El viaje de Mater Luminis

10 0 0
                                    

Pergaminos.

La última semana de vida de Aitana Pones se había convertido en una sucesión interminable de más y más pergaminos. Los contactos de Alib habían dado su fruto, y pronto la arqueóloga consiguió acceso a las principales bibliotecas de Taichnitlán. Pero, aunque la información era mucha, poca le estaba siendo útil en su investigación.

Como era de esperar, toda referencia a Manresht quedaba oculta bajo la idea de que era una leyenda sin fundamento: No había pruebas, de acuerdo a los eruditos lobo, por lo que nunca se había investigado oficialmente. Aitana tenía que basarse en poemas, obras de teatro y referencias ocultas bajo historias diferentes, y las complejas runas lobas y sus diferencias sintácticas entre los diferentes dialectos eran una dificultad añadida a la labor. La poni de tierra se echó hacia atrás, quitándose las diminutas gafas de lectura y se estiró.

—Me voy a cagar en las condenadas runas lobas. Cojones.

De pronto la puerta de la sala se abrió, dejando entrar de golpe el brillante sol del desierto. Aitana se cubrió el rostro.

—¡ARG! ¡Mis ojos!

—¡Ahí va! Perdona, Aitana —se disculpó Macdolia con una sonrisa, antes de cerrar la puerta—. Te he traído algo de comer.

La poni roja paseó una bandeja de higos frente la yegua marrón. Esta apartó los pergaminos e hizo sitio para que Macdolia se sentara.

—¿Nadie te ha puesto problemas? —preguntó la arqueóloga.

—Nah, ninguno. Se ve que no quieren problemas con mi "amo".

—Je, claro. Las esclavas poni son muy caras.

—Ya ves. Dime, ¿has encontrado algo en este montón de pergaminos?

Aitana masticó un higo mirando a Macdolia agriamente, sin responder.

—Vale, lo tomaré como un "no".

—Hay muy pocas referencias fiables sobre Manresht —respondió la arqueóloga—. Y encima escrito en lobo, sus putas runas son un infierno de leer.

—Ya te digo.

Ambas yeguas se quedaron mirando. La cara de Aitana era un poema de incredulidad.

—Espera, ¿también entiendes las runas lobas? No es un alfabeto sencillo, precisamente.

—Ehm... bueno. Hablo muchos idiomas —respondió la poni roja.

—Mira tú qué bien.

Ninguna dijo nada durante un rato, mientras comían en silencio. Aitana observaba a su compañera con una mezcla de curiosidad y desconfianza; era evidente que esa yegua ocultaba mucho más de lo que mostraba, el qué, era otra cuestión. Hacía ya un par de días que le había explicado las razones de su viaje a los Reinos Lobo: la investigación sobre un nuevo posible alzamiento de Manresht. De todas formas, esa no era una información que ocultara -se la había contado a Alib y, por lo tanto, media ciudad debía estar ya enterada-. Pero la arqueóloga todavía no se fiaba de Macdolia, su historia tenía demasiados agujeros.

Aún así, había decidido que seguiría adelante con su plan para liberarla; fuera cual fuera su secreto, Aitana consideraba que ser un esclavo era un destino peor que la muerte misma. El collar de esclavitud seguía firmemente asido al cuello de la poni de las coletas; por suerte, Alib cumplió su palabra y había dejado a Macdolia "al servicio" de Aitana sin interferir. Si todo iba bien, en un par de días recibiría el Cetro Dorado del Alicornio y, así, cerraría el trato de una vez y podría seguir con sus investigaciones... si es que estas daban algún fruto. Estaba de hecho cumpliendo dos objetivos al mismo tiempo, al hacerle entrega de dicho cetro al comerciante lobo.

La guerra en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora