Prólogo [EDITADO]

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Catherine llevaba prisa aquella noche. Corría por los largos y oscuros pasillos del palacio a pesar de estar embarazada de nueve meses, mientras pensaba que jamás conseguiría olvidarse del padre del que iba a ser su bebé.

Todo sucedió una tranquila noche de hacía nueve meses.

El encantador y calculador rey Jacobo se encontraba paseando por los jardines de palacio: era una noche cálida y agradable, perfecta para pasear. Mientras tanto, la joven Catherine Windsor, quien cautivaba a cualquiera con su melena morena perfectamente peinada y sus oscuros y cálidos ojos, deambulaba por allí junto a su frío e introvertido marido, el duque de Sandringham, quien la había desposado hacía sólo una semana. Catherine nunca estuvo enamorada de él, pero debido a su estamento social, el matrimonio fue concertado, y ninguno de los dos se opuso de ningún modo.

Catherine, en realidad, esa noche no estaba en los jardines por casualidad. Hacía apenas unas horas había recibido una invitación de algún admirador secreto para citarse allí, y dada semejante ocasión, no pudo sino convencer al duque de salir a dar una vuelta.

Ella, astuta desde que era pequeña, consiguió quedarse a solas allí, haciendo que su admirador se acercase hacia ella lentamente, derritiéndola con la mirada. Él, apuesto y cortés, se acercó e hizo una reverencia mientras besaba la mano que Catherine le había tendido. Ella se ruborizó.

-¿Sois vos Su Majestad el Rey Jacobo, quien se encuentra postrado ante mí? -preguntó cortésmente-. Permitidme ser yo la que se postre ante vos, Majestad -exclamó, haciendo una reverencia elegante y seductora ante el Rey.

Él, cautivado por su belleza, dijo:

-Querida, sois aún más hermosa a la luz de la luna. Catherine, ¿no? -Preguntó él, mientras tomaba del brazo a Catherine.

-Sí, Majestad -afirmó.

Él quiso interrumpir y frunció el ceño. Algo que no era para nada del agrado de Jacobo era que sus "queridas" le llamasen Majestad. A él le gustaba sentirse, en ciertas ocasiones, como cualquier noble.

-Llamadme Jacobo, querida -dijo él de forma seductora, llevándose una mano al cuello-. Os preguntaréis por qué os he hecho llamar, imagino... -tras una leve pausa, continuó-. Pues bien, quiero disfrutar del espectacular ambiente de la noche junto a una bella dama, una muy bella dama -reafirmó-, por muy sassenach que sea -dijo sonriendo.

Unas horas después...

Catherine sonreía. Con aquella mirada de felicidad fruto de haberse acostado con un rey, -y uno bastante atractivo-, se apoyó en su hombro tan pronto como se sentaron. Desde aquel palacio se divisaba el Cairn Toul, un monte escocés desde el cual daba miedo mirar las praderas, pues su altura es de unos mil metros.

Ella se ruborizó mientras Jacobo la miraba, y dijo:

-Jacobo, quería pediros un favor, si no es mucha molestia -dijo tímida.

Él le guiñó un ojo.

-Por supuesto que no es molestia, mo duinne. Contadme, preciosa, ¿qué os inquieta?

Dudó en si decírselo o no. No quería ser indiscreta ni mucho menos. Aunque habían pasado aquella noche juntos, en el amplio sentido de la palabra, no se sentía cómoda hablando con un rey, pues a fin de cuentas, probablemente jamás podría tener relación alguna con él.

-Verás, Jacobo... Si el estar conmigo ha significado algo para vos... -dijo dubitativa-, me gustaría que no me permitieras volver con mi marido -dijo, bajo la tremenda sorpresa del rey-. Es un alcohólico y mujeriego, y no imagino una vida con él... -sollozó mientras sus lágrimas caían sobre sus pálidas mejillas.

Él se puso sus pantalones y abrochó su camisa mientras besó la frente de Catherine, y se arrodilló ante ella mientras le miraba fijamente.

-Si es vuestro deseo, el duque de Sandringham pasa a ser preso de la Corona, bella mía -afirmó-. Tranquila querida, pues cuando entre en las mazmorras, vuestro matrimonio será anulado -concluyó, lleno de orgullo por haber conquistado a la dama que le traía loco desde hacía un tiempo-. Podéis estar tranquila.

Nueve meses después...

El día 3 de diciembre de 1688, justo ocho días antes de que el rey Jacobo fuera destronado, Catherine daba a luz a un pequeño niño moreno, de ojos claros como el cielo, en su alcoba del Palacio Real. Era la viva imagen de Catherine, pero esperaba que al menos le recordara en algunas facciones a su padre, pues sería como ver al amor de su vida todos los días.

Catherine se encontraba rodeada de matronas y un sacerdote, alto y simpático, el mismo que había recibido la orden de anular el matrimonio con el duque de Sandringham.

No obstante, cuando Catherine se enteró de su embarazo, mandó una urgente misiva tan pronto como le fue posible en la que pedía por favor al rey que no anulasen el matrimonio, porque de ser así, su hijo sería sólo un bastardo sin derechos, y si el duque fallecía pero no se anulaba el matrimonio, ella y su pequeño tendrían una vida de duques en Edimburgo, y el bebé sería el heredero del ducado.

-Thomas... Te llamaré Thomas, pequeño. -Susurró Catherine al oído de su pequeño.

Y así fue. El pequeño bastardo del rey Jacobo, quien fue presentado ante él el día 6 de diciembre de aquel año, se presentó con el nombre de Thomas Charles James Edward Stuart y Windsor.

Su Majestad el Rey Jacobo lo reconoció como hijo suyo, y le dio el título de duque de Sandringham y dueño de la Isla de Skye.

Días después, quien fue el amor de Catherine Windsor, era destronado, dando comienzo a la Revolución Gloriosa.

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Sassenach: Inglesa, forastera.

Mo duinne: Mi morena.

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora