Capítulo 4:Días de soledad y comprensión

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Capítulo 4: Días de soledad y comprensión

A la mañana siguiente de aquella noche, yo me desperté, intente levantarme y sentí que algo me jalaba de la cintura, me voltee, y vi a Sebastián durmiendo con los brazos alrededor de mis caderas. Suspire con una sonrisa, se parecía a Jace, un niño pequeño abrazando a su oso de peluche, claro que, el supuesto oso, era yo.

Me deshice de sus brazos y me levante, me bañe y me vestí lo más rápido que pude, cuando regrese a mi cuarto, cerré la puerta del baño, y mire a Sebastián, aún dormía, solo que ahora, abrazado a una almohada. Decidí bajar a buscar el desayuno, así que, abrí la puerta de mi habitación, despacio, sin hacer el menor ruido, y salí.

El departamento de Sebastián era enorme, tenía tres pisos de alto, y muchas habitaciones, yo baje por la escalera al primer piso, donde había un living con sillones y una mesa de vidrio, y al costado una barra que daba a la cocina. Camina hacia allá, pero al instante, un oscurecido me detuvo.

-Disculpa, ¿me podrían servir el desayuno?-Le pregunte, él asintió y me guío a la cocina.

Yo no paraba de mirar a mí alrededor, siempre había sido muy curioso y me preguntaba qué habría en todos esos cuartos.

-Amatis, prepara el desayuno para nuestro señor y el señorito.-Le dijo el oscurecido que me acompañaba a la persona en la cocina, quien resulto ser Amatis, la hermana de Luke.

La oscurecida asintió y el hombre que me acompañaba se fue, yo seguí mirando el lugar, hasta que, me percate de algo, "la puerta". Había una enorme puerta al final del pasillo, empecé a caminar hacia ella, si saliera... ¿Podría regresar a casa?

Seguí caminando, pero sentí miradas detrás de mí, los oscurecidos me observaban con seriedad, no podía salir, si lo intentaba me atraparían, así que, di la vuelta, como si estuviera paseando, y regrese a la cocina. Amatis no tardó en darme una bandeja con el desayuno, y subí la escalera con la imagen de la puerta en mi mente.

Cuando entre a mi cuarto, deje la bandeja en una mesita, cerré la puerta, me di la vuelta, y de repente, Sebastián me abrazo, dándome un buen susto.

-No te vayas, por favor, no me dejes-Me empezó a susurrar en el oído mi enemigo.

Yo, aún sorprendido, lo abrace, me daba pena, Jace tenía razón, Sebastián debía sentirse muy solo.

-Está bien, no me voy a ir, estoy aquí, estoy contigo.-Le dije tratando de calmarlo.

Sebastián se separó de mí, me miro, y ladeando la cabeza me pregunto:-¿Enserio no te iras?-

-No, solo baje a recoger el desayuno, no me voy a ir a ningún lado-Le conteste, sin mencionarle que, si intentaba acercarme a la puerta, todos los oscurecidos me miraban.

Después de decir aquello Sebastián se calmó, y de paso, regreso a ser el mismo de siempre. Durante las dos semanas siguientes, no volvió a pasar nada, sin embargo, luego Sebastián me dejo salir de mi habitación.

-Ya que no te escapaste cuando dormía, ahora podrás disponer de toda la casa, exceptuando el patio, no puedes salir.-Me dijo ese día.

-¿También puedo usar la sala de armas?-Le pregunte desconfiado.

-Por supuesto, aunque, por cualquier cosa, uno de mis oscurecidos siempre estará a tu lado, en caso de que necesites ayuda.-Me contesto.

Un oscurecido por si necesito ayuda, era más obvio decir que, era un oscurecido que me vigilaba para que no escapara. Aun así, me sentía feliz de poder salir de mi habitación, y lo celebre, entrenando con Sebastián, quien, lo admito, me dio una paliza ese día.

Otra semana más paso desde entonces, pero en está, ocurrieron otros dos episodios de soledad un poco diferentes al primero. En esos dos episodios, Sebastián vino a mi habitación, me abrazo hasta recostarme en la cama, y entonces, en lugar de quedarse abrazándome, él levanto la mirada, sus ojos estaban nublados, me pregunto:-¿Puedo besarte?-

Como la primera vez, mi cuerpo no respondió a mis órdenes, y mi boca contesto que sí, mis manos estaban apoyadas en la cama, inmóviles, y mis piernas igual. Sebastián me beso en la boca, después empezó a bajar hasta mi cuello, me siguió besando allí, mientras me susurraba que no me fuese. Luego, él me saco la remera, y comenzó a besar mi cuerpo, bajaba hasta mi abdomen, y subía hasta mi cuello, así fueron las dos veces, los dos episodios.

Yo no podía comprender qué me pasaba, por qué mi cuerpo no respondía, no lo entendía. Tampoco entendí por qué los besos de Sebastián me gustaron, pero lo que más me confundía, era por qué no me negué a nada, por qué después de que él hiciera eso y yo recuperase el control de mi cuerpo, nunca le reproche, ni le dije que no volviera a besarme.

Continuara...

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Encerrado con mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora