9. Reencuentros

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- H-hola - dijo Pablo como pudo.

Estaba realmente nervioso y el no haber dormido casi nada la noche anterior tampoco ayudaba demasiado. Su aspecto era más desaliñado de lo normal, su coleta estaba prácticamente deshecha y sus ojos estaban rodeados de una ojeras bastante notables. La incertidumbre de no saber como iba a recibirle Albert le mataba, solo esperaba que el otro le hubiera perdonado por la llamada de hace unas noches y que pasaran un fin de semana agradable, por el tono con el que le invitó a pasar unos días allí parecía que todo había quedado solucionado pero no estaría seguro hasta que lo oyera de su propia boca.

- Hola feo, ¿te ayudo con la maleta? -preguntó el otro señalándola.

- Esto... no hace falta, si no pesa casi.

- Vale, entonces vamos al coche.

Parecía que el catalán estaba bastante calmado y eso hizo aumentar los nervios de Pablo, o estaba todo bien y lo iban a solucionar calmadamente o lo iba a mandar a la mierda sin inmutarse.

- No has dormido mucho, ¿no? -dijo el catalán mientras conducía.

- La verdad es que no... -contestó frotándose los ojos.

- ¿Por?

- No sé... Desde que quedamos no hemos vuelto a hablar y no sé si sigues cabreado conmigo o...

- Créeme que si siguiera cabreado contigo no te hubiera invitado a que vinieras.

A Pablo se le iluminó la cara y Albert al notarlo se giró un momento y le dedicó una sonrisa sincera.

- Y entonces, ¿por qué no me has dado un beso cuando he llegado a la estación?

- ¿Por qué no me lo has dado tú a mi?

- Ya te he dicho que no sabía si seguías cabreado conmigo y tenía miedo a que reaccionaras mal...

- Soy incapaz de reaccionar mal a un beso tuyo.

Nada más decir aquellas palabras sus mejillas se fueron poniendo coloradas por momentos y sentía que la cara le iba a arder. No sabía si era porque hacía tiempo que no veía a Pablo o por qué pero ese tipo de declaraciones no eran habituales de él y de echo le daba muchísima vergüenza hacerlas. Pablo, por su parte, no sabía cómo reaccionar, bueno... si que lo sabía pero no era la mejor opción en aquellos momentos pegarle un morreo mientras iban por la carretera así que le tocaba esperar hasta que llegaran a su destino.

- Oye, por cierto, ¿vamos a tu casa?

- No.

- ¿Hotel?

- Tampoco.

- ¿Entonces?

- Es una sorpresa.

- No me gustan las sorpresas.

- Pues te aguantas.

- Vaaale.

Diez minutos más tarde aparcaron el coche delante de un pequeño bloque de pisos.

- ¿Saco la maleta?

- No, no hace falta, vamos a estar un rato y nos iremos.

- Vale -contestó el madrileño sin entender nada.

Se subieron al ascensor y...

- Ah, se me olvidaba una cosa.

- ¿El qué?

La contestación de Pablo fue coger de la cara a Albert y darle el beso que tanto tiempo estaba esperando a darle.

- Esto.

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