Después, libro primero.

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I.
No viniste.
Esperé toda la tarde subida al sauce, con los mosquitos zumbándome en la cara y el pelo pegajoso por la savia, esperando a que volvieras del pueblo.
Sabía que habías ido allí. Te oí preguntarle al señor Johnson después del oficio religioso si podías ir a su casa al atardecer. Supuse que que querrías pedirle prestado su tiro de bueyes.
Pero tardaste mucho. No apareciste. Tal vez te invitaran a cenar. O quizá volvieras a tu casa por otro camino.
Me gané una reprimenda de mi madre por no haber terminado mis tareas ni haber llegado a cenar. Me dijo que sólo me habían dejado los restos pegados a la cazuela. Darrel la había rebañado hasta dejarla reluciente, pero Madre me hizo lavarla en el arroyo de todos modos.
No hay nada tan brillante como el arroyo durante el día, y nada tan oscuro como el arroyo en las noches sin luna.
Me incliné para beber; era lo único que tenía para llenar el estómago. Pensé que tal vez tú también estuvieras sediento y pegajoso tras un día agotador de siega, y que antes de irte a dormir quizás hundieras las manos en el arroyo para beber el agua que yo había besado. Desde que eras niño, has ido ahí para refrescarte casi todas las noches de verano.
Pensé que, en la oscuridad, yo sería como cualquier otra muchacha para ti. Bajo mi vestido no tengo motivo de vergüenza.
Pensé que, si lo supieras, tal vez me mirarías dos veces; tal vez inclinarías tus pensamientos hacia mí para ver si se retraen o se demoren.
Pues no lo sabes.
Nunca lo sabrás.
Porque me han prohibido que te lo diga.

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⏰ Última actualización: Jul 19, 2016 ⏰

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