Prólogo

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Una precipitada carrera por el bosque.

La joven arqueóloga podía sentir la presencia intrusa en su mente, cerrándose sobre su espíritu como una tenaza implacable. Aceleró su desesperado galope, con el instinto animal de dejar atrás el peligro que amenazaba acabar con ella.

No supo cuánto tiempo había pasado pero, cuando se encontró a solas y no pudo oír a ningún otro poni a su alrededor, Aitana se dejó caer al suelo, cerrando los ojos con todas sus fuerzas, luchando contra lo inevitable. La creciente presencia maléfica en su mente se estaba tornando insoportable por momentos; lo sentía, como una respiración en la nuca, presionando poco a poco contra su maltrecha voluntad.

No aguantaría mucho más.

Kolnarg se regodeaba, sabiendo que pronto superaría a Aitana en la lucha por su mente; la torturaba, introduciendo pequeñas imágenes de lo que haría una vez volviera a caminar por el mundo. Manehattan seria la primera en caer, y su padre se convertiría en un espíritu a su servicio. Después acabaría con los ejércitos que enviaran a por él, y así engrosaría sus filas de no-muertos...

—¡No! —gritó Aitana, metiendo un casco en las grandes alforjas que siempre llevaba—. ¡No lo permitire!

La daga salio rápidamente de su escondite, asida mediante una correa a la pata de la yegua marrón, la cual la giro hacia su propio corazón. Durante un instante pensó en todo lo que había hecho mal, todo lo que podría haber cambiado la historia que la había llevado hasta ahí: Debió suicidarse mucho antes; debió haber enterrado la maldita brujula en un bloque de cemento y despues lanzarla al fondo de océano; debió hablar con su padre, decirle que lo perdonaba; debió hablar con Daring Do para que pudieran gritar juntas el dolor por la traición...

Debió haberle dicho a Hope que le había mentido.

Durante un minúsculo instante, notó a Kolnarg encogerse en su mente. Era la ultima salida de Aitana, su ultima posibilidad.

No puedes hacerlo, Arqueóloga—susurró la yegua con la voz de Kolnarg.

Aitana quiso responderle algo, pero sentía que el menor esfuerzo podía suponer la victoria del lich. Alzó la daga, pensando en todos los errores que cometió en su vida y que ya no podría subsanar; en muchas ocasiones se había enfrentado a la muerte, y todavía recordaba el dolor que siguió al combate en la tumba del norte, de la que había pensado que moriría de forma atroz. Y, sin embargo, en todas esas ocasiones no se había parado a pensar en su vida como lo estaba haciendo en aquel momento. Quizá, por una vez, sentía que estaba dejando demasiado atrás. Había tanto que le habría gustado hacer...

Un golpe seco. Un gemido ronco. El silbido de una respiración fallando.

Antes de que las patas la dejaran caer, retiró el cuchillo que se había clavado en el pecho; el sonido del aire entrando a través de la herida se juntó con el calor de la sangre empapando su pelaje. Erró y no logró atravesarse el corazón, pero sabía que no tardaría en morir cuando los pulmones le fallaran.

Se desplomó contra el suelo cuando le vino un ataque de tos acompañado por un sabor metálico; poco a poco, a cada inspiración, el dolor y la presión sobre el pecho crecían exponencialmente. Empezó a respirar cada vez mas rápido y superficialmente, mientras su cuerpo luchaba por reparar un daño que estaba muy por encima de sus capacidades naturales. En la mente de Aitana, Kolnarg luchaba por liberarse; si lograba aguantar un poco más, si conseguía mantener el control sobre su cuerpo hasta el final, pronto todo acabaría. Se llevaría al bastardo a la tumba...

Sintió un amargo sabor en la boca. No sabia bien que era exactamente, pero imaginó que así es como sabía la muerte. La vista se le nublaba, a pesar de sus esfuerzos por seguir despierta y luchando contra el Lich. Diez años.., diez malditos años manteniendo a raya al nigromante mas poderoso de la historia. Aitana sentía que, finalmente, había ganado, arrebatándole su retorno al mundo, su venganza contra los vivos. En parte, para la yegua, era un alivio saber que al menos una poni, una alicornio nada menos, la recordaría, y también todo por lo que luchó. ¿Amiga? No lo creía... pero ella había entendido, había visto todo lo que la había llevado a luchar con tanto ahínco desde que era una adolescente...

Ojalá pudiera volver a verla. En otras circunstancias quizá la habría cortejado, aunque fuera solo por una noche...


Los sonidos del bosque se empezaron a apagar, y Aitana dejó de escuchar el silbar de su propia respiración moribunda. El mundo se sumió completamente en las tinieblas... pero no. Frente a ella apareció un túnel negro y,al final del mismo, una cálida luz dorada.

Se pregunto si estaría su madre al otro lado, enia muchas cosas que contarle... y otras muchísimas más que preguntarle. Pero notó que algo no iba bien. No lograba alcanzar la paz, no lograba atravesar el túnel y llegar a la luz. Sentía que... que no se moría.

Aitana volvió a respirar.

Escucho en su mente la victoriosa risa de Kolnarg e, instintivamente, llevó la vista hacia la herida que debería haberla matado. Una magia oscura la había cubierto, los músculos cerraron la herida y, en un segundo, nuevo pelaje creció sobre la misma, como si nunca hubiera estado ahí. El dolor en el pecho murió junto a la presión que le impedía respirar.

—No... ¡No!

Los ojos de la Arqueóloga se tornaron grises, y una cruel sonrisa atravesó su rostro.

Quizá no me expliqué bien: Quería decir que no puedes morir si yo no lo deseo, Arqueóloga.

Aterrorizada, Aitana se levantó y corrió a ciegas a través del Everfree, buscando un barranco, un rio, ¡cualquier cosa que le permitiera matarse! Pero, al instante, la voluntad de Kolnarg se hizo mas fuerte que nunca. Aitana se detuvo en seco, gritando, al tiempo que un fantasmagórico cuerno negro aparecía en su frente.

Habiendo regresado el color gris a las pupilas de la poseída yegua, Kolnarg se alzó e inspiró profundamente. Era un placer volver a sentir el aire en los pulmones de un mortal; en su mente, sintió la voluntad de la Arqueologa dar unos últimos estertores agónicos antes de quebrarse.

—¡No! —gritó Aitana, recuperando momentaneamente el control durante los que serían sus ultimos instantes de libertad—. ¡No puedes hacerlo!

La yegua giro la cabeza en dirección contraria a la que miraba, esbozando una cruel sonrisa y hablando con voz baritona.

Tengo todo el tiempo del mundo, Dawn Hope. Tu solo eres una mortal.

La Arqueóloga se lanzó al suelo, cubriéndose la cabeza con las patas y gritó con todas sus fuerzas, como si así pudiera espantar al espíritu que la atormentaba, o como si alguien fuera a responder a sus suplicas. Fue entonces cuando sintió la magia congregarse a pocos metros de ella; la primera voz fue de una yegua.

—¡Doctora Pones!
—Twilgiht.... —acerto a susurrar la aludida—. ¡Vete! ¡No puedes ayudarme, no mueras por mi!
—¡AITANA!

La yegua reaccionó a la segunda voz de un semental; desde su posición solo pudo ver sus patas y el pelaje verde menta cuando se acerco a todo galope; notó cómo la tomaba en sus cascos y, en seguida, observó sus inconfundibles ojos castaños cuando se agacho sobre ella con gesto aterrorizado.

—¡Aitana, tienes que aguantar!
—¡Hope! —exclamo ella, sin poder creerse que lo estuviera viendo—. ¡Hope, no puedo! ¡Kolnarg ya ha...!

Terminó la frase con un rugido sobrenatural; la oscura magia del nigromante la cubrió durante un segundo.

—¡Hope lo siento! —gritó Aitana—. ¡Te mentí! ¡Te mentí! ¡Y luego no podía mirarte, tenía que culpar a alguien y te culpé a ti, lo siento!
—¡Eso ahora no importa! ¡Tienes que aguantar! ¡Aguanta, por lo que más quieras!

A la espalda de Hope, Twilight Sparkle observó la escena con la consternación reflejada en su rostro. Sin embargo sabía que no debía perder la calma: Solo tendría una oportunidad de ayudar a Aitana Pones, y no pensaba desaprovecharla. Su cuerno brillaba levemente, ya que estaba cargando con su magia un enorme libro; lo hizo levitar frente a ella y lo abrió, pasando las páginas a toda velocidad. Cuando encontró el texto que buscaba lo empezó a recitar en voz baja, mientras el brillo de su cuerno se volvía más intenso. Pronto, un amplio círculo rodeó a la poseída yegua y a Hope Spell, siendo rodeado después por un círculo ornamentado por una serie de runas mágicas que se iluminaron al canalizar la magia de la alicornio.

Ella era una princesa de Equestria, y no podía permitir que el regreso de Kolnarg pusiese en peligro a todos los pequeños ponis que debía proteger.

Pero, por encima de todo, Aitana Pones era su amiga.

La guerra en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora