Capítulo 5 [EDITADO]

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El día de la reunión estaba cada vez más cerca, pues ya sólo quedaban tres días para poder ver a su padre y a sus hermanos, por muy legítimos o ilegítimos que fueran.

Tras la charla que tuvo en Navidad con aquellos escoceses de algunos de los clanes, se dio cuenta de que él no había nacido para reinar, sino para ayudar a su padre a reinar. O al menos eso le hicieron creer, ya que según ellos, Thomas siempre sería un bastardo.
Además, gracias a él, los Stuart estaban más cerca de la corona, pues con aquella revelación, consiguió el doble de apoyos.

Aquellos tres días transcurrieron normales; el día veintinueve de diciembre, un día frío y nuboso, lo pasó prácticamente entrenando junto a su maestro de esgrima, un antiguo alférez del Tercio Español, muy amigo de Abelardo.

El día treinta de diciembre estuvo ayudando a su familia en recepciones y demás asuntos de la vida en palacio, y el día de Hogmanay era el día grande. Aquella noche partiría hacia Francia con Alexander a bordo de un navío de la flota de los Mackenzie.

Aquella mañana había amanecido temprano y con un sol oculto bajo un espeso manto de nubes grises, de las cuales caían copos de nieve de forma intermitente. Thomas estuvo colaborando con Maggie, la cocinera, ya que desde pequeño acostumbraba a ver cómo preparaba los pasteles y los grandes festines de señaladas fechas. Aunque en el Hogmanay no estaría allí, siempre podría llevarse un trozo de tarta en un bolsillo.

Por el mediodía comió junto a su familia en el jardín del palacio; durante la comida, Jimena le pegó un pescozón por haberle robado un pomelo partido en gajos y Abel y Mariana se pelearon también porque ella se quedó con un pedazo de pan mayor al de él.

Por la tarde, la familia recibió a Alexander, quien había partido hacía tres días hacia Edimburgo. Su camino no fue fácil, pues se encontró con varios soldados de la guardia real en el trayecto que le obligaron a retrasar su marcha.

Una vez se reunieron, fueron al puerto más cercano, en una zona más alejada de Edimburgo a varios kilómetros del palacio. La travesía fue más bien corta, pues el castillo en el que vivía Thomas, cedido por Sir John Gilmour a su madre en 1688, estaba situado a unos cinco kilómetros al sureste del centro de la ciudad, en una pequeña colina. Su nombre era Castillo de Craigmillar.

Embarcaron en un galeón de madera oscura como la noche y con retoques plateados que transportaba mercancías tales como telas y sedas. Alexander y Thomas se reunieron en el barco con algunos conocidos entre los que estaban Murdock MacLean y Blacke MacLeod –dos miembros de dos clanes amigos de los Stuart-.

-Slàinte mhath! –Dijeron ellos, brindando una vez que se habían instalado en el barco-. Viejo bribón... ¡Murdock! –Gritó Alexander abrazando a Murdock MacLean.

Thomas se fue a dormir pronto, pues aquella travesía se iba a realizar por un trayecto distinto, más corto. Sólo debían tomar un atajo por aguas no internacionales –lo cual era peligroso- aunque, tal vez, por esa razón Thomas quiso acostarse antes de lo normal: para no pensar en el peligro y descansar en los brazos de Morfeo.

Al despertar, tan pronto como amaneció, un rayo de sol atravesó la madera del camarote de Thomas y éste se levantó. Había dormido plácidamente a pesar de que las olas rompían contra el barco con total brusquedad.

Se dirigió hacia la proa porque divisó a Alexander ir hacia allí. A estribor se podía distinguir, entre la espesa niebla, un terreno desconocido por el momento para Thomas: Francia.

En la proa del barco se encontró con Alexander, quien estaba cantando para sorpresa de Thomas. La canción decía así:

"Cigarrillos y pequeñas botellas de licor, justo lo que esperarías encontrar dentro de su alcoba.

Un romance infame, convirtió los sueños en un imperio,

Triunfador por méritos propios, ahora se mueve entre reyes".

La canción en sí parecía un tanto extraña, pero a Thomas le gustó la voz de Alexander, quien no se había percatado de la llegada del chico a proa.

Tùlach Àrd, Alexander! –Exclamó Thomas el grito de guerra de los Mackenzie-. Cantas bien.

Alexander se sonrojó un poco. Que el hijo del rey al que él amaba (como a un rey) le hubiese escuchado cantar la canción que él mismo le había escrito a Jacobo, le hizo enrojecer.

-Gracias, gracias –dijo él haciendo reverencias-. ¿Has visto –preguntó señalando a Francia-?

Thomas dirigió la vista hacia donde él apuntaba.

-Aye, pal -afirmó él con su marcado acento escocés.

Ambos estuvieron hablando entre ellos y con los otros jacobitas que iban en el barco, pues aún quedaban unas horas de travesía.

Casi llegando a la costa, una tormenta breve e intenza los sorprendió y el barco sufrió la caída de un poste, el cual hizo un agujero bastante profundo en el centro del barco y tuvieron que continuar en los botes que tenían a modo de salvavidas.

-¡Maldigo a los siete mares! –Pudo oír Thomas de algún hombre caído al agua, probablemente, pues el sonido prosiguió a una caída.

Cuando todos se encontraron sanos y salvos en tierra firme, pusieron rumbo a Saint-Germain-en-Laye a caballo. Por el camino cantaron una y otra vez canciones en gaélico, entre las cuales destacó esta por ser la favorita de Thomas:

"Seall an sneachda, seall an sneachda.

Tighinn a nuas, tighinn a nuas.

Feumidh mi mo chòta, feumidh mi mo chòta.

Tha e fuar, tha e fuar!"

Por fin, casi al anochecer, tras muchísimas horas de viaje a caballo, llegaron al palacio de Jacobo II.

La ciudad de Saint-Germain-en-Laye, situada en el noreste del departamento de los Yvelines, con sus más de 4800 hectáreas era la tercera ciudad de la Región Parisina, detrás de Fontainebleau y París.

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Slàinte mhath: ¡Salud!

Aye: Sí.

Canción en gaélico: "Mira la nieve, mira la nieve. Bajando, bajando. Reconozco mi abrigo, reconozco mi abrigo. Hace frío, ¡hace frío!".

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora