El Poeta

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CAPITULO I

El Poeta

No había nada más en ese momento; sólo el viento y su cabello. Mis lúgubres ideas se disiparon con cada metro que borraba entre su mesura y mis nervios; sencillamente mi alma era suya esa noche.

Versificar este momento es algo inexacto, nada efímero puede haber en todo, como el cosmos para el hombre, algo extenso para sus ojos, pero efímero como el viento; ella fue mi cosmos, y mi viento plomo, mi omnipotencia, mi destierro.

El movimiento de sus manos entre la maraña de mi pelo, su desventura mi aventura.

Como podría un hombre pedirle al viento que le devuelva algo que no existió... Fue lo último que alcancé a leer y a memorizar, su mirada dirigida a la ventanilla que estaba a su lado denotaba una personalidad distraída pero dulce, su barba de semanas lo hacía ver responsable de todo lo que escribía, su cabello alborotado distanciaba a la superficialidad de su materia, cerraba constantemente sus libros y suspiraba. Tenía a mi derecha la vida de un poeta desventurado.

Han pasado dieciocho meses desde que lo vi en el colectivo de vuelta a casa, no puedo dar tanto detalle de cómo iba vestida ese día, ni del clima, y mucho menos de las personas que iban en los demás asientos, porque todo esto carece de importancia desde que subí y me senté a la par suya. Comienzo a escribir sobre él porque en estos momentos él ha cambiado mi vida por completo; empecé a estudiar literatura hace dos años, seis meses en la universidad y nada bueno había surgido, escribía todo tipo de artículos para mis clases, artículos que en verdad me llenaron de manera fragmentaria, al final creo que la ayuda que le intentamos dar a las demás personas son un grito de ayuda para nosotros mismos, como el psicólogo procurando sanar el dolor, apasionado al altruismo porque ya lo han dañado desde que lo engendraron. Los deseos son el producto de ausencias; el medico apasionado ha perdido a alguien por alguna enfermedad incurable o compartió muy poco con su padre médico porque este era adicto al trabajo, necesita llenar ese vacío que dejo el padre, lo llena con un anhelo, pasaba lo mismo con mis artículos, los escribía con el fin de poder ayudar al lector, pero esa ayuda era algo inconsciente, algo que yo necesitaba y lo solventaba escribiendo; servimos en la mesa lo que queremos comer.

La mayoría de artículos escritos en mi trayectoria universitaria aludieron mis ausencias, pero ninguno pudo ganar el Premio Literario Anual, hasta hace tres semanas, dos años en la universidad y en mi tercer intento no solo obtuve el Premio Literario, obtuve ansiedad, fama, elogios, consideraciones extras, trabajo y cariño, me había convertido en un término común para la ciudad y para el país.

Dos noches antes de la entrega del artículo anual, me estaba derrumbando, no tenía nada para escribir, estaba acostada boca abajo en la cama y con la almohada sobre la cabeza tratando de amordazar mi llanto, creí que tener una sola luz amarilla en mi cuarto me daría inspiración, pero no ayudó ni eso ni la música de F. Chopin, trataba de sacar algún recuerdo doloroso de mi mente, sin embargo ninguno pudo causarme otra cosa más que vergüenza, la verdad es que estaba llorando por tener aun esa esperanza de ser escritora algún día, de que mis libros se vendieran a poderosos intelectuales literarios, que chicas como yo se inspiraran por ellos y escribieran también, esa esperanza de tener algo para mí, algo en que ser buena y apasionada se estaba desgarrando lentamente por mis pensamientos y comenzaba a creer que estaba destinada a una carrera más práctica; administradora de algún negocio, abogada o algo que no tuviera que ver con emociones. Pasaron aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos de llanto y vergüenza, me quedé dormida, la música continuaba con su tono melifluo, la puerta cerrada y la luz deprimente ahorcándome. Desperté por la madrugada, todo en mi cuarto seguía igual, incluso todavía sentía el nudo en la garganta y los parpados pesadísimos, mi respiración flemática obstruía mi tranquilidad, observé lentamente todo el cuarto, giré la cabeza de derecha a izquierda y todo se encogió, las cortinas, la puerta, la lámpara, las hojas en blanco, el techo, las ventanas, los lápices y cada objeto eran parte de mí, conformaban el alma y cuerpo de una chica deprimida; los músculos del brazo se me tensaron y un fuerte dolor de cabeza, fueron suficientes para sentirme tan enferma, quería vomitar y gritar pero seguí ahí, sentada en mi cama. La mirada se me estancó en la pared, donde estaba pegado el poster de The Smiths, una banda de rock, la misma banda que escuchaba el día que conocí al poeta en el colectivo, ahí empezó todo.


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