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Había salido del instituto casi corriendo, más de lo normal. Ya que cada día lo hacía, como si de una maratón se tratase.

Cuando ya estuve bastante lejos de ese lugar, empecé a caminar con tranquilidad hacia mi casa.

–Oye —me giré, mierda —, si quieres yo te puedo llevar —negué y lo ignoré como hice en todo el día. Después de haber estado en la clase de matemáticas juntos, seguimos ignorándonos como siempre hacíamos.

Noté como él se dirgía hacia otro camino y lo agradecí mentalmente. Aunque, pensando las cosas, éramos vecinos...

Abrí la puerta de mi casa con una pizca de esperanza. Suspiré, era una gran estupidez pensar que mis padres estarían sentados en el comedor esperándome para comer juntos. Tiré bruscamente mi mochila al sillón y corrí hacia mi cuarto.

Harta de todo, me senté en el suelo. Deseaba con todas mis fuerzas tener a mis padres apoyándome en estos momentos.

Dolía demasiado, el primer y único chico que me gustaba resultó ser...

Lo odiaba, odiaba quererlo, odiaba haber perdido todo este tiempo en él y no en otros chicos.

Los recuerdos pasaron por mi cabeza como balas.

—Aurore, toma esta cesta de galletas para los nuevos vecinos de en frente —asentí, estaba bastante contenta ya que era la primera vez que mis padres tomaban unas vacaciones conmigo.

Cuando llegué a la gran casa, casi igual que la mía toqué el timbre. Esperé unos minutos hasta que me abrió un niño de pelo negro con ojos color esmeralda, parecía tener mi edad, ocho añitos.

—¡Hola! ¡¿Quién eres?! —gritó con emoción, haciendo que retrocediera unos pasos.

—Hijo, no grites tan... —la señora no siguió al verme—. ¡Hola! —me sonrió.

—Buenas tardes, he venido para traerles estas galletitas de chocolate que cocinó mi mami para ustedes —sonreí con timidez.

Muchas gracias cariño, ahora mismo voy a agradecerle personalmente a tu madre —asentí y observé como se alejaba de nosotros.

¡Guau! Galletitas de choco, mis favoritas —le entregué la cesta—. Gracias. ¡No puede ser se me ha olvidado presentarme! Me llamo Lucka ¿y tú?.

Aurore —abrió los ojos como platos al escuchar mi nombre.

¡Qué bonito nombre! —me sonrojé—. ¿Quieres pasar? Quiero ver una película y quería compañía.

Vale —me encogí de hombros adentrándome hacia el interior.

En esos tiempos solo teníamos ocho tiempo, no pensaba enamorarme de ti...

Pero lo típico que siempre pasa, él solo me veía como una simple amiga. La esperanza desapareció el día de su cumpleaños número catorce.

Busqué con la mirada a Lucka, fruncí el ceño al no encontrarlo.

Caminé hacia las escaleras, lo hacía con rapidez ya que tenía muchas ganas de darle un abrazo como felicitación. Abrí la puerta sin tocar, ya que nunca lo hacíamos.

Al ver la escena que tenía en frente causó que me arrepintiera enseguida. Ahora si tenía el corazón en mil pedazos.

Estaba Lucka, besándose con Rachel una de las mas populares del instituto.

Cerré la puerta intentando no causar ruido. Lágrimas comenzaron a caer por mis ojos. Tenía pensado volver a la fiesta pero no quería que todos comenzaran a preguntar el que me pasaba. Una idea pasó por mi cabeza, decidida me dirigí al baño. Extraje mi cabeza de la ventana para poder ver la altura, no era mucha y eso me daba ventaja. Sin pensarlo salté, no era problema mío ya que estaba acostumbrada.

Antes de comenzar a correr hacia mi casa, miré por ultima vez la suya recordando escenas dolorosas.

Desde ese día, nos empezamos a ignorar. Aunque ya era algo común entre nosotros, cuando entramos al instituto nos distanciabamos más y más hasta el punto de ser unos desconocidos.

Pero debía de seguir por mi. Pensando bien las cosas, la opción de tener un amigo gay se podía ir a la basura.

¿No eres gay, verdad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora