Capítulo 8 [EDITADO]

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Unos meses más tarde...

En un abrir y cerrar de ojos, llegó el esperado mes de septiembre de 1701, en el cual estaba previsto que la rebelión tuviese lugar.

Thomas ya estaba más que listo para capitanear las tropas enviadas desde Francia por su padre, y las reunidas allí, en Escocia: se había estado preparando toda su vida para morir defiendo el honor de su casa.

-¡Arriba, gandules! -Gritó Abelardo- ¡Hoy toca entrenamiento intensivo de ofensa y defensa!

Frases como aquellas se oyeron mucho durante los últimos meses, al igual que los continuos discursos de Thomas, dedicados a alentar a sus guerreros tras los entrenamientos más duros -ya que, a veces, por fallos humanos, algún combatiente que otro perdía la vida entrenando.

-No olvidéis el porqué de nuestra causa -dijo un Thomas algo más maduro, mientras acariciaba su perilla-. Guillermo III no puede durar más en el trono, que por derecho, pertenece a mi padre. Alba gu bràth!

Todos los días, los hombres de los Stuart le saludaban con un simple y eficaz Alba gu bràth, que se puede traducir como "Escocia para siempre" o "Escocia hasta el Juicio Final".

Los jacobitas, ajenos a la situación en Francia (Jacobo agonizaba en su palacio de Saint-Germain-en-Laye), se entrenaban para la que podía ser la gran batalla, en la que miles de ingleses morirían y los escoceses alcanzarían gratia plena.

Sin embargo, en Francia, el rey Jacobo estaba distinto. No estaba animado, sino que más bien triste, alicaído -tal vez porque en los últimos meses fue devoto del rey francés, y no quería ver cómo sus hombres morían en vano-.

Un día en que el sol y las nubes hicieron una tregua, mientras Thomas paseaba por el castillo Leod, el jefe del clan Mackenzie, William, le dio la noticia de que su padre había muerto, víctima de una hemorragia cerebral:

-¡Thomas! ¡Thomas! -Gritaba él desde el balcón-. ¡Es tu padre! ¡Sube aquí!

El chico subió hacia la sala en la que se encontraba William tan rápido como pudo, creyendo que su padre había venido a verlo, y lo que allí se encontró no fue sino la terrible noticia que acabó con sus sueños. Todo aquello por lo que había luchado, ya no sería posible, pues su hermano Jacobo tenía su misma edad, y no era lo suficientemente mayor como para hacerse cargo del trono escocés. Su hermano Jacobo Fitzjames, sin embargo, a sus treinta y un años, era el que podría haber liderado los ejércitos, pero al ser hijo ilegítimo, no tenía opción de acceder al trono.

-¡Dios me ha castigado! ¡El Señor no quiere que Escocia sea para los escoceses! -Lloraba él ante un altar, junto a su madre, Catherine, y su padrastro, Abelardo.

Thomas permaneció en todo momento vigilado por William Mackenzie, quien también sufrió la pérdida de Jacobo.

Poco tiempo después...

Una tarde, se presentó en Edimburgo su amiga Effie, aquella muchacha rubia con exuberantes andares a quien había echado tanto de menos.

-¡Effie, querida! -La saludó él.

Ella no tuvo reparo alguno en decírselo:

-Thomas, tienes que irte de aquí ya. Alguien ha dado el soplo de que tú y tus hermanos habéis conspirado contra la corona, y los hombres del rey se dirigen hacia aquí para apresarte. Hazme caso, debes fiarte de mí. Vete y no vuelvas nunca, Tom -sollozó ella, entre lágrimas.

Aquellas palabras le afectaron demasiado -aunque lo hizo más el hecho de que Effie fuese quién se lo dijo y cómo se lo dijo (entre lágrimas)-. Él, en el fondo, sabía que no podía haber salido bien lo de recuperar el trono, pues aunque su padre era el legítimo rey, había un usurpador en el trono.

Effie y él se lo contaron todo a Catherine y Abe tan rápido como les fue posible y la respuesta llevada a cabo fue rápida.

Como Jacobo había nombrado a su hijo Thomas terrateniente de la Isla de Skye, Catherine no dudó ni un segundo en mandarlo a la isla hasta que el peligro pasase.

Y, en efecto, en Edimburgo se respiraba paz hasta que aparecieron de la madrugada los soldados británicos, cabalgando al son de una tenebrosa marcha.

-¡En nombre del rey Guillermo, abran la puerta! -Gritaron ellos.

Abelardo y Catherine salieron a recibirlos.

-¿Cuál es el problema, caballeros? -Preguntó ella.

-Su Majestad el Rey, Guillermo III, ha ordenado la detención inmediata de Thomas Charles Stewart.

Abelardo suspiró.

-El chico lleva desaparecido un tiempo, mi señor -rectificó él.

-¡Entregádnoslo y no sufriréis, por favor! -Suplicó un joven casaca roja que tenía muy pocas ganas de estar allí, suplicando ante doña Catherine Windsor.

Catherine y Abelardo se miraron.

-Si no hay más remedio... -habló Abelardo- les contaré la verdad.

Catherine le miró con lágrimas en los ojos, y añadió:

-Mi pequeño... -dijo sollozando.

Abelardo continuó:

-El chico tenía la estúpida idea de poner a su padre en el trono -dijo en tono tranquilo-, pero Jacobo ha muerto, y no nos quedaba otra que aceptarlo, pero él...

-¡No lo soportó! -Exclamó entre lágrimas la bella Catherine.

-El chico se tiró desde lo alto de la torre este hace dos días, caballeros -finalizó Abelardo su mentira.

Los casacas rojas se miraron entre ellos, y lo único que se supo en Edimburgo días después fue que habían apresado a un conspirador que planeaba atentar contra el rey: fue torturado hasta la muerte. Esa sería la versión oficial.

Al otro lado del mar, en Skye, estaba Thomas, quien se había asentado allí junto a Alexander Mackenzie y en la tranquila isla, sin ingleses a la legua que los molestasen, ajeno a la mayoría de lo que sucedía en su adorada Edimburgo.

El Escocés: el bastardo del rey [COMPLETA Y EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora