Aquello que llaman felicidad

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El día había llegado al fin. Cinco meses habían transcurrido de su última conversación cara a cara, de las últimas caricias. No veía el momento en que las pequeñas charlas por móvil se convirtieran en palabras salidas de su boca, con su voz y con su entrañable acento. Estaba impactado de su propia trayectoria. A Orton le habían concedido una baja médica para cumplir con su palabra y tratar de redimir a la bestia que convivía con él desde que era un adolescente. Él no había tenido relaciones sólidas, no sabía lo que era comportarse adecuadamente con ninguna pareja. Becky Lynch había pagado caro el puesto de ser la primera novia del luchador y había vivido en carnes los efectos del maltrato psicológico. Al final, los avances del estadounidense habían hecho sus frutos y poco a poco retomó todas las relaciones con las que la había pifiado anteriormente, empezando por sus amistades en la compañía. Alberto, Paige, Zayn, Charlotte y Finn Balor acabaron ofreciéndole una segunda oportunidad que acabó con buenos resultados, para sorpresa de todos. Estaba cambiando, lentamente, gracias a las sesiones terapéuticas. Su trastorno era complicado de liquidar pero tenía arreglo.

Empezó a tener vida social nuevamente, y también tuvo que mejorar su capacidad para hacer amistades masculinas sin verlos como aspirantes a romper su relación. Con la irlandesa la situación se había sofocado muchísimo, sin embargo, echaba de menos tocarla, olerla, mirarla sin necesidad de una pantalla de teléfono. Sentía cierta amargura al ver cómo su vientre crecía sin estar presente para acariciarlo. Pero le había prometido ser leal a su propio juramento. Becky tenía otros motivos para estar alejada del país, la habían llamado para numerosas entrevistas y quedadas para conocer a sus fans. Los psicólogos también tuvieron trato con ella el primer mes de embarazo, ayudándola a salir del pozo mental en el que la había arrojado Randy con sus inseguridades. No obstante, su cambio fue mucho más veloz.

Al pasar esos cinco meses Randy estaba preparado para tener contacto con el público y volver al cuadrilátero. Seguiría tratándose con su psicólogo personal, pero ya no de forma tan intensiva. Había quedado esa mañana con Rollins y Ambrose para que le llevaran a su casa, junto con todas sus maletas. No tenía ganas de conducir.


Mansión de Randy


Dean: Ya está todo guardado. ¿Necesitas algo más?

Randy: No, muchas gracias por acompañarme. Creo que voy a dormir un poco, mañana tengo muchas cosas que hacer...

Seth: ¿Qué se siente al estar otra vez aquí? ¿Te invaden los recuerdos?

Randy: Muchos. Pero este viaje me ha venido bien... creo. Joder, estoy nervioso. Es como si hubiese vuelto a nacer en mi barrio de toda la vida.

Seth: Es lo que has hecho. Pero no del todo... creo que en breves se te va a quitar el sueño.

Randy: ¿Qué pasa?

Dean hizo un gesto a un aparente rincón vacío de la sala. De él apareció una chica de pelo naranja, de estatura inferior a los tres y con la mirada vivaracha de alguien que desprende buen humor. Ambrose le dedicó una sonrisa y besó su mejilla, antes de rodear sus hombros con un brazo y darse media vuelta en dirección a Randy. Éste se quedó pasmado, asimilando que aquella muñeca era quien quería que fuese. Se trataba de su esposa. Atravesó la sala de dos zancadas y la rodeó fuertemente de la cintura, alzándola del suelo para besarla. Becky sonrió en sus labios, cerrando los ojos y hundiendo los dedos en su pelo. Al separarse unos milímetros pegó la frente con la de él, dulcemente.

Randy: Te quiero... —murmuró, agachándose de a poco para volver a dejarla en el suelo— te he echado demasiado de menos, demasiado —volvió a abrazarla, pegándola a él. Reparó en algo que era imposible ignorar: su vientre, grande y masificado, chocó con el de él y esto le hizo bajar la vista a su barriga— pero, ¿cuánto ha pasado? No estabas así de gorda a los cinco...

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