Parte 6

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Desperté en medio de pura blancura. A mi alrededor no había nada, ni principio ni fin. Sin embargo, aquello se veía tan basto e infinito que daba miedo.

Estaba en un lugar vacío y lleno al mismo tiempo, pero no estaba sola

Levante con ayuda de mis brazos mi pesado cuerpo y adolorido y, al estirar los dedos, mis yemas rozaron uno de los muchos embaces cilíndricos y cajas esparcidas entre el infinito blanco. Estaban todos vacíos, como yo.

Entonces recordé.

Mis manos corrieron hacia mi garganta y tragué con fuerza. Algo me hizo estremecer, esa sensación de que te están observando.

Giré mi cabeza y levanté la mirada para ver la figura más horrenda y hermosa que nunca hubiese visto.

Un cuerpo debajo de una capa negra que serpenteaba en el aire, dejándose consumir por la luz blanquecina. Brillaba y danzaba en un espectáculo cautivante, y su figura se perdía como humo en el gran espacio.

No tenía rostro. Solo boca. Una boca pequeña y alargada, de labios púrpuras resquebrajados y tez inhumanamente pálida, el resto se perdía bajo la capucha de traje. Su sonrisa era pulcra y su lengua negra.

Era exquisito, perfecto para dibujar, y atemorizante, como salido de una película de horror.

Elegante, con su esbelta figura danzante, y grotesco, con sus labios muertos y marchitos y su boca negra, podrida.

Mi voz se trabó en mi garganta, tosí y respiré hondo.

Una vez recuperé la compostura, lo miré y el espectro negro me devolvió la mirada, lo supe sin ver sus ojos.

Bajo su cabeza hacia mí, prestándome atención, e hice la pregunta que tanto temía.

Era curioso porque lo había buscado pero aun así me llenaba de angustia oírlo.

Yo no quería aquello, así como tampoco deseaba el dolor. Pero el destino lo quiso así.

No importa quien seas, si el destino lo decide, llega y te arrebata todo, tan rápido como te lo ha dado. Te entrega todas esas emociones y luego las pisotea y te escupe en la cara.

Miré al espectro, resignada. Tal vez, él no quería estar allí tampoco. Quizás, a él también lo habían empujado al abismo. No le tenía miedo, éramos lo mismo. Simples piezas de ajedrez en un juego que no teníamos el poder de controlar, aún si veíamos venir el jaque.

—¿Estoy muerta? —le pregunté por fin, y el silencio consumió la respuesta que yo ya conocía.

Porque asi lo quiso el destino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora