Capítulo Nº 1

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Sentí que la luna me observaba como si juzgara cada uno de mis actos y pensamientos, una jueza blanca y brillante que me analizaba con fiereza

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Sentí que la luna me observaba como si juzgara cada uno de mis actos y pensamientos, una jueza blanca y brillante que me analizaba con fiereza. Casi parecía preguntar: «y tú, ¿qué has hecho por tu vida? ¿Qué has hecho por el mundo?», sin embargo era incapaz de responder las imaginarias preguntas que se esparcían como el viento otoñal a mi alrededor.

Se veía inmensa, dominante en el cielo nocturno y allí, al verla, me sentí pequeña. Un ser minúsculo entre tanta grandeza, una enana entre gigantes. Y aunque no me refería exclusivamente a mi altura, también –y solo quizá– podía deberse un poco a ello, a que siempre había sido «Lena, la niña», «Lena, la enana», «Lena, la nada misma».

Ver ese espectáculo hermoso de la naturaleza producía una perfecta mezcla de emoción y melancolía en mí, era como una droga: por una parte me hacía feliz y por la otra me hacía sentir miserable.

Faltaba apenas un día para la alineación de las trillizas Shume con la luna, ese era un espectáculo que por nada del mundo pensaba perderme ya que solo sucedía cada diez años y, misteriosamente, solo se lo podía apreciar en las cercanías de mi pueblo, en toda esta isla en la que vivíamos. Más que un evento astronómico, era una leyenda mágica de mi pueblo.

Mientras soñaba con poder apreciar ese bello espectáculo de la naturaleza y los ancestros, aproveché para disfrutar de la noche. Nos preparábamos para festejar con alegría aquella alineación, lo que en nuestro pueblo significaba que habría buena fortuna ese año. Cosechas mejores, sueños y ambiciones cumplidas, parejas casándose. Era un espectáculo fascinante y una tradición que muy pocos deseaban perderse, y que muy pocos –lamentablemente– podían apreciar por su escaso tiempo.

Podía ser un pueblo pequeño y regularmente aburrido, pero los sábados por la noche el movimiento aumentaba. Los jóvenes se dedicaban a buscar diversión en tabernas o discotecas; no había muchas en el lugar, eso era seguro, pero al menos contábamos con dos o tres para satisfacer nuestros mundanos vicios. Por supuesto, yo no sería la excepción, habiendo cumplido apenas mis veintiún años solo buscaba festejar a lo grande, y así fue como llegamos al nuevo pub de moda. No era tan impresionante como las de ciudades más grandes pero contaba con buena música, bebidas y los chicos más hermosos existentes. Con suerte, quizá alguna de nosotras conseguiría atrapar a algún bello muchacho que nos saque de este lugar.

—Ven, busquemos unos buenos tragos que te vuelen la cabeza, a ver si así dejas de poner esa cara horrorosa que tienes al menospreciarte.

Sentí la mano de Gina en mi cintura, mi mejor amiga que me guiaba por el oscuro pasillo hacia la barra. No tenía muchas amigas, la mayoría se había ido del pueblo en busca de mayores aventuras, una mejor vida o esposos que no fueran conocidos del vecindario. Muchos en el pueblo también se fueron por el miedo a las leyendas sobre tribus caníbales al otro lado del río, simples cuentos que nos contaban nuestros abuelos para que nos portásemos bien. De mis amigas solo quedaban Gina y Lauren, y de las dos solo podía confiar plenamente en Gina, puesto que Lauren solo acudía a nosotras cuando necesitaba algún favor, para luego olvidarse de nuestra existencia por cada chico que se cruzaba.

Khumé [ RESUBIENDO ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora