~Instrucciones para invitar~.
Bajo circunstancias similares; mano firme que sostiene el relato doblado y mirada sujeta a buscar la fachada indicada entre las coloridas posibilidades, caminas moderadamente sobre esta última avenida de las tantas para llegar hasta la esperada residencia.
No entres en detalles mientras recorres el puente de la verdad. Deja que las gotas mojen tu rostro si llueve y desplázate bajo los volados poco uniformes que te ofrecen la seguridad bajo semejante tormenta de vacilaciones.
Con los motivos previamente elegidos, y el corazón engalanado en una mezcla de titubeos y argumentos convincentes, dirígete al portón con elegancia, por si a la señorita se le ocurre fisgonear a los invitados. Esta puede saber que la has estado buscando; tus angustias te delatan por los poros, cada recuerdo suyo en mente es una luz que sobresale.
Ya en marcha, esquiva cualquier intento de retroceso, sonríe a todos los vecinos que podrían ser los padres de dicha invitada. Una vez en en el podio donde vas a emitir tu discurso, revisa que todo permanece en el mismo sitio, de la misma forma que cuando saliste del 47 de Montecasino -aspirando el humo gris de los buses que cruzan la ciudad en un suspiro; porque todo sucede en un suspiro cuando es una invitación la que espera ser aceptada-.
Advierte que todo está ahí; la seguridad sudorosa, el dinero que alcanza para volver a casa y comprar la calma requerida, cuando el -sí- pronunciado sea parte del horario. Revisa con tranquilidad la estación que te envuelve, la fecha anotada en la mano temblorosa, tu nombre, tu apellido, tu edad, tus motivos. Recuerda quién eres y porque has terminado de pie frente al vasto océano de madera que te separa de la esperada. Vaya a ser que la juventud te juegue una mala pasada y palabras inconsistentes empiecen a salir disparadas en un desfile bochornoso de mentiras y súplicas.
Por último recuerda su mirada, su sonrisa encantadora, sus labios borgoña cuyo reflejo en verano te termina siempre doliendo, dotando de vida a estos en las fotos donde siempre aparecen, donde no mueren ni se van a ningún lado.
Siente como el sonido que la puerta hace al abrirse en un grito crudo, se combina perfectamente con el de tus latidos acelerados y cada vez más constantes.
Ya no hay marcha atrás; este es el punto perfecto para darte cuenta que no solo ha sido abierta una puerta de madera tapizada con barniz 48. Otras miles de posibilidades se desprenden de lo bordes de esa puerta que se abre con estilo, que se abre al paso del tiempo; a la oportunidad que acecha y sonríe ante tal esperado encuentro.
Ya no hay tiempo de comprar segundos ni vender excusas al inminente encuentro que tanto habías esperado. Entonces se te ocurre, como paso inevitable de estas instrucciones, que la cabecita castaña que a primera impresión se muestra pueda ser irrevocablemente la de otra escribidora....
Y quizás suceda que en acto del paso rápido y la manos temblorosas, alguna circunstancia te obligó a terminar de pie frente a otra casa, en otra época y bajo diferentes de sentimientos. Solo entonces deja de ser el norte de la ciudad y la calle 24, y el vecindario cuyo nombre no sabías media hora antes. Ya no eres tú el afortunado de la invitación en mano y el discurso perdido en los labios. Puede ser que ahora tu identidad, que cruzó la ciudad en una incesante búsqueda de tarde de Julio, haya sido sustituida por la del señor de abrigo y gorra oscura que, atravesando el océano Atlántico, vuelva por décima vez en la búsqueda de su querida prometida, -pero ella no se encuentra, nuestra querida ha salido de casa en vista de las inminentes tempestades que desde hace algún tiempo azotan al país-.
El viento sopla y se lleva la fedora desteñida, la lluvia la moja y no hay excusa que salve a tremenda coincidencia. Entonces el extranjero se abalanza sobre su prenda volátil, soltando en el suelo las intenciones, oprimiendo el disgusto mediante cada paso hacia su fedora oscura que vuela cada vez más alto.... y cada vez más rápido.
También, después de haber repasado las líneas de la historia ya contada, existe la posibilidad de que la señorita sí abra la puerta y estos dos dichosos se encuentren. Y lo hagan en una mezcla suprema de amorosos y calurosos abrazos y preguntas cortas que avivan la llama que se encendió ese 23 de noviembre del 69.
El viajero entonces se sacudirá los pies en una muestra evidente de educación y con la mano de la chica entre sus palmas, y con la sonrisa más alegre jamás vista, entrará a la casa culminando con su objetivo.
El minúsculo tiempo que te queda para comprobar si hubo error cometido lo usarás siempre para olvidar cualquier discurso previamente preparado. Ese tipo de retórica que muere en el momento que observamos que no hay escapatoria en ese microcosmos de las puertas, los rostros y las invitaciones.
Habrás nacido para esto. Lo sabrás cuando el pomo dorado y frío que sostienes en tus manos pase a ser parte de tu cuerpo. Y las palabras atropelladas en tu paladar morirán despiertas y felices. Todas querrán llegar a los oídos de la señorita que hay justo enfrente de ti.
Ella está ya ahí, justo cómo lo adivinaste cuando de pie en el metro que recorre la ciudad, pensaste en ella otra vez; <<Alta; eficaz en la medida de producir suspiros de placer, penetrante de mirada, imprecisa a la hora de ser leída mediante los gestos y las expresiones. Revolucionaria sin medidas, y esto solo lo sabrás cuando tu querida termine gobernando al silencio después de la primera palabra dada, después del primer martillazo>>. Jersey café de cuello largo, collar dorado sobre la textura que la protege del frío, pantalón merlot delicado acabado en esas zapatillas en las que casi no detuviste la mirada y por último; manos insolventes -manos que hacen y deshacen tu discurso de temeroso-. No hay palabras, ni actos que deformen la primavera que ven nacer tus ojos. Se detiene el tiempo y por un instante te sientes listo para lanzar el verbo al aire, pero ella lo hace primero, a ella nadie le gana en el ejercicio de la crueldad sobre los labios, a ella no le convences con tus gritos. El momento no se deshace, solo ella puede permitir el movimiento de esa manecilla temblorosa del reloj del fondo. Ese reloj que te mira, que te suplica con sus tic tases que lo sueltes ahora.
Parece que casi lo consigues, de tu boca se desprenden balbuceos - empiezas a dar la guerra por perdida-. No lo consigues, te cuesta encontrar el ritmo que sus ojos penetrantes te exigen con una maldad sublime.
-!Vamos¡- gritan tus tormentos -!naciste para estos... vamos!-
Y entonces sucede; la retórica termina floreciendo. El valor ha llegado a la cumbre. Solo necesitas empujarlas un poco, las palabras se arrastran por el filo y, en un espectáculo suicida pero hermoso... caen. Caen de ese abismo que formaste en pocos segundos, aunque realmente 18 años. Ya no eres tú el que habla, ya lo has dicho todo.
Y en el aire se escucha un discurso limpio, puro, de aleación definida por los años. No lleva consigo arrugas ni miedos. Es un discurso simple y cariñoso. El mejor del joven poeta aquella noche.
y solo
se escucha un;
-Hola, ¿Quería saber...
...mientras a lo lejos un sombrero oscuro se pierde entre las nubes.
(1969)- Fragmento.
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(1969)
Short StoryElla vive en el norte y más allá de la ciudad. Yo en cambio suelo caminar perdido entre las calles de una ciudad gris e histórica para encontrarla de vez en cuando. Apenas conoce mi nombre y seguramente hasta de eso duda cuando piensa en mi. Relatos...