¿Luego podemos salir de nuevo? –preguntó mientras se secaba las manos y dejaba la toalla en el lavabo.

–Sabes que después de comer nos ponemos a leer un poco –le recordó su madre mientras cogía la toalla y la colocaba en su sitio.

La niña agachó la cabeza y se dirigió a la cocina arrastrando los pies. Su padre no pudo más que reírse viéndola.

–No estés triste que tenemos albóndigas para comer.

–¿¡Con patatas!? –le preguntó la niña sentándose rápidamente en la mesa, justo en el centro de esta, donde estaba su silla.

El padre se acercó por su derecha y le puso delante un cuenco con cuatro albóndigas partidas y mucho caldo y un plato llano con patatas fritas doradas. A veces ni ella misma sabía qué le gustaba más, si las patatas o las albóndigas.

–Hoy me voy a atrever, las voy a mojar en el caldito –comentó en voz alta mientras colocaba a su gusto los platos–. ¡Zumo y agua!

–¿Cómo se pide? –le replicó su madre detrás de ella, ya en el frigorífico.

–Por favor y sin gritar –dijo haciendo pucheros.

Su madre se rio mientras negaba con la cabeza y le llevó el zumo y el agua, lo que la niña le agradeció con una sonrisa, obteniendo un beso lanzado con cariño.

–Venga, sentaos, sentaos, que tengo hambre –dijo la niña impaciente mientras miraba las albóndigas.

Le habían enseñado a esperar a que todos estuvieran sentados en la mesa para comenzar a comer, pero en ocasiones, sobre todo cuando había algo que le gustaba, le costaba mucho cumplirlo. Otras, por el contrario, hacía porque sus padres tardaran mucho en sentarse porque no quería comer, lo que solía ocurrir con las lentejas, el puré... «Comidas mezcladas y feas» decía ella.

El padre terminó de servir los platos y llevarlos a la mesa y la madre de poner los cubiertos y los vasos.

–¿Sin cubiertos ibas a comer? –le preguntó la madre mientras le colocaba una cuchara a la derecha y un tenedor a la izquierda.

–Las patatas sí – le respondió la niña sonriendo y cogiendo una con la mano.

–Por eso también es que te lavas las manos antes de comer –comentó su madre riéndose.

La niña alzó los hombros y comenzó a comerse la patata que había cogido cuando su madre se sentó. Aquel día agradecía muchísimo que hubiera albóndigas con patatas fritas.

Cuando le quedaban pocas patatas, las apartó y se puso delante el cuenco con las albóndigas y, cogiendo la cuchara, se puso a comérselas con rapidez.

–Enid, despacio –la llamó su padre.

–Es que están tan ricas –dijo la niña con la boca llena señalando las albóndigas con las dos manos y llevándoselas a los mofletes.

La chica del Dragón II: Creer es poder.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora