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Capítulo 1 - Decisiones

Sam, era un hombre que vivía de mandados y trabajos pequeños que hacía para ganarse unas que otras monedas de oro y con ellas comprarse algo de comida, los panecillos de manteca eran sus favoritos, y estaban al alcance de su pequeño bolsillo. El nació y se crió en Catalunia, después de un tiempo, en un poblado costero llamado El Puerto, se lo conocía así debido a que era salida y entrada de alimentos y madera, Sam a veces se metía ahi a ganarse la vida, a veces le pagaban por limpiar las cubiertas de los barcos mercantes y él aprovechaba y se llevaba algún "recuerdo" que veía por ahí. En su hogar, el cual fué adquirido por herencia de su ya fallecido abuelo, hay un estante donde yace todo el botín que ha recogido, bitácoras, dagas de acero, brújulas viejas de dudoso valor y algunas cartas y mapas de los capitanes, quizás guardaba esto último por si acaso se encontraba con algún tesoro que lo sacara de la ruina. Un día, uno de los dueños de los barcos le preguntó si quería ganar unas monedas, Sam no lo pensó dos veces y aceptó, lo hizo entrar a su barco y le dijo que lleve unas cajas hacia la carreta que estaba afuera, eran cajas llenas de fruta que había traído del bosque en donde se entrena la Armada de Hillberg, la cuidad más grande de la isla de Evol, los terrenos de los cuarteles y campos de entrenamiento de la Armada de Hillberg, son sólo para los soldados, aprendices y personal relacionado con la defensa de la ciudad, está terminantemente prohibido ingresar sin permiso, pero estas frutas son exóticas y su precio es muy alto, su costo puede llegar a las 150 monedas de oro y El Puerto es un lugar excelente para su embarcacion y venta. La autoridad en El Puerto es escasa y negocios así están a la orden del día, dinero fácil pero fuertemente penalizado, los pocos trabajadores que han entrado a hurtadillas a sacar el fruto y han sido capturados, todavía se lamentan, extrañando la luz del sol dentro de sus calabozos.
Sam empezó a bajar las cajas del barco, en total eran unas 15 cajas llenas del codiciado fruto, Sam, tentado por aquel alimento, quiso esconderse una caja para él, pero no sabía como hacer que el dueño se despistara, entonces tuvo una idea, ya que su casa se situaba a orillas del mar, las empezó a apilar cerca, cuando acabó le dijo al dueño y éste fué a revisar si era cierto, mientras lo hacía, Sam ágilmente cogió una caja y la puso sobre otras cajas que tenía en su entrada, así se camuflaría y pasaría desapercibida, luego subió las otras a la carreta, el dueño regresó y le pagó por sus servicios.
Sam esperó a que el tipo se vaya para así poder ir a revisar su botín, cuando la carreta del tipo estaba lo más lejos posible, Sam salió y entró la caja y rápidamente cerró la puerta. Desesperado por abrir la caja, agarró un martillo y empezó a quitar los clavos, mientras más clavos quitaba, más era su emoción, había conseguido una caja llena de silas, silas amuscariadas, se asemejan a las moras pero con un color naranja muy vivo, eso significaba que estaban en su punto, Sam vió maravillado, ¡la caja estaba llena de ellas! Comió unas cuantas, luego planeó venderlas discretamente en las destilerías y mercados del poblado a 200 monedas, Sam estaba contento por el hurto que había hecho.
Sam tenía muchos amigos alrededor del pueblo, pero el más apegado era Jack, el dueño de la destilería "Pasadena" y pensó que ahí debía comenzar. Jack era conocido en el pueblo gracias a su destilería, nunca había hecho tratos sucios ó negocios con gente mala, tenía una reputación buena y era un hombre de fiar.
Sam cogió unas cuantas silas y las guardó en su bolsillo mientras salía de su hogar, caminó calmadamente, pensando en el dinero que iba a ganar en el futuro, llegó a la destilería y procedió a entrar, alzó su mirada y vio un ambiente decaído y oscuro, como cualquier bar, borrachos, mujeres y gente adinerada celebrando porque sí, Sam, con una mirada fija hacia Jack, se dirigió al mesón y pidió lo mejor de la destilería...