Ray se despertó con una extraña brisa que soplaba hacia su oreja.
Recordaba vanamente cómo se había desmayado: Konzu transformado en tigre, el juicio, pero por sobre todo... el calor. Recordaba el calor.
Sacudió la cabeza y miró a ambos lados. Fue cuando se dio cuenta de que un ave gris del tamaño de un halcón apoyado en su hombro lo estaba mirando.
Dio un grito y saltó lejos, chocando contra una pared y golpeándose en la espalda.
Se levantó adolorido y miró al ave más detalladamente. Se había posado el alfeizar de la ventana, era gris brillante y lo miraba desafiante a través de su mirada de color ámbar.
-Tú. Has vuelto- Dijo Ray.
El ave lo miró desafiante aun, pero se posó en su hombro sin morderlo, lo que sorprendió a Ray.
Entonces lo recordó. Se le había escapado un detalle importantísimo ¿Cómo se le pudo olvidar? Había olvidado... ponerle nombre. Diablos.
Estuvo pensando un momento, hasta que se le ocurrió uno.
-Te llamaré... HJ. See, me gusta cómo suena eso. ¿No crees, HJ?
HJ lo miró con los ojos brillando y Ray tuvo miedo de que fuera a comerle un dedo, pero el ave se limitó a desplegar las alas y abrir el pico, gesto que hubiera sido majestuoso si no fuera porque los cóndores no pueden emitir sonidos.
Ray observó la estancia en la que se encontraba. Era bastante pequeña para ser una casa, pero bastante acogedora para ser tan pequeña. Se fijó en una reluciente mesa, en el colchón en el que había estado acostado y en una olla bastante oxidada. También miró unos cuadros en la pared. Reconoció de inmediato Konzu en uno de ellos: se veía bastante feliz y estaba rodeado de unos chicos que Ray no conocía, pero no lograron engañarlo. Ese era Konzu, sólo que más pequeño y con un peluche abrazado.
HJ comenzó a apretar más el hombro de Ray, lo que lo obligó a centrarse en él. Ray siguió la mirada ámbar del ave y se fijó en la puerta de hierro que daba al exterior.
Se aventuró a salir por dos razones: principalmente porque las garras de HJ le iban a destrozar el hombro si no lo hacía y porque tenía curiosidad por saber dónde estaba.
"Apuesto a que sigo en Konzulandia", pensaba él, inventándole un nombre al lugar pues no conocía el real.
Salió de la casa y se encontró con... nadie. Literalmente nadie. No había nadie en ningún lado. Todos los aldeanos se habían esfumado.
A lo lejos se oían gritos y aullidos, lo que le indicó a Ray que ahí estaba pasando algo emocionante.
"Bien, a la aventura" pensó él mientras corría hacia el lugar. HJ se soltó de su hombro (para alivio del chico) y comenzó a volar junto a él.
Ray observó un poco el paisaje mientras corría con HJ junto a él. Casi todas las casas Konzu eran como la que había estado él; pequeñas pero con pinta de acogedoras. Su mirada se encontró con una edificación más grande que las demás, que tenía montones de "heno" púrpura en la entrada, lo que lo hizo deducir que era una especie de granero. Se preguntó qué clase de animales habría dentro. Decidió averiguarlo más tarde y siguió corriendo.
Aunque debería estar preocupado por sus amigos, en el fondo estaba emocionado por lo que le pudiera esperar cuando llegara al lugar de los gritos. Él era así. Y se lo debía en parte al ADN.
Los padres de Ray eran músicos "frustrados". Eran parte de una banda de rock y se enamoraron ahí. Su padre tocaba la batería y su madre, el bajo. Y eran bastante buenos. De hecho estuvieron a punto de ir a una gira mundial, pero la madre de Ray estaba embarazada y ambos decidieron que preferían quedarse con el pequeño Ray que venía en camino.
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Elegidos: La Leyenda Del Fuego
Teen FictionSi un día descubrieras que eres un elegido y que debes detener el fin del mundo de un mal que ni los seis dioses juntos han podido derrotar ¿Lo creerías? Bueno, tal vez te cueste un poco asimilarlo ¿no? Esto es lo que le pasa a Zac, que junto a Gise...