6. A solas por fin

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- En serio sigo sin creerme que me confundieras con Pablo Casado, irías muy borracho como para no darte cuenta -rio Albert.

- ¿Podemos dejar el temita ya de una vez?

- Vale, vale.

Los dos estaban tumbados sobre una manta que había traído Albert en una mochila, charlaban y comían los bocadillos que Pablo había comprado. La verdad es que el catalán había acertado con el sitio, era muy bonito y bastante alejado del mundo por lo que podían tener intimidad cuando decidían darse algún beso o dedicarse alguna caricia. Pablo pensaba que para ser la primera vez de Albert con un chico se le notaba bastante cómodo con él, por su parte Albert pensaba que para la imagen que le había dado Pablo de empotrador ahora con él era muy cariñoso y dulce.

- Oye, ¿y cómo descubriste este sitio?

- Pues fue el primer día que llegué aquí, decidí coger la moto y perderme por estas carreteras y de repente me encontré con este lago, como no suele venir mucha gente siempre que quiero estar solo para pensar me vengo aquí, pero hoy me apetecía compartirlo contigo -y le dedicó un sonrisa dulce que consiguió desarmar a Pablo por completo, ahora solo quería abrazarle.

¿De verdad Pablo? Si tú solo querías tirártelo y mírate ahora... te estás enamorando como un bobo... Pero es que es tan mono...

- Quiero saber más de ti, ¿ronda de preguntas? -preguntó Albert.

- Va, así yo también cotilleo sobre ti.

- Empiezo: ¿tienes hermanos?

- No, ¿tú?

- Tampoco. ¿Vives con tus padres?

- Con mi madre, están separados y yo decidí quedarme con ella, aunque con mi padre también tengo buena relación.

- Oh, no sabía nada, lo siento.

- Tranquilo, si ya lo tengo superado, además ahora están más felices.

- Me alegro pues.

- A ver, es obvio que tú no vives con tus padres ahora si me has dicho que tienes la casa libre, pero en Barcelona si, ¿no?

Silencio.

- ¿He preguntado algo que no debía?

- ¿Eh? No, no. La verdad es que-

- Mierda, está empezando a llover.

- Corre, vamos a recoger todo y nos vamos a mi casa.

Recogieron todo lo más rápido que pudieron y se subieron a la moto de Albert rumbo a su casa. Aquel momento para Pablo fue único, ir agarrado de Albert por la cintura con las gotas de lluvia empapándoles le proporcionaba una sensación de libertad absoluta, le daba igual estar empapado, le daba igual que la comida que había sobrado se estuviera estropeando por culpa del agua, era feliz.

Llegaron bastante rápido, en realidad había escampado bastante por lo que Albert se entretuvo un rato para aparcar la moto bien mientras Pablo le miraba desde el portal.

- Ya está, vamos para dentro.

- ¿Albert? - se oyó una voz a lo lejos

Mierda... esa voz la conocían muy bien ambos.

- ¿Bea? -preguntó él mientras se giraba aunque conocía muy bien la respuesta.

- ¿Tú no estabas en una cena con tu jefe?

- Esto... sí pero como ha empezado a llover nos hemos venido para casa (a ver si cuela).

- ¿Y qué hace él contigo?

VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora