PARTE IX

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Tiempo actual.

Con el dinero proporcionado por Hikke, Gustav completó para una pizza familiar así como de un par de refrescos que degustaron camino al hogar del primero.

—Bien, llegamos. —Indicó metiéndose por un hueco de lo que parecía un teatro abandonado.

Hikke dudó de entrar por unos momentos, pues era tan diferente al orfanato en donde solía vivir, sin embargo la curiosidad y las melodías que se escuchaban en el interior lo hicieron seguirlo.

Una vez dentro, se impresionó al ver tanto la estructura del lugar, así como un montón de niños, cada uno haciendo una actividad musical distinta; desde tocar piano, guitarra, triángulo y hasta canto.

Mientras él observaba maravillado, Gustav trató de pasar de inadvertido, pero el olor de la pizza se esparció por todo el lugar. "¡Pizza!" gritó el chico con el mejor olfato de todos y de esa manera advirtió a todos.

Pronto Gustav se vio aplastado por todos sus compañeros que, como perros salvajes y hambrientos, tomaron cada trozo de pizza al grado de devorarla por completo; todos ignorantes de que el jefe merodeaba por los palcos del teatro

— ¡¿Qué es ese alboroto?! ¿Por qué no escucho música?

Todos los niños se pararon en seco, al igual que Hikke que tragó saliva al ver la silueta de un hombre en el palco más alto. Este salió de las sombras, un hombre con el cabello y barba corto, que a simple vista no parecía gran cosa, pero que su porte y su tono de voz exigente asustaría cualquiera.

—¿Pizza?... ¿les gusta la pizza a los niños? ¡¿Quién la trajo?!

De inmediato todos apuntaron a Gustav, acusándolo con el jefe, quien lo reprendió con una aterradora mirada.

—Vamos Viggo, no tomé de tu dinero.

—Ah, ¿no? Entonces...—exigió el hombre una explicación.

—él la compró... con su dinero. —Apuntó Gustav a Hikke, que permaneció inmóvil en su lugar.

Viggo miró al escuálido y desconocido chico.— ¿Y tú jovencito eres...?

—Hikke, señor.

— ¿Qué haces aquí?

—Vine siguiendo la música.

De inmediato todos los niños e incluso el mismo Viggo se empezaron a reír del niño que permanecía apacible ante todo.

— ¿Y qué sabes hacer o tocar? Ya que la música hay que vivirla, sentirla, no sólo seguirla.  ¿Cuál es tu talento?

—Ninguno, nunca he tocado un instrumento. —Contestó el niño con sinceridad.

—Entonces no me sirves, te puedes quedar por esta noche, pero no te quiero ver mañana por la mañana. Todos los demás... ¡A DORMIR! —ordenó con exigencia y los niños como fieles perros lo obedecieron no sin antes dejar el motín que cada quien había conseguido del día.

—Bueno chico, suerte para la próxima. —Se despidió Gustav llevándose la guitarra y de lo que sobró de la pizza.

Hikke permaneció igual, las palabras simplemente no lo lastimaban porque muy en el fondo lo sentía, sentía que con la ayuda de la música podría encontrar a sus padres, sólo tenía que tomar la iniciativa.

Esa misma noche, tomó prestada la guitarra de Gustav, tocó ligeramente sus cuerdas y cuando creyó que ya estaba listo empezó a tocarla, sin siquiera tomarla, sólo golpeteando las cuerdas logró componer una melodía que salía del corazón, gracias a los dones que sus padres le dieron y eso lo hizo feliz pues cada vez se sentía más cerca de ellos. Por fin estaba conociéndolos y a la música.

Escuchando a tu destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora