Nuestra primera discusión real fue cuando descubrí que estaba desempleado hacía dos semanas y no me había dicho nada.
Nuestra segunda pelea fue cuando me enteré de que invertía nuestros ahorros en alcohol al volver a casa completamente borracho.
La tercera fue cuando desapareció por casi un día y la policía me llamó diciéndome que lo habían arrestado por ebriedad y violencia.
La cuarta fue cuando recayó luego de tanto tiempo sobrio y tantas charlas con psicólogos, después de años de trabajo duro, sacrificio y esfuerzo.
Y esa, esa fue la última.
Al menos la última en la que tuve la oportunidad de gritarle a la cara, porque ahora también estoy enojada, más que nunca. Pero él ya no está para que se lo diga, para que lo regañe, lo amenace.
Ni siquiera está para que pueda abrazarlo fuerte y decirle que lo amo.
Ya no está y punto.
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Ahora me arrepiento de la decisión que tomé, pero entonces todo parecía haberse derrumbado, parecía no haber otra escapatoria.
Caminar se me hacía pesado y apenas podía mantener los ojos abiertos. Quería dormir y no despertar más, y eso fue lo que hice.
Calmantes, antidepresivos, ibuprofenos, aspirinas, todo el botiquín del baño lo vacié sobre la cama. Y trago a trago me hundí en un mar de pastillas blancas.
Y me dejé caer, me deje ir a un lugar menos solitario, donde la angustia no me cerrara el pecho y la culpa no me atormentara.
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Porque asi lo quiso el destino ©
RomansaTe doy un consejo que alguien debió darme a mí mientras aún estaba con vida: No importa lo que pase, nunca, NUNCA, dejes que alguien que quieres se vaya...