"Porque, sin buscarte te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos" - J.C
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La ignorancia de la escribidora y la peculiar atención del muchacho en esos detalles que gritan condenas y escriben historias.
...
La sonrisa de los sábados en los labios agrietados por el polvo que levantan las excavadoras, los zapatos llenos del polen natural de la tierra y esa corazonada de todo sería diferente después de la pronta despedida.
Me detuve en la parada de metro más cercana e introduje una pequeña moneda por la boca de la máquina de metal. La sensación no era la misma que semanas atrás, cuando hubiese hecho esto casi por instinto. Los molinetes de ingreso, el rostro estático del guarda de turno, la moneda oxidada que se trabaría en la máquina cobradora de ingreso y mis intenciones que parecían estar equivocadas.Todo parecía guardar un significado dentro del vaivén de aquellos mis días.
Qué ingenuo que fui al pensar que me podría ir sin volver a pronunciar tu nombre allí por el norte. Donde existen las encrucijadas del perdón y el olvido, de la desdicha y el desamor.
No estuve ahí cuando terminaste de leer la carta y te asomaste por la ventana para ver donde me había metido. Mil novecientas sesenta y nueve palabras que limitaban nuestro encuentro, nuestro mundo, nuestra pasión por segundos y nuestra fatal despedida de la que habría mucho que contar.
El edificio más alto de la Avenida Manuel Córdova Galarza se observaba desde casi toda la capital. Los únicos sitios desafortunados eran aquellos que tímidamente se escondían detrás de algún cerro o en algún valle, como mi departamento, allí por algún sitio metido.
-Tenía que contarlo, volver a empezar de cero-.
Empecé las primeras quince cartas de la misma forma. Todas terminaron sepultadas en el fondo del basurero, encajadas en un orden casi perfecto, como si su mejor destino fuera ese... el sepultamiento bajo escombros de intenciones mal formadas y preguntas sin respuesta.
Solo funcionó cuando coloqué ese título que tanto te gusta en el borde de la hoja y con mis dedos sudorosos pronuncie en voz alta las sutiles sílabas que nos habían separado, enamorado, encontrado y perseguido desde hace varios meses.
Mil novecientos sesenta...
Solo aquel intento fue válido a más no poder. Sin levantar la mano se demostró durante una hora y media la eficacia de los encuentros, las miradas no correspondidas y los labios pintados para amar. El folio, casi desbordado de sentimientos no alcanzados que obedecían a voz que escribe. Y la caligrafía, una clara mezcla de letras sumamente torcidas pero uniformes, denotaba la gracia del acordeón de fondo que acompañaba al escribidor.
Y el título. Nadie se imagina cuánto le costaría encontrar la forma apropiada. La música de fondo el vestuario, el guión que tendría que ser escrito en diferentes lugares y condiciones.
Su aliento pintoresco y persuasivo tendría que soportar todas las tormentas. Y es así como nacería tremenda forma de contar las cosas. Como por ejemplo, aquella aula de paredes blancas del último piso de algún edificio, donde de vez en cuando se juntan los enamorados a intercambiar algo más que miradas. El demonio los vigila, ultima los detalles antes de las programadas bodas de oro, plata o lo que sea. Es por eso que nadie se salva de ser escrito cuando el escribidor entra a esa sala y posiciona su húmeda pluma en el ombligo de los seres que la habitan.
Y vuelve su recuerdo siempre cuando ha desaparecido el rastro de tinta sobre sus labios. Mientras atiende decorosamente a la persona que de puntillas dicta la clase en un francés cotidiano. Y él jamás entenderá la razones de aquel suicidio literario. Porque fueron las mejores horas aquellas, cuando un simple calvo se transformaba en vida sobre las hojas y las miradas de los colegas delataban el relato que se formaba el presionar las teclas con tantas angustias. ¿Cómo puedo pedir permiso? ¿Cómo puedo escapar del aula para indicarle que aun sigo vivo? Correr sin precaución al único destino que me mantiene con vida a las seis de la tarde cuando hasta las luces que iluminan el salón donde me aposento se han apagado.
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(1969)
Short StoryElla vive en el norte y más allá de la ciudad. Yo en cambio suelo caminar perdido entre las calles de una ciudad gris e histórica para encontrarla de vez en cuando. Apenas conoce mi nombre y seguramente hasta de eso duda cuando piensa en mi. Relatos...