Adrièn

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-Adrièn ha venido una tal Marinette. Dice que tenéis que hacer un trabajo de biología.- dijo mi fría asistente Nataliè.

Muchos de mis compañeros pensaban que era mi madre, ya que siempre estaba cerca siguiendo las órdenes de mi padre. Pero para Nataliè no soy más que una, carga, una obligación más del día a día, y jamás podré querer a alguien así.
-Perfecto, bajo a recibirla.-le contesto.

Bajé las frías escaleras de mármol y encuentré a Marinette notablemente sorprendida y mirando la casa con los ojos muy abiertos. Está preciosa con su su gabardina roja y sus botas militares de piel. Estoy seguro que mi padre aprobaría este estilo, sin duda Marinette es una gran diseñadora, porque estoy completamente seguro de que todo lo que llevaba puesto lo había diseñado ella.

En ese momento me vio bajar las escaleras y me dirigió una dulce  sonrisa

-¡Adrièn tienes una casa impresionante!-exclamó con una gran sonrisa en los labios.

-Gracias Marinette, esa gabardina te queda muy bien.

-¿Sí? ¡Muchas gracias!-dijo complacido.

Me di cuenta de que ya no.tartamudeaba ni se ponía roja, por lo visto estaba mucho más tranquila y eso me gustó.

-Tú también estás genial hoy. Quiero decir, siempre estás genial no es que sea solo hoy, quiero decir...-intentó terminar mi compañera.

Yo llevaba puesta una sudadera negra de la marca de mi padre, pantalones cortos blancos y el pelo despeinado.

-Tranquila, vamos a mi habitación y empezamos a hacer el trabajo.

-¡Genial!-exclamó tras un poco sutil suspiro de alivio.

-¿Que vais a hacer Adrièn?-preguntó mi padre en tono implacable.

No le vi venir, tiene un don especial para aparecer de inmediato sin que tú lo notes y estaba seguro de que pondría pegas a que Marinette hubiese venido a casa.

-Vamos a mi cuarto a hacer un proyecto de Biología.-le contesté igual de frío e implacable.

Así se había vuelto nuestra relación, hasta el punto de llegar a ser un completo desconocido para mi propio padre.

-¿A sí, y por que no lo hacéis aquí?-preguntó asesinando con la mirada a Marinette, que comenzó a temblar.

-Principalmente porque aquí no hay ordenadores padre.-le dije intentando no reírme al ver su cara.

-No me gusta que traigas a tus amigos a casa Adrièn, y lo sabes.-añadió frunciendo el ceño, una expresión muy habitual en su rostro

-Marinette solo ha venido a hacer un trabajo padre.

-Esto no lo apruebo.

Y sin más preámbulos se dio la vuelta y volvió a su despacho.

¿Siempre es así?-me preguntó Marinette  sorprendida.

-Sí, desde que desapareció mi madre llevamos una relación difícil.-le contesté con la mirada baja.

-Lo siento Adrièn, no tenía ni idea.-dice ella.

-Sí, últimamente es peor, apenas me deja salir de casa para ir al colegio.

-De verdad que lo siento, no te mereces esto.

Entonces hizo algo que me pilló desprevenido: me abrazó.

Sentí una sensación extraña durante ese abrazo, ya que mi padre no me ha abrazado desde la desaparición de mamá y había olvidado esa cálida sensación de alguien apoyándote.

-Gracias Marinette.-le dije sonriendo.

-De nada, no puedo permitir que estés triste.-añadió ella con una sonrisa aun más grande.

Desde luego puedo confiar en Marinette. A partir de ahora será mi mejor amiga.

-Será mejor que subamos y empecemos el projecto o no acabaremos nunca. Cuando lo terminemos podemos jugar a algún videojuego que por lo que he oído eres muy buena, aunque no lo suficiente para derrotarme señorita Dupain-Cheng.-susurré  en tono cómplice.

-De acuerdo señor Agreste, va a morder el polvo.

Soltando una risa sarcástica le agarré de la mano, y le llevé a mi enorme habitación.

El desenlaceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora