VII

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Parecía ser muy tarde cuando abrí los ojos. Los pajarillos aun cantaban pero su coro parecía haber disminuido, como si lo mejor ya hubiera pasado. Me levante de un sentón, seguro iba a llegar tarde al entrenamiento de hoy, entrenamiento de espadas. Y no era como si a mí, en lo personal, me interesara la clase, pero era una de las pocas a la que asistía y debía llegar temprano, tan siquiera.

— ¡Corré, Karissa! ¡Se nos hizo tarde! —apremie hacia la cama donde dormía Karissa.

Desde hacía unos días ella había insistido en comenzar a dormir sola. Pero cuando observe bien el bulto de mantas, ella no estaba.

Corrí por toda la cabaña gritando su nombre. Pero nada. Ella no estaba allí.

Los nervios me invadieron.

Lo único que se me ocurrió fue buscar la ayuda de Nico, así que me dirigí corriendo a su cabaña. Normalmente, no me hubiera puesto así, pero ahora, con esa horda de desapariciones mis nervios se había puesto de punta.

— ¡Nico! —le grité con el aliento que me quedaba. Él se enero de la cama asustado—. ¡No la encuentro! ¡No la encuentro!

— ¿Qué? ¿A quién? Explícate pero despacio —dijo tratando de calmarme.

Hice un esfuerzo para hablar lento.

—A Karissa. Cuando me desperté, ella no estaba —le informe.

El rostro de Nico se endureció.

—Vamos a buscarla, tranquila. La encontraremos —dijo tomando su espada, que estaba al lado de su cama.

En el momento que nos encontramos con campistas, fue inundación de preguntas. Realmente, no sabía en qué estaba pensando. Si en Karissa o en Apolo.

La noche anterior, en la fogata había llegado un chico, cuyas únicas palabras antes de desplomarse en el suelo, habían sido: "Hola, soy Apolo".

Ya me ocuparía de eso después. Ahora tenía que encontrar a Karissa, por el amor a los dioses. Acudimos a todos lados, las cabañas, el límite del bosque, el árbol de Thalía, la muralla de lava. El único lugar faltante era la casa grande, la enfermería y el pabellón del comedor. Así que decidimos ir allí.

De nueva cuenta fuimos atrapados en una avalancha de preguntas. Las ignoré totalmente, pues frente a los altares donde se quemaban las ofrendas, estaba una minúscula niña castaña con el cabello hasta los hombros, ella estaba dando una ofrenda a Apolo.

Me acerqué corriendo a toda prisa y la voltee hacia mí, pues estaba de espalas. Me arrodille frente a ella y zarandeé sus hombros.

— ¡¿Qué estabas pensando?! —pregunte—. ¡Te dije que no podías ir a ningún lado sola! —chillé.

Ella comenzó a llorar y yo la apreté contra mí en un gran abrazo.

—Sabes que no debes estar sola —repetí más bajito.

Sentí como asentía.

— ¿Por qué saliste de casa sola? —pregunté.

Ella me miró con sus granes ojos llenos de esperanza.

—Escuché que papá... —negó la cabeza corrigiéndose—. Que el señor papá Apolo, estaba en el campamento. Quise dar una ofrenda a los dioses para que así sea, porque lo extraño.

La tomé en mis brazos. No la culpaba, también yo, después de seis meses, quería creer que era él.

Volteé a ver a Nico.

— ¿Sabes algo de lo que ha estado preguntándome la gente toda la mañana? —le pregunté a Nico.

Él negó lentamente.

Madre De HéroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora