MUJER VALIOSA
Yo no hablo del color de la piel, del vestido que traen puesto, de sus kilos de más o de menos, de la forma del cuerpo, del tamaño de sus tetas, de sus nalgas, del color de labial, ni de su maquillaje, ni de las veinte mil chingaderas que se ponen en el rostro para ocultar su verdad, su edad, su belleza natural. Tampoco hablo del número de vestidos que tienen en su armario, ni del número de zapatos que tienen sólo para elevar su vanidad y su ego. Pobres mujeres llenando su vacío con ropas costosas para sentirse valiosas. Ese estereotipo de belleza comercial, de mujeres flacas, inseguras de su cuerpo, pero no de su vanidad, creídas, déspotas, que juzgan y señalan a las demás por sus kilos de más, por su dinero de menos, que no tienen armas para defenderse, más que su figura, que van por la vida vendiendo su cuerpo, a cambio de una falsa felicidad. Niña bonita, niño bonito, pareja perfecta, muñecos de plástico, productos desechables, que en la basura acabarán. Yo hablo de un sentimiento, de eso que te mueve el cuerpo, que te quema el pecho, que te hace perder la razón, no por un cuerpo o una cara bonita, sino por un ser. Hablo se esa mujer que, sin importar su apariencia física, se mueve por el mundo segura, plena, inteligente, guerrera, pero de verdad guerrera, no esas que se la pasan ocho horas en el gimnasio y creen que por haber hecho más tiempo en la caminadora, por haber bajado medio kilo, se hacen llamar guerreras. No, yo hablo de la mujer que se parte el alma trabajando, estudiando, lavando, planchando, abriéndose camino por la vida sin tener las herramientas necesarias, que con o sin una cara bonita, belleza natural, van abriendo brechas, ocupando espacios, sangrándose las manos, el corazón, el alma, por una verdadera felicidad, valiosas por lo que son y no por lo que compran. Esas son las mujeres que valen la pena, la alegría, la muerte, la vida. Francamente, hay mujeres sin corazón, desechables, que no me atraen, que no me mueven, que no me llenan, que no me interesa vivir.
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Actos
RandomPor fuera lloramos, pero por dentro sabemos que esta tristeza es falsa, es parte del maldito código de comportamiento con el que nos configuraron desde chicos. Con cada despedida sentimos esta mierda en el pecho, porque estamos educados a idealizar...