✿ » Y entonces, su dulzura me contagio «.
Miku Hatsune siempre había vivido bajo un techo cálido, una agradable pastelería, su hermoso novio y por supuesto, una familia singular. La chica era considerada por los demás como alguien realmente agradabl...
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Las cortinas se movían suavemente, dejando que unos rayos de luz cayeran justo en la cara de la chica, arruinando su bella siesta. Sus mechones aqua-marinos tapaban su cara, más aun así se miraba majestuosa. No era una sorpresa que la chica fuera tan bella como su madre. Al ver que no podría dormir un poco más, se levanto lentamente, esperando que aquel día fuera tan bueno como los otros.
Como era de costumbre, siguió su rutina diaria al pie de la letra, la cual consistía en vestirse ligeramente y después, ponerse su delantal favorito —el cual era de un color rosa—, limpiar un poco el lugar y abrir las cortinas. Desde pequeña había visto como su madre y padre hacían lo mismo todas las mañanas, así que un día decidió dejar de ser una carga para sus padres y ayudar en algo, aunque fuero lo más mínimo. Entrecerró sus ojos y sonrió al ver que la gente venía rápidamente al lugar. Vio ligeramente la frase que había quedado grabada en las paredes de la repostería y aplaudió levemente.
"No se puede cocinar bien si el corazón no está puesto en ello".
Y ella, con tan solo ver aquella frase, sabía que este día sería lo que tanto amaba. Amaba darles la bienvenida a los niños, jóvenes y ancianos que normalmente venían todas las mañanas, fuera por una razón u otra. Fue directo a la cocina y empezó a hacer los pendientes de sus padres.
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