Trataba de entenderlo, pero esa imagen parecía haberse fragmentado en millones de partículas que se esparcieron como las piezas de un rompecabezas. O tal vez fue que el desconcierto había teñido uniformemente el cristal de mis ojos desfigurando los halos de luz que transportaban dicho retrato hasta mis sentidos. Cualquiera que fuese el caso, simplemente no me parecía real. Era como una vana ilusión, una finísima gota que distorsiona la clara superficie del agua creando infinitas ondas que se agitan hasta extenderse mucho más allá de lo imaginado.
En ese preciso momento, el recuerdo de todo cuanto habíamos compartido comenzó a deambular en mi mente como un espectro condenado: un espíritu errante danzando insistentemente al ritmo de la melodía entonada por la monótona vida de la que carece. Pero al mismo tiempo, esos recuerdos fueron como una brisa pasajera y cálida, y cuando dejaron de fluir, algo dentro de mí se erosionó como el seco suelo de un desierto.Por esto me sentí desolada. El entorno se fundió con el desconcierto que aún me sofocaba. Todo desapareció. Era la única habitante en ese estado tormentoso que era mi consciencia, mis sentimientos, mi vida...Por un brevísimo segundo me propuse enfrentar la verdad, pero, ¿cuál era el caso? No sólo me mortificaba por algo que había terminado varios meses atrás, sino que en mi interior también cuestionaba si era justo. Digo, ¿quién goza de la autoridad suficiente para arrebatarle la felicidad a alguien? Retrocedí y me alejé. La muchedumbre me abrigó con sus fríos brazos y, así, permití que mi ser interior se fundiera con el falso consuelo que proporciona la indiferencia.Me sentí vacía, por supuesto. De alguna manera, lo que mis ojos vieron se convirtió en la prueba que negaba a esa yo del pasado, y si mi yo del pasado desaparecía, mi yo presente no existiría; mi yo presente también sería una vana ilusión, un falso reflejo de un pasado imaginario que seguramente sólo era real en mi subconsciente...Me perdí por unos momentos. En mi descuido, tropecé con un niño y el pequeño, impotente, cayó al suelo y se echó a llorar. La madre me profirió una mirada desaprobatoria, me disculpé lo mejor que pude y me alejé rápidamente del lugar. De haber podido habría volado, hubiera dejado que el viento levantara mis alas y me elevara al cielo en donde las nubes me abrigarían con su aroma a nostalgia y recuerdos infinitos. Felicidad. Pero no, simplemente regresé a casa.El penetrante olor de la soledad me recibió en mi apartamento. Las coloreadas paredes nada aportaban al ambiente que ahí se respiraba. A pesar de los tonos vivos y destellantes, la luctuosa sensación que generaba el que esos muros resguardaran a una sola y desinteresada persona se apoderaba de todo el entorno. Desde luego yo ya estaba acostumbrada. No me importaba.El sillón de cuero pareció desinflarse al recibir el peso de mi cansado cuerpo. Llevé el brazo atrás de mi nuca, cerré los ojos, y nuevamente recordé.Las primeras imágenes evocadas aparecieron dentro de mi mente como una sucesión de fotografías monocromáticas. Los rostros saltaban brillantemente acentuados por las alegres expresiones que vestían. Los paisajes eran suculentas pinturas que adornaban perfectamente los pasillos que transcurrían serpenteantes hasta lo más profundo de mi memoria. Y en lo más profundo estaba ella, con sus ojos de cristal y sus labios de terciopelo, su cabello ondeando libremente arrastrado por la fresca brisa matinal, sus pies descalzos gozando la delicadeza del césped, una sonrisa que competía contra el mismísimo cielo, brazos extendidos con dulzura, palabras pronunciadas con amor, suspiros acogedores, lágrimas de alegría.
— ¿Arielle?—Dime, Rachel.— ¿Me amas a mí y sólo a mí?— ¿Y a quién más podría amar?
Constantemente me acosaba con interrogantes de esta índole. Yo era su mundo, «su pedacito de cielo». ¿Cuántas veces me dijo lo mismo? Cuando lo hacía, su vocecita parecía la linda melodía de una cajita de música, y esas notas armoniosas vibraban en mi pecho, en mis labios, en mi corazón, me brindaban un consuelo absoluto, me elevaban hasta el cielo y allí me sostenían eternamente.Me recosté de lado. El sillón chilló al sentir el cambio en mi postura, pero luego, todo volvió a tornarse silencioso. Ese silencio devoró enteramente mi entorno. Se apoderó del insistente «tic tac» del reloj, de mi acompasada y serena respiración, de los acalorados latidos de mi corazón...Esta vez las imágenes llegaron a mí como una película antigua. La sucesión de escenas en blanco y negro parecían no hacerle justicia a los coloridos días que habíamos vivido juntas: los viajes al campo, los chapuzones en el mar, o el simple hecho de permanecer todo el día bajo las sábanas dejando que la delicadeza de la seda contorneara su hermosa figura. No. El mar que veía era negro, no azul; el vasto cielo, gris; las sábanas, blancas, como un trozo de papel en el que no se ha escrito nada.La melodía que acompañaba la película parecía una lastimera tonada arrastrada por el viento, sofocada por la indiferencia, constreñida por la traición. Las notas musicales rememoradas de manera inconsciente por mis susurros eran como puñales que atravesaban mi alma y la cercenaban hasta reducirla a nada. El dolor consiguió arrancarme un par de lágrimas. Lágrimas que surcaron mi rostro con la prisa de un desamparado que no tiene hogar al que regresar.Nuevamente cambié la posición en que descansaba. El sillón renegó una vez más y una vez más el tortuoso silencio se vio interrumpido. Respiré profundamente, acaricié mis labios...
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Relatos Yuri
Hayran KurguEstos son relatos de un solo capitulo en donde se cuentan varias historias yuri (nada mas ^^) alguno relatos son míos y otros de amigas que me los pasan, esperemos que les gusten.