La claridad del nuevo día precedió al sol de la princesa Celestia, el cual se preparaba para mostrarse, implacable e inmisericorde, sobre el desierto. El relente de la noche empezó a retirarse y en pocos minutos dejaría paso al insoportable calor característico de los Reinos Lobo. Sobre el horizonte, hacia el suroeste, varias columnas de humo se alzaban. No se podía ver de dónde surgían exactamente, pero las dos yeguas que caminaban por la arena sabían bien que eran restos del desastre de Joth-Lambarg.
—¿Falta mucho, Aitana?
—Oh, por todo lo que... Macdolia, te juro que si lo vuelves a preguntar te quito tu ración de agua.
—Pero en serio, llevamos la mitad de la noche caminando. ¿Cuánto puede faltar?
—Probablemente un par de horas. Tendremos que buscar un refugio pronto.
—Sí, quizás lanzarnos al desierto sin pensar una ruta no fue una gran idea...
La arqueóloga se detuvo, mirando a su amiga con una ceja levantada.
—¿Lo estás diciendo en serio?
—En parte, supongo —contestó Macdolia—. Aunque creo que estoy... tratando de...
—¿Qué?
Macdolia se quedó unos segundos en silencio, con una expresión de dolor que incluso Aitana logró captar.
—Aitana, si mi trabajo es proteger ponis es porque siempre he tenido... el don de la oportunidad. Siempre conseguía aparecer en el momento oportuno para salvar a aquel que lo necesitase y nunca nadie había tenido que... —la yegua bajó la vista—. Pero esto... esto ha sido distinto. Tantísimas vidas consumidas por esa maldición, y yo no he podido hacer nada por ellas... Nada, salvo ahorrarles una existencia cruel dándoles el golpe de gracia... Me siento tan...
Macdolia no acabó la frase, sino que cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes con rabia. Culpa, remordimientos, vergüenza... ella misma no sabía bien cómo sentirse. Sin poder evitarlo revivió varios momentos de la noche anterior: los gritos de terror, las caras de angustia, los cuerpos inertes en el suelo...
Sintió el contacto de Aitana contra su flanco, como un suave empujón.
—Escucha, Macdolia. Lo que has vivido es una mierda, algo que pocos ponis podrían superar. Si quieres llorar hazlo, si quieres gritar hazlo... pero ahora no. Ahora necesito... necesitamos que te centres, ¿de acuerdo? Vamos a seguir adelante, vamos a encontrar a Manresht y acabaremos con esta matanza.
—¿Y qué pasa si no lo conseguimos? —respondió entre dientes.
—Envié un mensaje anoche. Si no lo conseguimos, otro Arqueólogo acabará con esto.
Macdolia abrió los ojos de golpe, se separó de su amiga y la encaró, con lágrimas luchando por escapar de sus ojos.
—¡¿Y por qué no han venido a ayudar?! ¡Esto nos viene grande, Aitana! ¡Miles de personas inocentes están muriendo, ¿y tus compañeros esperan que lo resuelvas o mueras antes de mover un dedo?!
—No han venido porque somos muy pocos los que investigamos lo oculto, y cada cual tiene sus propios asuntos entre pezuñas. El arqueólogo más cercano está a varias semanas de viaje de aquí, no pueden ayudarnos. ¡Deja de una vez de desesperar y culpar a cualquiera de lo ocurrido, joder! Todas las personas de las que hablas dependen de nosotras, y no vas a arreglarlo gritando y llorando en medio del desierto.
—¡Podrías decir lo que sabes a la guardia loba! ¡Alguien nos ayudaría!
—¡No digas gilipolleces! En los Reinos Lobo sólo los más ambiciosos y crueles llegan a ser alguien en el ejército, y los mercenarios luchan por dinero. ¿De verdad quieres acercar a alguien así a la corrupción demoníaca?
ESTÁS LEYENDO
La guerra en las sombras
FanfictionEquestria es un principado conocido por la paz: las princesas gobiernan, asegurando la felicidad y prosperidad de su nación, y las guardianas de la Armonía velan por acudir a la llamada cuando sea necesario. Mas pocos conocen la auténtica verdad que...