Go On

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—Lo que sea —dice Justin sonando molesto, sin bajar su perfecta ceja llena de disgusto mientras se desparrama en su asiento mirando cualquier cosa menos a mí, con un aire arrogante y despreocupado.

—¿Entonces? —incito tras unos segundos de silencio a que diga algo, pero él se limita a encogerse de hombros y callar— ¿No vas a decir nada?

—No tengo nada que decir —contesta, poniendo los ojos en blanco.

Este idiota no es más que un maldito mocoso malcriado sin educación. Y las chicas dicen que es peligroso.

Puede que me ponga los ojos en blanco hasta que me muera, pero aparte de eso no veo que sea peligroso en absoluto.

—Bueno, ya que voy a ser la nueva Fabiola por un tiempo, deberíamos empezar a comunicarnos abiertamente con lo básico al menos —empiezo a decir con una falsa sonrisa de confianza en los labios. Justin solo me mira en silencio y empiezo a sentirme ansiosa. Sus ojos son pesados e intensos— No empezamos bien, ¿Cierto? Intentémoslo de nuevo. Encantada de conocerte, Justin, soy Alessia.

—Hola.

—¿Puedes ser un poco más amable? —pregunto entre mis dientes apretados, intentando no perder la paciencia.

—Confía en mí. Estoy siendo amable —dice sin ningún atisbo de sonrisa en su rostro. Suspiro y me relajo en mi asiento, coloco los codos sobre el escritorio y apoyo la cara en las manos.

—Mira, no perdamos el tiempo aquí. Lo único que tienes que hacer es abrirte un poco. Hablar de qué es lo que tienes en mente. O incluso... ¿Por qué tienes que estar aquí diaria y obligatoriamente?

—Porque Dan me odia. Solo por eso —masculla con enfado y respira profundamente— Mira, no te lo tomes como algo personal. No me gusta hablar con desconocidos, y mucho menos con alguien que quiere sacarme secretos que no puedo ir contando por todos lados.

—Lo entiendo —digo con una sonrisa— a mí tampoco me gustaría contarle cosas a una desconocida que parece ser muy entrometida... pero realmente necesitas hablar conmigo. No puedes venir aquí todos los días y limitarte a responder a mis preguntas con menos de cinco palabras.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué tengo que hablar contigo? —pregunta, poniendo los ojos en blanco con fastidio, como si las palabras le costaran.

—Porque ahora seré tu consejera o lo que sea. Mi obligación es ayudarte, y no puedo ayudarte si no me das nada con lo que hacerlo —le explico, sin conseguir más que otra mirada de enfado por su parte— si te preocupa que vaya a decirle algo a alguien, puedes olvidarlo. No puedo hacerlo, es ilegal. Firmé un acuerdo de confidencialidad, lo que significa que puedo ir a la cárcel si hablo con alguien de lo que me cuentas aquí.

Justin suelta una alta carcajada, pero no suena muy divertida. Es más bien una risa falsa y burlona.

—Y tú nunca harías nada ilegal, ¿verdad? —se burla y vuelve a reír. Como si tuviera su propio chiste interno que le divierte pero no le hace feliz— ¿Sabes cuánto tiempo me costó decirle algo estúpido como los nombres de mis hermanos a Fabiola?

Sacudo la cabeza sin apartar los ojos de su cara.

—Un año. Y siempre he tenido que venir todos los malditos días —contesta, cansado— no esperes mucho de mí.

—Quien sabe, soy muy buena en este tipo de cosas, apuesto a que puedo sacarte algo más importante en mucho menos tiempo —le aseguro, y antes de que empiece a hablar levanto la mano para que se calle— de verdad no creo que tu vida sea tan... complicada como para no querer decir nada, pero intentaré entenderte. De todas formas aunque no me digas nada, tengo tu expediente y puedo leerlo cuando quiera.

Pew, PewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora