Los pasos en aquella clínica resonaban en los oídos del chico, eso lo hacía ponerse un poco nervioso. Al llegar a su destino, se posiciono frente a una puerta color café, junto a la puerta había una placa que decía el apellido del psicólogo que lo atendería. Golpeo un par de veces la puerta con desconfianza, al abrirse un hombre de unos 25 años lo observó sin interés alguno. El psicólogo era alto comparado con el chico, su cabello era negro y tenia un par de canas en el, sus ojos eran color celeste, cosa que hacia que el chico no dejara de observarlos. Era guapo, demasiado para parecer un hombre aburrido a simple vista, sus brazos cruzados en su pecho hacia resaltar los músculos en sus brazos, se notaba que se ejercitaba. El silencio inundaba el pasillo, ninguno decía nada, el ambiente comenzaba a ponerse un poco incomodo. El hombre se volteo y le hizo un ademán al adolescente para que entrara. El chico cerro la puerta tras el y se sentó en un sofá color beige y dejo su mochila en el suelo mientras se acomodaba en el incomodo sofá.
—¿Diego Evans, es así tu nombre?—pregunto el psicólogo. el chico solo se digno a asentir, la voz del hombre era muy seria, y había tomado desprevenido a el chico.—¿Porque vienes a mi consulta?.
—Bueno, en realidad yo me pregunto lo mismo.—respondió posando su mirada en el esbelto hombre que lo penetraba con la mirada.
—¿Que quieres decir con eso?—interrogo el azabache.
—Mis padres se separaron y piensan que quedare con algún trauma psicológico o algo así.—contesto con burla y sonrió frivolamente.—La verdad es que no me interesa, ni me va a interesar.—se encogió de hombros.
—Entonces no tienes nada que hacer aquí.—refuto el mayor.—Pero no podemos hacer nada. Tus padres pagaron para que vengas cinco meses a mi consulta tres veces por semana.
—Lo se.—chasqueo la lengua un poco molesto.—Pero a ellos les gusta desperdiciar dinero.
—¿Te importa si hago unos informes?—el adolescente negó.
Diego se acomodo en el sofá y se coloco sus auriculares, observó detenidamente aquella habitación tan silenciosa. Había poca luz, pero lo suficiente como para que fuera agradable a la vista, las paredes eran color burdeo, había un pequeño escritorio, y varios sofás, era un lugar realmente acogedor y cálido, comparado con el frió que hacía afuera. Ya era otoño y comenzaba a hacer bastante frió, pero eso a Diego le encantaba. Pasaron cuarenta y cinco minutos, ya había terminado la consulta, así que Diego se levanto, y sin decir nada se paro en la puerta y observó al hombre por ultima vez, su expresión estaba igual de seria que cuando llegó. Diego bufo y abrió la puerta.
—Adiós.—mascullo el muchacho y cerro la puerta.
Al salir de la clínica un viento helado recorrió su cuerpo causándole un gran escalofrío. A paso relajado peino su flequillo castaño con su mano derecha. Tenía quince años, los acababa de cumplir meses atrás, pero para su poca edad era muy serio, parecía que no le importaba absolutamente nada, pero su aspecto físico no venia mucho con su personalidad. Era un chico realmente adorable a simple vista, su piel era muy pálida ya que casi nunca salia de casa si no era para ir al instituto, su cabello llegaba un poco más abajo de sus orejas, sus ojos eran color café y sus pestañas eran muy largas, era pequeño y muy delgado. Pero su personalidad no tenía nada que ver con su aspecto realmente, era un chico muy serio, terco, de pocos amigos, nunca sonreía y tenía mala fama por ser directo y sincero, aveces eso no es lo mejor que puede hacer alguien. Era un completo emo, como decían sus amigos.
Diego se tropezó con una grieta y callo al suelo rasgándose los pantalones, sus rodillas se lastimaron un poco, pero el solo quería ir a casa. Golpeó su pierna frustrado por ser tan torpe y siguió su camino. Su casa quedaba realmente lejos, pero le relajaba mucho caminar en la noche, el aire fresco lo hacia sentir libre y no como la marioneta que fue para sus padres años atrás. Desde que el era pequeño sus padres hacían lo que querían con el, lo vestían como querían, el actuaba como querían, tenia los amigos que ellos querían, el era como ellos querían, pero a la edad de trece años, Diego se canso de eso y hizo lo que pudo para que eso se detuviera de una vez, y lo logro, desde ese día dejaron de tratarlo de esa manera tan humillante para el.
Al cruzar la calle escucho que tocaron una bocina, Diego miro a su derecha y unas luces lo cegaron, cerro los ojos con fuerza pero en vez de sentir el impacto del coche en su cuerpo, lo que sintió fue que lo empujaban y alguien caía sobre el. Diego abrió los ojos con el corazón latiendole a mil por hora, y lo único que pudo ver solo fueron los ojos de aquel psicólogo, al cuál ni siquiera le había preguntado el nombre.
—¿Te encuentras bien?—preguntó el mayor preocupado, aún sobre Diego.
—S-si.—tartamudeo el chico, por el miedo que había sentido segundos atrás. El mayor noto eso y abrazo a Diego, cosa que hizo que el menor se sorprendiera, hace mucho tiempo que alguien no lo abrazaba.
—Todo estará bien. No paso nada.—trato de calmarlo el mayor.
—Gracias por eso...—murmuro el joven.
—No hay de que.—sonrió con sencillez el mayor, levantándose del suelo y ayudando a levantarse a Diego. El chico se quedo observando por un par de segundos al mayor, le sorprendió verlo sonreír, aunque minutos atrás pareciera un hombre completamente serio y sin sentimientos para el.
—¿Y que haces aquí?—pregunto extrañado el castaño.
—Se te quedó tu mochila.—le extendió la mochila al chico. Diego se dio una palmada en la cara y cogió la mochila mientras soltaba una que otra maldición.
—Oh..que idiota soy. Gracias...¿cuál era tu nombre?—se colgó la mochila en la espalda. el mayor sonrió con ternura, ese chico se vía muy adorable para el.
—Mi nombre es Thomas Miller, un gusto.—el chico estaba completamente confundido, ¿donde había quedado el hombre serio de hace minutos atrás?.
—Un gusto, bueno...yo me tengo que ir...—murmuro el chico sonriendo falsamente.
—Oh, esta bien, que tengas una buena noche.—se despidió el azabache sonriendo.
Diego se volteo y comenzó a caminar a paso rápido, ese hombre era muy bipolar, un momento estaba completamente serio y al otro era una persona agradable. Al llegar a su casa, se dirigió a su cuarto, ya que no había nadie en casa, tiro su mochila al suelo, se cambio ropa y se acostó en su cama, ya no quería saber nada por el día de hoy, solo quería dormir y no saber nada de nadie.
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El hombre que me salvo [BL].
Teen FictionDiego Evans es un adolescente indiferente con la vida, a sus pocos quince años sus padres se separaron, ellos creen que enviar a su hijo a un psicólogo sería lo mejor. El adolescente se topa con un psicólogo que parece realmente desinteresado por su...