El árbol de sicomoro parte 2 (Sakura)

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Esa noche después de cenar mi papá salió a pintar. En el frio de la noche, debajo del fulgor de la luz del pórtico, salió a ponerle los detalles finales a un amanecer en el que había estado trabajando. Tomé mi chaqueta y salí a sentarme a lado de él, silenciosa como un ratón.

Después de unos minutos, dijo:

— ¿En qué estás pensando, cariño?

De todas las veces que me había sentado a fuera con él, nunca me había preguntado eso. Lo miré pero parecía que no podía hablar. Él mezcló dos tonos de naranja juntos, y muy pidió suavemente.

— Háblame.

Suspiré tan alto que hasta yo me sorprendí.

— Entiendo por qué sales aquí, papá.

Él intentó bromear.

— ¿Te importaría explicarle a tu mamá?

— En serio, papá. Ahora entiendo eso de que un entero es más que la suma de sus partes.

Él se detuvo.

— ¿Lo entiendes? ¿Qué pasó? ¡Cuéntame!

Así que le dije sobre lo del árbol de sicomoro. Acerca de la vista, y de los sonidos, y de los colores y el viento y como era que estar tan alto te hacía sentir como si volaras. Se sentía como magia. No me interrumpió ni una vez, y a la mitad de mi confesión, lo volteé a ver y le susurré:

— ¿Subirías conmigo?

Él pensó en eso por un buen tiempo, luego sonrió.

— Ya no funciono mucho para escalar, Sakura, pero trataré, claro. ¿Qué te parece este fin de semana? Cuando tenemos mucha luz del sol para trabajar.

— ¡Genial!

Me fui a la cama tan emocionada que no creí que fuera a dormir más de cinco minutos en toda la noche.

El sábado estaba a la vuelta de la esquina. ¡No podía esperar!

La mañana siguiente corrí a la estación del autobús tempranísimo y subí al árbol. Alcancé a ver el sol saliendo a través de las nubes, lanzando rayos de fuego desde un fin del mundo hasta el otro. Y estaba a la mitad de mi lista mental de todas las cosas que le enseñaría a mi papá cuando escuché un ruido abajo.

Miré hacia el piso, y abajo de mi habían dos camiones estacionados. Grandes camiones. Uno de ellos era un remolque, un tráiler vacío y el otro tenía un recolector — el tipo de recolector que usaban para colocar la luz y los postes del teléfono.

Habían cuatro hombres parados platicando, tomando directo de termos, y casi les grito desde arriba, ―Lo siento, pero no se pueden estacionar aquí... ¡Es la parada del autobús!‖; antes de que pudiera hacerlo, uno de los hombres empezó a sacar sus herramientas. Guantes. Cuerdas. Una cadena. Orejeras. Y después motosierras. Tres motosierras.

Y aun así no lo entendí. Y seguía mirando alrededor tratando de descifrar que era lo que querían cortar. Entonces uno de los chicos que subía al autobús empezó a hablar con ellos, y pronto me estaban señalando. Uno de los hombres me llamó:

— ¡Oye! Más te vale bajar. Tenemos que cortar esta cosa.

Me agarré fuertemente a una rama, porque de la nada sentí como si me fuera a caer. Me las arreglé para no ahogarme.

— ¿El árbol?

— Si, ven abajo.

— ¿Pero quién le ordenó cortarlo?

Mi primer amor (sasusaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora