2. Segunda parte

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Una vez el coronel regresa a la sala de comunicaciones después de comprobar que todo marcha según las órdenes del general, en todos y cada uno de los puntos de la operación, entra el general también con la Coca-Cola solicitada. Observan que Peter está al teléfono hablando con las autoridades de Texas.

—De acuerdo oficial, estaremos en contacto, muchas gracias por todo —Y tras una pausa, se dirige a sus superiores—. Mi general, las autoridades de Texas están de acuerdo en que coordinemos nosotros las operaciones. No hay nada como llamar a los sitios desde el Pentágono para que todos se pongan de acuerdo y apoyen las decisiones.

—Sí Peter, pero la experiencia de todos los años de mi carrera, me ha demostrado con claridad que las órdenes sólo consiguen en la mayoría de los casos el verdadero y completo efecto para conseguir el objetivo. Cuando la persona que las recibe no las percibe de forma imperativa, como una orden a seguir sin más, sino todo lo contrario, hay que hacer que desde el más alto mando de la cadena hasta el último especialista que acomete dicha orden la perciban como una tarea a realizar entre todos en la que cada uno tiene su misión, viendo a la cadena de mando como un simple protocolo de coordinación.

»A fin de cuentas, es esta la única manera de conseguir que la persona que recibe la orden reciba también el propósito y el compromiso personal de llevarla a cabo, apoyándose entonces en todas sus aptitudes como la iniciativa para sortear los cambios que presenta el combate, que sin duda ocurrirán.

—Estoy totalmente de acuerdo. He visto fracasar operaciones cuyas decisiones eran correctas por no haber sido capaces los mandos de integrar en ellas a sus subordinados —ratifica el coronel.

—Yo también estoy de acuerdo —interviene el oficial.

El técnico principal de operaciones coge rápidamente el teléfono que sonaba.

—Al habla el sargento de comunicaciones. Dígame.

—De acuerdo mi comandante; mi general, nos indican de la base H 21 que el helicóptero de apoyo del convoy informa que este está llegando a la carretera que va del desierto a Comstock.

El general, con cara de satisfacción, responde:

—Bien, dígales que cuando lleguen a esta, les esperan policías del condado para acompañarles al hangar, situado a unas millas.

—Vamos a comer, así habremos terminado antes de que llegue la nave al hangar. ¿Tú vienes también, Peter? —comenta el general al tiempo que apoyaba su mano en el hombro del coronel.

—En cuanto termine la comunicación con la base H21, general.

—Te esperamos ahí entonces.

Mientras tanto, en el desierto, el convoy divisa la carretera y a los policías que tenían la zona totalmente acordonada de forma aparatosa. Comenta un soldado:

—Menudo despliegue, ni que transportáramos un cargamento de oro federal.

Responde entonces otro soldado, de forma irónica:

—Claro, solo transportamos lo que parece ser una nave extraterrestre que acaba de ser derribada por un avión nuestro, después de ser atacado y derribar esta al avión de combate que le acompañaba.

—¿Te parece poco? —comenta otro militar.

Minutos después llegaba el convoy a la carretera 90, siendo recibidos estos en primer lugar por el capitán del escuadrón encargado de preparar y acondicionar las instalaciones cedidas por las autoridades locales y, seguidamente, por los mandos policiales. Entretanto, nadie quitaba la mirada del extraño cargamento.

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