HE ESCRITO

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—Es un pueblo bonito, ¿no os parece?—preguntó Dean mientras tomaba una curva a la izquierda.

Sam asintió, pero Stiles estaba demasiado ocupado mirando su móvil. Dean le miró a través del retrovisor, frunciendo el ceño:

—Eh, señorito Winchester, le estoy hablando también a usted.
—Que sí...—musitó, sin apenas prestarle atención.
—Presta atención cuando te hable, Stiles.
—Dean...—intervino Sam—. Tiene dieciséis años, ya sabes. A estas edades no hacen caso y se hacen los desinteresados e incomprendidos.
—¡Vaya! Me recuerda mucho a ti con su edad.

Condujeron un par de calles más hasta que se detuvieron delante de una de las casas de la urbanización.

No distaba mucho del resto, pues casi todas eran prácticamente calcadas: tenía un pequeño jardín delantero, que alcanzaba hasta la primera de las dos escaleras del porche. Era de dos plantas, aunque no se veía demasiado grande. Lo justo para que tres personas como ellos pudieran vivir cómodamente.

Stiles la miró a través del cristal del Impala.

"Al menos no es un motel" pensó, aliviado.

Estaba harto de descansar en colchones de mala muerte y de vivir yendo de un lado a otro del país.

Aunque odiara que así fuera, Stiles no era un chico como todos los demás.

Los chicos normales, cuando eran niños, tenían miedo de la oscuridad, ya que mantenían la creencia de que allí se escondían los peores monstruos que se pudiera imaginar. Cuando esos niños crecían, la realidad les hacía disipar todas aquellas ideas, fruto de su imaginación insaciable, y entonces podían dormir tranquilos.

Stiles aún creía en monstruos. Y era así porque los había visto. Porque de niño, a los ocho años, había visto salir a un monstruo real de debajo de su cama. Porque los fantasmas existían, y eran capaces de matar. Porque había jugado a Bloody Mary con sus amigos del colegio, que lo tachaban de cobarde, y de no ser por Dean y Sam no lo habría contado.

Su padre y su tío eran cazadores, y se ocupaban de salvar al mayor número posible de personas.

Stiles sabía que todo había comenzado con un deseo de venganza por la muerte de su abuela. Venganza que se habían cobrado hacía años, destruyendo a aquel demonio, pero no por ello habían conseguido abandonar la caza.

Porque tras el demonio habían llegado más problemas: puertas del infierno abiertas, demonios, ángeles, Lucifer y Miguel, Apocalipsis y sus jinetes, sellos, leviatanes, oscuridad...

Problema tras problema que sus padres habían ido solventando, intentando dejar a Stiles al margen siempre que habían podido, obligándolo a pasar hasta días solo y recluido en moteles rezando porque ellos regresaran sanos y salvos, incluso había arriesgado su vida en más de una ocasión.

Sí. Los llamaba "padres" a ambos. Esa era otra historia que Stiles se veía obligado a ocultar: la relación incestuosa de sus padres.

Durante su crianza, Dean y Sam había estrechado los lazos que un día se rompieron, y habían vivido mil y una experiencias juntos como cazadores. Todo aquello había acabado por unirles hasta tal punto que llevaban años siendo una pareja, convirtiéndose ambos en "los padres de Stiles" y no "El padre y el tío" aunque, por supuesto, a ojos de los demás preferían utilizar la última expresión.

Y entre mentiras y continuos viajes, Stiles se había criado alrededor de todo el país, cambiando de colegios e institutos constantemente y sin apenas tiempo para hacer amigos duraderos.

EL LOBO Y EL CAZADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora