Capítulo 6 [EDITADO]

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Los Stuart aguardaban a la mesa. Todas las personas importantes en la vida de Thomas estaban allí, frente a él: Jacobo trataba de aparentar un espíritu alentador, pero estaba algo pálido y demacrado, aunque sonreía igualmente. Sus hijos, legítimos o no, estaban ya sentados, y su esposa, María de Módena, se encontraba allí para recibirlos, aunque debería de abandonar la sala tan pronto como la charla comenzara.

Jacobo se había puesto en pie para recibir a Thomas, y tras él, sus hijos Jacobo Francisco Eduardo, Enrique y Jacobo.

-Tcharlach! Ciamar a tha thu? Mo luaidh... -dijo el anciano rey a su hijo, a quien estaba abrazando-. ¿Cómo está tu madre? -Continuó preguntando sin dejar respirar al muchacho-. Ven, siéntate aquí -dijo indicando a su hijo Jacobo que se cambiase de sitio-. Aquí.

Thomas parecía sobrecogido pero le gustaba la idea de conocer a todos sus hermanos. Y más aún la de volver a ver a su padre.

-Iré respondiendo una a una -dijo él, provocando la risa de los presentes-. Estoy bien, padre. La travesía ha sido larga y con algún que otro contratiempo, pero estoy aquí ante vos con todos mis miembros. Mi madre... -continuó-. Ella está... -dijo él tartamudeando, lo que provocó un aumento en Jacobo de su estado rudimentario de nerviosismo- perfectamente -dijo él, riendo.

Jacobo se tranquilizó y sus hijos se rieron de la situación, aunque a Jacobo Francisco no le gustaba la idea de que sus hermanos bastardos estuvieran cerca de él, ya que era el único que había heredado la soberbia de los Stuart.

Aparecieron las criadas y empezaron a servir los platos. Mientras que los Stuart comían en la mesa principal, los invitados de los clanes lo hacían en dos mesas contiguas frente a la mesa principal.

El rey Jacobo se puso en pie, y pidió silencio. Tenía algo que decir.

-Señores aquí presentes.

Un coro de voces gritó:

-Bragh Stuart!

Los Stuart sonrieron. El destronado rey Jacobo continuó hablando.

-Ya sabéis por qué estáis aquí -dijo depositando su mirada en Thomas-. Mi joven hijo Tcharlach Seamus -como así le llamaba Jacobo- intercedió por vosotros y se puso en contacto conmigo para informarme de la situación actual. Sé que no debe ser fácil vivir con tantos sassenach por ahí. Os habéis desenvuelto bien en la tarea encomendada. Recibí vuestras informaciones y la de vuestras esposas -las cuales estaban infiltradas en la corte inglesa.

Jacobo se mantuvo agradeciendo durante tres cuartos de hora, elogiando a sus invitados y recordando anécdotas que él vivió en Escocia cuando era príncipe.

-Mi hermano, el difunto rey -añadió con pesar-, y yo, jugábamos a menudo con los Mackenzie y los Fraser en Clava Cairns, aquel círculo de piedras tan bello -indicó Jacobo-. ¿Has estado allí, hijo? -Preguntó a Thomas.

Los invitados escuchaban tranquilamente a su rey, el rey Jacobo.

-Sí, fui de pequeño con mi madre y su hermano.

Se escucharon algunos abucheos en la sala hacia el rey Guillermo, ya que esa era la reacción de los escoceses al escuchar hablar sobre Catherine o su familia.

-También fui el año pasado; el día de mi cumpleaños concretamente. Mis hermanas Jimena y María fueron a ver a las druidas danzar, y yo fui con ellas. Fue aquella noche en la que conocí a Alexander Mackenzie, hermano del señor del castillo Leod. Gracias a él, me digné a escribir la carta que os envié.

Su padre y hermanos escuchaban emocionados.

-A raíz de ahí, me he dado cuenta de que lo importante es permanecer unidos -dijo para añadir:

-Padre, con su permiso -dijo él mirando hacia Jacobo, quien asintió- me gustaría hacer un llamamiento a los leales a los Stuart para que, juntos, reunamos fuerzas y logremos la mayor batalla jamás vista en toda Europa.

A raíz de las palabras del joven Thomas y de las de su padre, alentadoras y llenas de esperanza, los miembros de los distintos clanes fueron renovando su jura de lealtad ante Jacobo.

Los hijos de Jacobo II fueron dando, cada uno, un discurso de agradecimiento y a la vez de aliento: "Juntos somos más fuertes. Escocia unida, jamás vencida" -fueron las palabras de Jacobo Francisco Eduardo.

La velada fue perfecta a los ojos de los invitados. Algunos incluso se atrevieron a bailar para el rey, y otros -Alexander- a cantar.

-Permitidme, mi señor. -Dijo él abriéndose paso-. He escrito este poema de mi puño y letra. Espero que os guste a todos los Stuart; está basado en las andanzas del joven Tommy.

Los invitados y los anfitriones se acomodaron para escuchar al Mackenzie.

-Cigarrillos y pequeñas botellas de licor, justo lo que esperarías encontrar dentro de su alcoba. Un romance infame, convirtió los sueños en un imperio. Un triunfador por méritos propios que ahora se mueve entre reyes y nobles. Algunos dicen que es clavadito a su padre, mas yo creo que es a su madre. Sabemos muy bien quiénes somos, así que nos aferramos a ello cuando llegan los peores tiempos... -cantó él.

La canción gustó tanto al rey que ordenó que Alexander Mackenzie se quedase allí, en Francia, para representársela una y otra vez.

Llegado el momento de partir a Escocia, con todo listo, todo planeado para la revuelta única e inigualable que amenazaba los tiempos aquellos, Thomas se tuvo que despedir de los suyos.

-Thomas, te echaré de menos. Dile a mi hermano los motivos por los que me quedo, ¿eh? -Dijo Alexander, abrazando al chico.

-Por supuesto. Iré a tu casa y hablaré de todo lo acontecido a tu hermano, que seguro estará deseoso de tener nuevas sobre la reunión.

Más adelante estaba su familia, quien también se despidió de él.

-Tha gach uile dhuine air a bhreth saor agus co-ionnan ann an urram 's ann an còirichean. Tha iad air am breth le reusan is le cogais agus mar sin bu chòir dhaibh a bhith beò nam measg fhein ann an spiorad bràthaireil. -Sentenció Jacobo-. Lo sabes, ¿verdad?

Su hijo afirmó.

-Todos los que han acordado formar parte de la rebelión lo han hecho sin ser coaccionados. Si alguien te metiese ideas contrarias a mí... -Dijo su padre, apenado.

Thomas le interrumpió.

-Padre, jamás alguien podrá hacerme cambiar de idea con respecto a este tema. Bragh Stuart! -Dijo mirando hacia sus hermanos, quienes le contestaron con lo mismo.

Se despidió de los restantes y partió en un galeón, rumbo a Edimburgo.

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Tcharlach: Carlos.

Bragh Stuart: ¡Larga vida a los Estuardo!

Traducción del texto en gaélico: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Dotados como están de razón y conciencia, deben vivir entre ellos, en el espíritu de hermandad.

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora