~El clavo~

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~El clavo~

Se que no me vas a responder

y está bien, quizás no lo necesite.

Quizás no vuelva a escuchar tu voz tersa que se asemeja tanto a la ciudad por la noche. Delicada, pero firme al tiempo que devora en cada atardecer que se cierne en contra de mi juventud que me ha pedido que te busque. ¿No lo he hecho?

Firme... si, creo que es eso. Tu voz firme lo que me llama, lo que me consuela cuando palabras no salen de este intento de literatura.

Y es cierto, quizás estoy siendo un recalcitrante, un mendigo del amor que muy poco tiene que ver con los poetas del norte.

Y quizás también es cierto que no tienes porque darle a ese botón de reproducir azulado que sueles evitar a toda costa.

No tienes porque hacerlo, jamás te pediré que lo hagas y escuches este discurso que se empobrece en la medida que va quedando atrás en la lista de mensajes que jamás abrirás.

Solo que mira mujer, si quizás dudas de si es cierto. Si quizás piensas que valga la pena escuchar un momento la voz oscura del escribidor que habla. Te recomiendo que subas las escaleras del segundo piso, viajes al desván oscurecido por el polvo y las telas de araña y te detengas a observar la fotografía que tomé hace años... 47 para ser exactos. Sigue intacta e imponente. Justo ahí, sujeta
por ese clavo medio oxidado, medio dormido que colocamos juntos alguna vez.

Es cierto, yo también lo he olvidado un poco.

Te aseguro que lo he olvidado un poco.

Pero si deseas esta noche, antes de que dormir sea una necesidad, te reto a que cojas esa foto, que camines junto a ella unos segundos y ya en tu mano... la empieces a observar con una delicadeza que solo tu conoces. Cómo si en tu mano sostuvieses un mapa del tesoro o reliquia similar.

Una relato que dice así.

Encuentro la única banca vacía al fondo del aula 0470, allí donde escasamente llega la luz que proyecta ese foco pálido y colgante que hay delante de la puerta. El camino cotidiano ya no me sorprende como lo hacía antes; 25 pasos, dos " disculpa" y varios buenos días son necesarios para llegar al objetivo: una silla acolchonada humildemente con una tabla amarilla incorporada.

Me sabía de memoria todos los rayones y garabatos. Incluso reconocía que alguno que otro había sido obra mía. A lo lejos distinguí alguna que otra cabeza conocida y más allá de esa muralla de peinados modernos, un pizarrón curtido y triste que se apoyaba por unos ganchos metálicos oxidados.

Recuerdo el primer día, ese conocido como "el de las presentaciones". Sin embargo eso no importa, ni la bulla de la segunda fila, ni la voz del profesor que de alguna manera se intenta colar entre el laberinto de murmullos y susurros que aún sobreviven después del primer martillazo. Entonces, solo entonces existo, entre las ruinas de los últimos pupitres. Inmiscuido en buscar un bolígrafo y un trozo de papel que me ayude a mantener el ritmo zigzagueante y continuo que envejece a los corazones. -y la mano se abalanza sobre ese cementerio de puntas sin filo y trocitos de borrador olvidados- recojo algo con torpeza, no es lo que esperaba.

Es un clavo,

oxidado en las puntas, bronceado en la cabeza redonda. No lo suelto enseguida, suelo tener la manía de sujetar estos inventos que dotan de sentido a la abundancia de -nada- de estas horas. Lo sujeto con mis dedos, lo observo a ratos por instinto; como si todo humano hubiese nacido con un clavo entre los cabellos o las orejas. Lo manoseo con tanta naturaleza que se pierde un poco su sentido útil,

lo hago parte de mi hora.

Solo entonces lo recuerdo, solitario y pálido, inmiscuido en las horas solitarias de las sombras más discretas sujetando aquella foto, sobre la maceta y entre las demás imágenes que no me interesan tanto, ya que no hay clavos que las sujeten.

El clavo entonces, deja de reproducirse como un familiar de los tornillos y de los tacos. Ahora es el clavo, y cuelgo todo mi aburrimiento sobre su consistencia arrogante que a veces también intento olvidar. Me acerco a esa foto que guarda las memorias, intentando no violentar la soberanía del clavo que me observa, qué me pide que lo saqué de ahí. Terminó siendo perseguido - atormentado por la utilidad de las cosas, escuchando el grito sordo de todos los clavos que nunca tocaron una pared-.

Entonces observo la foto, tu pose magnífica de otoño del 69, tus ojos apuntando algún lugar de esa plaza inmóvil, con sus figuras y estatuas. Tal y como te he recordado los últimos días. << Alta; eficaz en la medida de producir suspiros de placer, penetrante de mirada, imprecisa a la hora de ser leída mediante los gestos y las expresiones >>. Rodeada por iglesias cerradas, farolas que se encienden y se apagan a medida que voy recordando mejor. Y ya no solo es un clavo, sobre una imagen, ahora es certeza, ha cambiado su frío metal por lluvia que cae sobre tus maquilladas pestañas. Pero tu no te mojas, nadie se moja en esta combinación de metales y recorridos históricos. Todo sobrevive a la impaciencia del fotógrafo. Entonces te mueves y junto a esto, tu vida entera, tu vestido negro y tus labios rojos. Te abalanzas sobre el camino, pasos dispuestos que cambian el fondo y dibujan la forma. Me invitas a formar parte de semejante espectáculo fotográfico; yo no puedo seguirte, yo solo te observo y recuerdo.

Su forma puntiaguda empieza a formar parte del paisaje, y solo entonces -capacitado por su forma de cambiarlo todo- aparece un fotógrafo en una esquina. La fotografía se mantiene mientras flashes salen disparados a cámara lenta hacia tu posición duradera en esa pared tan curiosa. -Berlín, Alemania-, o quizás la Muralla China. Te pierdes de nuevo,

!Como adoro seguirte!

Solo entonces el juego empieza. Vas cambiando los lugares y contigo se mueven las estaciones mientras de cada idioma que no logro escuchar, me sacas otra sonrisas. ¿Por qué son tan importantes? y es que en la sonrisa se sostiene el mermado verbo. El mismo que ha sido reducido al encanto de la prosa. Ese verso que dota de vida a los clavos y a las fotos. La sonrisas que disparas mujer...

-Lo que daría por tenerlas siempre- digo mientras sostengo la cámara entre las manos.

Se disparan más luces y por fin logras materializar este recuerdo mientras bebes esas gotas que caen mojando tu tacones, tus intenciones tan bien diseñadas y mi cámara que recorre el mundo al mismo ritmo que tus pasos.

Conoces todas la posiciones y los ángulos, no hay necesidad de explicaciones, ni de prórrogas por cansancio. No hay lugar para detenerse ni motivos. Nos encontramos con todos, hemos vivido la mitad de nuestras vidas caminando en busca de nuestros sueños y las manos calientes. Buscamos en cada ángulo la gracia de los 17, la locura de cada instantánea. Entonces crece el mundo y nosotros creemos que somos invencibles.

-En cada arruguita tuya se esconde una grieta del mundo-, alcanzo a decirte mientras descalza posas sobre esta cálida tarde en la ciudad de Quito

-Haz clic de nuevo por favor- es lo único que escucho.

(1969)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora