~ Café sin azúcar, por favor ~

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(1969)

Café sin azúcar, por favor.

Te volví a sentir en aquella pulsación puntual de las 7 de la tarde. Caminaba ya por aquel entonces en la novena avenida. Justo al lado de la cafetería de la que tantas historias me has contado. Y aunque debo decir que muy poco de ellas creo, intenté relacionar el lugar con la punzada. Sobrelleve con cautela mi mirada hacia las mesas que estaban fuera del local. Todas vacías, sin embargo....

No tuve miedo de subir aquellas escaleras que conducían a la entrada del lugar. En la puerta un cartel oscuro y escrito a mano me indicaba que ya habían cerrado. Sin embargo, y esto es lo que importa, supe que podría abrir la puerta tal como en los sueños de medianoche. Lo intenté y funcionó. La puerta se abrió en un misterioso clic que comparado con los sonidos peculiares, este descargaba todo su hermosura en cualquier oído. Era la puerta abierta, la entrada solitaria que me invitaba a cualquier posibilidad que mi mente vehemente por instinto podía imaginar.

Tú sentada sobre el mesón ornamentado y lleno de polvo que se extendía casi por toda la sala. Tú y tus labios sobre el borde de esa taza de marfil fino, saboreando mis derrotas, acariciando mi juventud lívida, mis sueños de buena noche. O tú, esperándome en el fondo del pequeño recinto, con las piernas cruzadas y los labios fruncidos. Con aquella mirada extraña que me indicaba que todo había acabado, pero que me darías otra oportunidad para demostrarte la magia de las puertas, el poder de los contactos visuales, el gusto de la literatura a media noche y mis ganas de verte abrochada en estos ojos que te empiezan a seguir poco a poco.

Y poco a poco me voy dando cuenta que no hay tal escribidora al final de la sala. Ni mesero, ni servilletas que consuelen a la cubertería sentimental que acaba de presenciar tremendo acto de melancolía. Pero la puerta abierta lo es todo, cuando el piano empieza a sonar esa melodía que tanto nos gusta, que tanto nos une. Hipnotizados en ese vals que siempre empieza a la misma hora, la hora del escándalo de los susurros y las mejillas rojas. Pero tu mujer no estás aquí aun y no hay armonía que me salve de tremendo despecho. Sin embargo no observo al pianista, ni instrumento alguno en todo el salón oscuro.

Mis pasos me dirigen sin pensarlo a la mesa más cercana. El local parece haber cerrado hace poco, aún se escuchan los restos de la última canción, como susurros olvidados por los comensales. Como suspiros que buscan la muerte definitiva en el regazo de algún pensamiento. Y los vasos, cucharas, copas y demás tazas celosas buscan aún cantan en coro cuando parece que todo debería estar en silencio. Cuando ya no hay tacos de tango o mocasines de bolero. Sin embargo la energía se siente sobre la madera que cruje y el chiste que pierde el sentido, no por su forma, más bien por su sinceridad silenciosa. Incluso el humo del tabaco ha perdido poco su consistencia hasta quedar reducido a un par de rostros que cuelgan en el aire en busca de un beso, de un secreto, de esa caricia que jamás llegará.

Todo se observa con prudencia desde la silla del observador. Donde minutos antes el alcalde o algún joven yacían charlando de amores no correspondidos o tableros de ajedrez adulterados. Al parecer  la reina ahora se lo lleva todo en un solo grito. Las diferencias de género no funcionan en la Cafetería de la avenida 9.

Y aquí hablaron, de todo un poco se habló esta tarde. Vicios, mujeres, niños y hombres que amaron hasta el cansancio de los ojos y las manos.

Solo cuando la ceniza de aquel puro Italiano, después de su trayectoria de dos metros de caída termina en el lecho que mis ojos forman a esta hora. Sólo cuando por instinto recurro a quitarme los lentes y sobar con delicadeza mi ojo derecho y para hacerlo lo cierro sutilmente. Solo en ese momento escucho el sonido se reproduce con una similitud a la de los sucesos recientes, lejanos y próximos.

(1969)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora