Capítulo 8. El tercer elegido.

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Santi, al principio no nos creía; pero, al abrir los ojos de nuevo, se encontró rodeado de árboles y plantas, cuando antes era un basto paisaje. Confundido, extrañado y emocionado, nos siguió hacia la Casa del Árbol.
Al llegar, me di cuenta de que nuestro amigo había estado todo el camino con la boca abierta. Marga y yo nos reímos; y entonces caímos en el tiempo que había pasado hasta llegar aquí. Miré mi reloj. Habían pasado veinte minutos, "veinte días", pensé.

Subimos a la casa del árbol y allí le contamos todo lo sucedido en Xeland, mientras cenábamos. La comida estaba preparada, como el primer día que vinimos; y, cuando nos fuimos a dormir, en el cuarto había tres camas en vez de dos, una para cada uno. Santi no se sentía seguro al dormir allí, pensaba que debíamos volver, que no deberíamos pasar una noche fuera sin decírselo a nuestros padres; pero al explicarle la relación de tiempo se quedó más tranquilo.

Al día siguiente, Marga y yo esperábamos ansiosas la reacción de Santi a los cambios. Cuando se vio las alas se asustó bastante. Marga y yo nos reímos y se quedó aún más sorprendido y maravillado al ver que nosotras también teníamos. Aunque las nuestras eran plateadas. Bajamos al bosque y allí estaban nuestros kiases y un tercero, para Santi. Su primer impulso fue salir corriendo. En ese momento se aterrorizó. Normal, eran tres majestuosos dragones blancos de ojos azules. Cuando le explicamos que eran nuestros casi llora de emoción, además de cogerle un gran respeto y cariño a su dragón en aquél instante.
Esa mañana le enseñamos a Santi a volar con sus propias alas y a manejar al kiase. Cuando ya, más o menos, consiguió controlar todo, nos pusimos en marcha hacia el reino de los Tryaidos.

Pasamos la ciudad buscando el castillo, cuando nos dimos cuenta de que lo habían derruido. Paramos con los kiases frente a sus ruinas. Entonces, Marga y yo pensamos en ir a buscar a Tiaroy y Qüashey para que nos explicarán lo sucedido; ya que la ciudad permanecía intacta.
Ellos estaban trabajando en la herrería que tenían al lado del castillo. Entramos con sigilo y los encontramos sentados ante el fuego del taller. Los hados se alegraron mucho de vernos. Nosotras les pedimos explicaciones y, nos contaron que Bátang había pasado desapercibido por la ciudad, se había colado en el castillo con ayuda de sus secuaces y la magia de invisibilidad, y secuestró a los reyes. Cuando los guardias del castillo se enteraron de lo sucedido ya los tenían de rehenes y salieron despacio. Fuera todos les esperaban dispuestos a utilizar las armas, pero, en ese momento, los tres magos comenzaron a destruir el castillo con su magia. Todos salieron huyendo del castillo y los aldeanos no pudieron hacer nada para detener a los tres magos.
"Mierda, llegamos tarde", dije. Marga y yo nos disculpamos por tardar y les presentamos a Santi. Tiaroy nos dijo que aún había esperanza, con nosotros tres aquí, y Qüashey sacó de un armario de madera del ala izquierda del taller, la armadura dorada de Santi. Él, que no había hablado en todo momento, se colocó la armadura, les dio las gracias y les dijo: "no os preocupéis, os devolveremos a vuestros reyes, sanos y salvos". Marga y yo nos quedamos de piedra y, despertamos, cuando Tiaroy y Qüashey nos dieron las gracias entre lágrimas. Entonces, les abrazamos y salimos del taller. Sin articular palabra entre los tres, nos montamos en los kiases y pusimos rumbo al Castillo Plateado.

Por suerte, el castillo de los Praytios no estaba derruido. Aterrizamos cerca de él y entramos rápidamente. Estaba vacío. Nadie nos esperaba. Entramos en la sala del trono y los reyes no estaban. Entonces, aparecieron Ujesur y Dibuif.
-Por poco llegáis a tiempo -dijo Ujesur tristemente.
-Bátang tenía a nuestros reyes apresados ante las puertas del Castillo Plateado, cuando uno de sus secuaces vio en el cielo tres kiases blancos -explicó Dibuif.
-Entonces, montaron a nuestros reyes en los caballos amenazando de, si alguien se movía, los matarían -continuó sin mirarnos Ujesur.
-Y consiguieron huir -terminó Dibuif.
Los dos estaban muy tristes, con lágrimas en los ojos.
-Lo sentimos -dije-. Deberíamos haber llegado antes; es que tardamos demasiado en traer a nuestro amigo.
-Santi, estos son los hados que nos acompañaron en nuestro camino por el reino de los Praytios: Ujesur y Dibuif -presentó Marga.
-Encantado.
Los hados le estrecharon la mano a Santi con una sonrisa.
-Bueno, aún hay tiempo -anunció Ujesur.
Y, entonces, Dibuif dijo unas palabras muy extrañas en élfico, que hicieron rodear a Santi de un remolino de luz plateada. Al desaparecer el remolino, tras unos segundos, dejó ver a Santi con unas preciosas y grandes alas plateadas a la espalda, como las nuestras y las de los Praytios.
-¿Qué me ha pasado? -exclamó Santi nervioso.
-Ahora, chico, tienes nuestro poder -anunció Ujesur.
Entonces, Santi se observó y se quedó maravillado. Quiso probarlas, pero al hacerlo, se chocó contra el techo. Marga y yo nos reímos.
-Ahora, debéis marchar hacia Amog lo más rápido posible -pidió Dibuif.
-Sí -exclamaron Marga y Santi dando media vuelta.
-Y, no os preocupéis, rescataremos a vuestros reyes -prometí.
-¡Gracias!

Salimos del castillo, nos montamos en los kiases y volamos hacia el Reino Oscuro.

Estaba anocheciendo, como el primer día en el que llegamos. Dejamos que los kiases descansaran al lado del castillo y nosotros entramos rápidamente, preocupados por encontrarnos con los tres magos.
Nos dirigimos a la sala del trono y, para nuestro alivio, los reyes se encontraban allí.
-Veo que habéis llegado bien -anunció el rey-. También que habéis encontrado a un compañero y que ya lleva puesto los elementos de combate del Reino Dorado y del Reino Plateado.
-Sí, hemos pasado por cada uno de ellos rápidamente para no llegar muy tarde -dije
-Llegáis exactamente dos días tarde.
-Lo sentimos -dijo Marga y los tres hicimos una reverencia a modo de disculpa.
-No os preocupéis -dijo la reina Kártica cariñosamente-. Pero ya es muy tarde. Cenaremos y, allí, nos presentáis a vuestro amigo -terminó mirando tiernamente a Santi. Él se ruborizó.
-Ya mañana comenzaremos vuestro entrenamiento -dijo Dátum
-De acuerdo -asentimos.

Unos sirvientes de esmoquin negro y pajarita y bigotes blancos, nos guió hacia nuestros aposentos. Era el mismo cuarto, pero con una cama más. Allí nos duchamos uno por unos y nos pusimos cómodos. Luego bajamos a cenar con los reyes. Allí, les presentamos a Santi y les contamos todo lo sucedido en los otros reinos. Ellos se pusieron muy nervios y, Dátum nos dijo que sólo tendríamos dos días de entrenamiento; luego buscaríamos a Bátang. No quería arriesgarse a pasar más tiempo sin sus hermanos gobernando sus reinos.

Xeland. Un mundo tras una puerta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora