9/1-Mi historia.

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Nos sentamos en el banco con mucho miedo al destino. Con miedo a este momento, el momento que sabía que llegaría algún día. Eché la vista hacia atrás y miré al cielo.

-Se cuenta en todos los rincones del mundo, que si tras observar el manto estrellado ves al astro fugaz cruzar de punta a punta el cielo debes pedir un deseo, esconderlo bajo llave y este se cumplirá. Mi madre siempre lo decía. Era una mujer fuerte y segura, que pudo educar sola a dos hijos sin ayuda de nadie y junto a mi hermano eran lo mejor que he tenido nunca. Todo ocurrió el día de mi cumpleaños, un lluvioso 29 de Noviembre de 2014. Sin trabajo, solo, y prácticamente enfermo. Mi hermano y yo nos habíamos distanciado por problemas económicos y ese día no tuve ninguna llamada suya, ni de mi madre. La única llamada que recibí fue del hospital de la ciudad más cercana, el cual colocó la guinda al pastel; mi madre había muerto. Debí haber esperado, debí haber mirado el móvil tan solo un minuto después. Aun así no pude evitar la muerte de mi hermano, el cual había ido a buscarme, teniendo así un accidente con su motocicleta que le arrancó la vida. Pude ver su cuerpo sin vida y su rostro medio sumergido en un charco de la calzada. No paré. No me bajé, solo seguí la marcha lentamente. Lloraba y conducía. Conducía sabiendo que ahora estaba solo. Solo y condenado. Condenado para toda la vida. Una vida sin sentido a la cual pondría final. Vi la muerte a 100 metros delante de mí. A 100 metros se encontraba el cruce de la vía, el cual ya había bajado sus barreras y las luces rojas a los lados se hacían grandes gracias a la torrencial lluvia. Tan rápido como pude aceleré a ese cruce para poner punto y final a esta historia. Mi hermano y mi madre, mis dos pilares en mi vida, no paraba de recordarlos mientras me acercaba a toda velocidad al cruce ignorando todas las señales de tráfico, no me importaban las multas, ya que moriría. Casi podía escuchar el tren acercarse. Tenía que acelerar más. Meto sexta, mi corazón se para. Sentí el impacto. Pero el impacto era frontal. Mis vértebras gritaron y abrí los ojos para ver que no había llegado a las vías. Había empotrado el morro de mi coche en otro que conducía en la calle horizontal. El impacto fue tal que fue arrastrado varios metros metiéndose dentro del paso a nivel y arrancando las barreras. Pude ver como el tren arrolló el coche haciéndolo añicos. El coche que debería estar en las vías era el mío. Debería haber muerto yo. Me llevaron a comisaría y atribuyeron al accidente con un fallo de los frenos, no se me presentaron cargos ya que no hubo ningún testigo.

Tomé una respiración profunda y esperé una respuesta. Ahora que Naia ya sabía que había acabado con la vida de una persona pensé que se terminado todo. Las noches en el banco. Las risas. Los recuerdos.

Silencio. Un silencio frío. Naia no estaba a mi lado.

Miré hacia la derecha pero solo encontré el banco restante lleno de escarcha. Parecía como si Naia nunca hubiera estado allí. En la bolsa que había a mi lado estaba el abrigo y el bolso.

Salí corriendo por todo el paseo buscándola. Pensé al instante que se había asustado, que ya no me quería, que no me buscaría más, que no volvería a verla. Ese sentimiento de aprensión volvió a mí al verme totalmente solo. Llegué a la estación y grité. Grité pero no obtuve respuesta. Me senté y pensé que quizá estaba loco. Que Naia nunca había existido. ¿Quién demonios pasaría las noches fuera de casa todos los días a parte de yo? ¿Y si era producto del cansancio? ¿Y si realmente estaba soñando? Me paré un momento y fui sensato. Mis sentimientos si eran reales.

Naia había arreglado mis días y no iba a permitir que escapara. Así, corrí hacia el paseo deshaciendo mis pasos. En dirección al paso a nivel.

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