Capítulo 2 [EDITADO]

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Thomas cabalgó unas cuantas horas durante la fría y lluviosa noche hasta llegar a una posada en la que no había estado nunca. Por raro que pudiese parecer, era la primera vez que el chico no dormía con su madre cerca, pero las condiciones meteorológicas no le dejaban más remedio que retrasar su regreso a casa.

El chico deseaba estar en compañía de Effie, la joven rubia por la que bebía los vientos. Al menos, con ella junto a él, estaría más... Relajado.

La lluvia caía fuertemente sobre el barro del camino y los árboles bailaban al compás del viento. Una gran tormenta azotaba a las Tierras Altas, y el bastardo del rey andaba solo por allí, sin conocido alguno cerca de su posición.

Llegó a una no muy acogedora posada, no muy lejos de Edimburgo, luego de haber pasado anteriormente por tres posadas de mala muerte. La fachada indicaba que era antigua, y los caballos en la entrada aseguraban que había mucha clientela.

Y en efecto, así fue. Cuando Thomas entró, se topó con unos veinticinco o treinta y cinco hombres, sin contar a las camareras.

-Perdone, -dijo educadamente Thomas- ¿hay alguna alcoba libre, señora?

La dueña de la posada lo examinó con la mirada y se rió.

-Largo de aquí, enano. No tenemos sitio para gente como tú, ladronzuelo -añadió despectivamente.

Él se miró de arriba abajo. Estaba embarrado y empapado, y había perdido su sombrero. Parecía uno de esos chicos huérfanos que vivían por los bosques.

-Señora, le repito: ¿Hay alguna alcoba libre? -Preguntó sacando de su bolsillo unas cuantas monedas de plata.

Ella tornó su mueca de asco a una sonrisa más falsa que una moneda de papel.

-Sigue a esa señorita, chaval -dijo entonces la posadera.

Thomas siguió a la camarera, quién a parecer de Thomas estaba bastante bien -tenía un cuerpo moreno hechizante y una melena oscura recogida en un moño deshecho-, hacia su alcoba, pero no se esperaba que fuera a compartirla con otro hombre. La habitación era mediana, con una pequeña chimenea de leña en un extremo, y un par de baúles a los pies de las camas. En una de ellas estaba descansando un señor de aspecto tosco: moreno, alto, con aspecto de haberse metido en problemas varias veces; no le daba muy buena espina a Thomas.

-Buenas noches -dijo Tommy cortésmente.

El guerrero se giró hacia él. Su cara, dañada por el paso del tiempo, se iluminó.

-Buenas noches, jovencito.

Thomas hizo un gesto de saludo y se sentó en su cama. Se quitó las botas y los calzones y se quedó en jubón. El soldado se dispuso a entablar conversación con él.

-Oye, chico. Te he estado mirando y me recuerdas mucho a alguien -añadió pensativo-. ¿Quién eres?

Thomas se percató de que aquel hombre podría ser un guerrero al servicio del Rey Guillermo III, quien estaba obsesionado con dar caza a todos los jacobitas.

-Mi nombre es Thomas, duque de Sandringham. ¿Quién pregunta, si puede saberse?

El soldado se tumbó con un gesto de decepción.

-Os debo haber confundido con otra persona -dijo apenado-. Me llamo Alexander Mackenzie, del clan de los Mackenzie.

Pero, entonces, Thomas se dio cuenta de que era un aliado, no un enemigo. Los Mackenzie habían apoyado a Jacobo II al igual que los Fraser.

-¿No sabe vuestra merced quién soy? -Cuestionó él, sonriente.

Alexander se giró hacia él de nuevo, pues se había echado en la cama para dormir un rato.

Le indicó que se lo dijera con un leve movimiento de cabeza:

-Mi nombre es Thomas Charles James Edward Stuart y Windsor, hijo natural de Su Majestad Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, padre del heredero legítimo a la corona escocesa, mi hermano Jacobo Francisco Eduardo.

Al escocés se le iluminó la cara, y se arrodilló ante él.

-Un Stuart... ¡Lo sabía! -Dijo emocionado-. Sois la viva imagen del rey. ¡Cuánto de menos lo echamos en Escocia! -Exclamaba el señor mientras sonreía-. ¿Cómo anda vuestro padre, chico?

Thomas se sintió más orgulloso que nunca de ser quien era.

-Mi padre está exiliado en Francia, como bien sabéis -se sentó-. Desde que mi hermana María se hizo con el trono, mi padre no ha vuelto, y temo que su salud empeora día tras día.

-En ese caso, lo siento mucho. La reina María fue la gobernante de Escocia... ¡Una mujer! Y encima, como murió, su marido se quedó nuestro trono... Pardiez -dijo Alexander haciendo una muesca de disgusto.

Thomas pasó la noche pensando en muchas cosas, ya que en esos momentos su cabeza era un mar de ideas: su padre y sus apoyos jacobitas, por una parte, le hacían temblar solo de pensar que podría empezar una guerra en cualquier momento; Effie, el amor prohibido de Thomas, con quien apenas podía intercambiar palabra, ya que a la más mínima, Abelardo aparecía.

En medio de esa lluvia de problemas, Thomas cayó en los brazos de Morfeo y al abrir los ojos el alba ya amenazaba con asomar.

Thomas se fue temprano de la posada en dirección a su palacio junto a su familia, sin olvidar las palabras que le dijo Alexander Mackenzie antes de marcharse:

"Hijo, espero que vuestro padre dure mucho más; si es deseo del Señor llevárselo, no temáis. Vuestro hermano Jacobo logrará hacerse con la corona. Y si no él, sus hijos, y los hijos de sus hijos. Los Stuart sois los más justos reyes y los más audaces caballeros. María de Módena se encargó de daros un hermano a vos y un rey a Escocia.

Alteza, sólo debo deciros, que bastardo o no, debéis luchar por nuestra patria y por ella, morir algún día. Sé que sois duque y que no os corresponde a vos ir a la guerra, pero si amáis a vuestro padre, sabed que él querría que un Stuart luchase como William Wallace.

Alba gu bràth!"

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Alba gu bràth: Escocia para siempre

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora