Capítulo 4 [EDITADO]

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-¡Despierta, Tommy, que hoy vamos a la corte del rey Guillermo! -Exclamó Jimena desde el fondo del pasillo, haciendo despertar al joven bastardo.

Thomas se desperezó y se puso sus ropajes, doblados y colocados ordenadamente en la cómoda de su cuarto. Por desgracia para él, su madre recibió días atrás una invitación real para asistir a la cena de Nochebuena que daba el rey Guillermo III en su palacio: el mismo Guillermo que era odiado por la familia de Cárdenas y por Thomas.

El año de 1696, los jacobitas hicieron una nueva tentativa de restaurar a Jacobo II en el trono inglés asesinando a Guillermo III, pero el complot falló. En vista de este fracaso, Luis XIV, rey de Francia, ofreció a Jacobo la corona de Polonia en el mismo año, pero la rechazó, tomando así una decisión fatal: menos de un año más tarde, Francia dejó de apoyarlo.

De acuerdo con el Tratado de Ryswick, Luis XIV reconoció a Guillermo III como rey de Inglaterra y prometió no dar ninguna otra ayuda a Jacobo II. Así, privado del auspicio francés desde 1697, los jacobitas no volvieron a ser más una amenaza seria, hasta que Thomas intervino con la carta a su padre unos cuantos años después.

El rey francés hizo convenientemente caso omiso del Tratado de Londres, por el cual pactó la paz con el rey inglés, y se enfrentó a Guillermo III reconociendo a Jacobo Francisco Eduardo Estuardo -el hijo de Jacobo II y hermano de Thomas- como rey de Inglaterra.

-¡Thomas, date prisa, por el amor de Dios! ¡No quiero llegar tarde! -Gritó Isabel desde el hall del palacio.

Catherine llevaba un precioso vestido que, según ella, había sido diseñado por el mismísimo Jacobo II en 1688. Abelardo llevaba su tartán escocés, regalo de Murtagh Fraser, pues Abelardo, al ser español, no pertenecía a ningún clan.

-Vamos, cielo, que ya ves cómo se ponen tus hermanas -dijo Catherine sonriente, a lo que Thomas respondió con un bufido mientras rodaba los ojos.

Thomas llegó junto con el resto de su familia y emprendieron el viaje, que estaba previsto durase menos de lo habitual. .

No quería ver al rey bajo ningún concepto, pero tampoco podía evitarlo, porque al ser duque de Sandringham, tenía que acudir como hasta ahora lo habían hecho todos los duques de la familia.

Nervioso y agitado como estaba Thomas, se decidió por sacar unos carboncillos del baúl del carruaje y retratar los bellos paisajes que a su paso aparecían: verdes y tenebrosas colinas escarpadas precedían unas extensas y neblinosas llanuras, tan verdes como la albahaca, que a su vez precedían a un pequeño poblado de tres o cuatro casas de piedra y un molino.

El Palacio de Holyrood era su destino. Estaba a menos de una hora a caballo, ya que ellos vivían a las afueras de Edimburgo. El carruaje llegó en perfectas condiciones y la familia real los recibió en Holyrood, como estaba previsto.

Muchas miradas fueron puestas en Abelardo, debido a su atuendo, y en Catherine; la hermosa Catherine Windsor.

En la puerta había un gran escudo incrustado en la pared. Jimena, Isabel y Mariana se quedaron mirándolo, mientras que Abel y Antonio corrían tras un perro de caza que había por allí.

Cuando el rey se les acercó, tras una larga presentación -que no se acababa, según Thomas dijo a Abel-, mantuvo una larga conversación con el joven duque y sus hermanos.

-Señor duque, -dijo el rey- don Antonio, don Abel -saludó-. Un placer conocerlos, caballeros. He hablado varias veces a cerca de vosotros con vuestra madre, la preciosa Catherine, y me he percatado de que los tres sois unos valiosos seres -dijo sarcástico.

Abel y Antonio se sonrieron, pero la mueca de Thomas daba a entender que no estaba a gusto. Catherine se dio cuenta del gesto de su hijo, y como estaba tras el rey, le hizo una seña para que sonriese.

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora