CAPÍTULO 9: Mente, Cuerpo y Alma

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E V A N 

Desperté, pero mi cuerpo estaba dormido. El olor a desinfectante y sangre se hizo presente cuando recuperé el olfato. Se me hizo imposible descifrar dónde estaba: todo era borroso. Vi una silueta asomada por la ventana mirando hacia afuera y llorando.
—Ah... —Traté de hablar, pero me costó.
—¿Abigail?, cariño, ¿Cómo te sientes? —La silueta se acercó a mí y era la señora Helena y me abrazó cálidamente. Me dolía el cuerpo y un dolor punzante en mi cabeza me hizo gruñir. Rápidamente me ofreció agua y ayudó a reincorporarme en la cama.
Observé a mi alrededor sin saber qué ocurría.
No entendía porqué Helena Eaton estaba a mi lado, porqué me encontraba en una cama fría de hospital y porqué me sentía mareado.

—Abigail, ¿me escuchas hija?¿Cómo te sientes? —preguntó con dulce y comprensiva voz nuevamente, y tocó mi frente—. ¿Te sientes mal, querida?
—¿Señora Helena? —pregunté queriendo afirmar lo que veía. Me sentía distinto. ¿Dónde estaba?, ¿Y porqué se encontraba conmigo la madre de Abi? No sabía que me tenía tanto aprecio.

—¿Abi, qué te ocurre?—Helena abrió sus ojos y retrocedió, asustada.
—¿Por qué me llama Abi? —pregunté confundido tratando de pararme. Tenía la vista nublada y la claridad de la luz me aturdió; era sofocante. Mi garganta dolía horriblemente.

—Oh Dios...—la mujer retrocedió más, tambaleándose—.  ¡Karl! ¡Karl llama a un doctor! —Helena le ordenó a su esposo que bebía un café cálido en el congelado pasillo.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué me llaman Abi? 

Me senté en la cama, aún confundido. Y luego comprendí la razón. Mi respiración se cortó más cuando me fijé en mis manos, mis uñas pintadas y una sortija en el dedo anular en forma de mariposa azul. Aquellas manos las dirigí a mis cabellos largos que llegaban hasta la mitad de la espalda ancha; toqué mi pecho abultado, ¿Senos?, tenía senos y los apreté para comprobar si eran reales, y sí, lo eran.
Me pregunté en dónde se habían ido mis bien trabajados pectorales. Un nudo se formó en mi garganta seguido de un sabor agridulce, caí de la cama y comencé a vomitar.
¿Qué había ocurrido con mi cuerpo? Me puse de pie como pude corriendo hacia el espejo del baño.

—¡¿Qué mierda?! —grité con la poca fuerza que tenía. Estaba apunto de desmayarme al ver que poseía todas las características físicas (no de Evan Clark ) de Abigail Eaton y me desmayé.

—¡Alguien que me ayude! ¡Mi hija!


A B I G A I L

—¡Loto mío! —dije espantado, más bien espantada—¡¿Qué es esto?! —Me halé el cabello, el pecho, el rostro; todo. No podía explicar porqué me encontraba en el cuerpo de él, de Evan. Estaba alucinando, definitivamente me drogué.

—¡Oh, joven Evan ha despertado! —dijo una mujer de unos cuarenta y tantos de mediana estatura y cabello rojizo. Entró alegre cargando una maleta—. ¡Qué bueno que despierta! —sonrió ella revelando un diente de oro.
—¡¿Quién es usted?!, ¡retroceda! —grité defendiéndome con el chupón de destapar retretes— ¡Usted me hizo brujería! —acusé y  retrocedí hacia la puerta tratando de asimilar lo ocurrido. ¿Cómo era posible estar en el cuerpo de alguien más?

—Oh joven, pero qué dice usté' —dijo con un peculiar acento—. Venga, joven. 

La mujer camina hacia mí separando sus brazos.

 
—¡No se acerque!—Me defendí con el chupón atascándolo en su rostro.
—¡Joven Evan!
—¡Aléjese! ¡No me toque!
—Debe acostarse; no está bien.
—¡Sé que no lo estoy!

La Gordita AbiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora