~Las cuadras~ PARTE II
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En esta parte, no pude encontrar algún otro signo de torpeza humana o esencia aguda de vida que me llamase la atención. Las sombras negras de las casas altas eran el perfecto refugio para algunos transeúntes que se hacían llamar amigos de lo ajeno. Se que no debería, pero los prejuicios siempre se siembran en los jardines del conocimiento. Ver sus tatuajes fosforescentes y sus ropajes colgados de sus extremidades, me hizo saber que había llegado la hora de pasar por un tramo inevitable. Sin duda no podría escapar de la velada sin antes cruzar miradas, compartir historias, entregarles todo lo que alguna vez consideraba de valor y seguir al paso ciego que me guiaba esta noche. Solo entonces me arrepentiría de no haber contestado, pero ya tarde tendría que saber que la vida es eso. Dejarse robar y seguir adelante.
Descalzo y sin un reloj que me indique la posición del sol en el momento, llegué al final de la longeva calle. Unas escaleras largas y empinadas me esperaban para ser cruzadas entre suspiros y alguna lamentación que sobrevivía en la conciencia después de la vejación de la cuadra pasada.
Cincuenta metros, dos caídas y varias dudas suicidas que habían salido de mi memoria antes de ser resueltas. Desde aquí el espectáculo de luciérnagas lo cubría todo en un show magnífico de muertes perpetuas, es decir, luces que se encienden y se apagan a medida que poso mi vista sobre sus ventanas luminosas.
Había llegado al final de mi camino. Ya no sentía la rafaga fuerte que me empujaba hacia adelante como antes lo había hecho. Ahora era libre de explorar el lugar extraño al que había llegado, pero que sin duda complacía a la imaginación de cualquier escribidor habilidoso que rondara por la zona.
Desde el principio o final de las gradas, cosa que depende el punto de vista, se extendía un océano vasto de árboles que parecían haber sobrevivido a muchos inviernos consecutivos. Sus rostros curtidos por la lluvia, viento y soles de Agosto daban al lugar un tono mágico que nunca había sentido.
Caminé por algunos segundos hacia el primer árbol que fundía su sombra con la de sus hermanos y me apoye en su corteza sombría.
¿Qué me falta?, ¿Qué sucede cuando las ramas próximas empiezan a crujir y caen golpeando mi cabeza?
Me miraste por primera vez aquella noche.
Quizás nunca sepa porque las calles se angostaron tanto a medida que mis relatos surtían efecto en ellas. Y quizás nunca sepa porque mis piernas se movieron solas cuando te decidí seguir a través del bosque nocturno al que había llegado... y fueron horas y horas...
Pero sólo ahora se quien golpeó mi ventana y me pidió que la siga, sin detenerse a pensar cuando daño o placer me podría otorgar una caminata de tal magnitud.
Nos cubre el frío de un silencio aterrador. Pero ahora tú estás aquí, aunque sea de pie en el borde del peñasco que has elegido.
Yo no tuve más remedio que seguirte, solo para admirar la magnitud de la vida que nos rodea en cada paso cada día, cuando cruzamos ese puente desnudo para ir al colegio o cuando aún giro mi cabeza en busca de tu inmediata silueta esperándome allí por la mitad del mundo. En el norte o más allá quizás... donde mis ojos, por más esfuerzo que hagan, jamás llegan a posar su vista.
No tuve ni mas remedio ni menos enfermedad que salir de aquel auto para terminar siendo sincero.
Te he buscado sin pretextos, para sentir de alguna forma la vida de la palabras sobre la piel. El calor de un suspiro de tu boca. La gracia de tus gestos por la tarde, -cuando nos avergüenzan menos los ademanes espontáneos- , las miradas que se encuentran y entretejen puentes hacia lugares que solo se puede visitar si vamos cogidos de la mano.
Te he buscado y te buscaría una noche más, quizás.
Ahora mírate... ahí de pie frente a la ciudad que perfectamente se coordina para iluminar tu rostro juvenil del que me he enamorado. Tus labios rojos, tu mirada que nunca supe. Esa piel y aquellas muecas tan del norte.
Y yo que creía que la vida era mucho más que eso que nos toca descifrar cada día; madrugar, leche y escaleras hasta el último piso.
Solo ahora,
sólo ahora comprendo aquellos ojos nocturnos que me observan desde el borde de la esquina de mi habitación cuando intento dormir
y quizás sólo ahora siento quién me protegerá cuando la inspiración repose sobre lo charcos grises del olvido y la zozobra
Tu, quien más. la misma que me haría volver a cruzar el bulevar para caer entre arbustos y ramas con el peor de los infartos.
y sentenciarme a la caída eterna de los enamorados perdidos
Solo entonces me acerco hasta tu silueta que me ha empezado a dar la espalda invitando a ponerme a su altura
Subo al peñasco
cojo tu mano cálida que ha sobrevivido al desastre de la época
la apreto con la fuerza de los hombres
a lo lejos una tormenta inmensa inunda la ciudad con actos cotidianos dignos del amanecer:
las primeras voces, los despertadores, el primer verde pálido de los semáforos.
La ciudad revive en un solo canto y yo llamo a la felicidad al hecho de estar contigo. Parece que la vida lo ha inundado todo.
(1969) - El Escribidor.
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(1969)
Historia CortaElla vive en el norte y más allá de la ciudad. Yo en cambio suelo caminar perdido entre las calles de una ciudad gris e histórica para encontrarla de vez en cuando. Apenas conoce mi nombre y seguramente hasta de eso duda cuando piensa en mi. Relatos...