Preludio

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Pudo sentir como el suelo a sus pies crujía, su padre permanecía dormido así que esto no era obra de él. De pronto aquel cielo estrellado en tonos carmesí comenzó a resquebrajarse como la cáscara de un huevo. Se asustó terriblemente porque era su hogar el que estaba a punto de colapsar.

Una ráfaga de frío aire le golpeó el rostro y a lo lejos pudo ver como una inmensa oscuridad emanaba de aquel punto. Miró las flores en los suelos de Giudecca y estos comenzaron a marchitarse mientras los alaridos de las almas atrapadas cesaron súbitamente, el suelo que los aprisionaba los liberaba y corrían en varias direcciones, los guardianes intentaron controlar el desastre pero era inútil. Las almas abundaban como las flores en la segunda prisión.

Los dioses gemelos aparecieron frente a ella sonriendo de oreja a oreja y no era por la felicidad de destrucción, era la felicidad de saber que ella siendo mortal perecería, tan frágil, tan humana.

Otra fría ráfaga la golpeó empujándola hacia atrás, unos brazos la sostuvieron y la mirada de su portadora era de pánico. No era normal que las arpías se acercasen a ella y menos las ninfas ya que estás permanecían del otro lado del muro de los lamentos.

—Tienes que huir, niña —rogó con voz impaciente la arpía mientras miraba el cielo—. Debes irte.

—¿Pero y tú? —ella tenía prohibido preocuparse por ella, pero sin su padre al acecho podría preocuparse por cualquiera, incluso por esos temidos gemelos quienes fruncían el ceño a causa de las ráfagas.

—¡Yo estaré bien, pero vete ya! —gritó presa del pánico.

Karissa quería preguntar el por qué sucedían estas cosas, sus ojos lo suplicaban aunque de su boca no saliera ruido alguno.

—Ella no te quiere aquí. —Finalmente Karissa lo entendió.

La puerta de la mansión era pesada pero logró abrirla y corrió hacía el fondo, ahí donde el gran muro de los lamentos se alzaba.

—Necesito huir —murmuró con voz temblorosa y las manos heladas.

—Por aquí, señorita —respondió un señor de cabellos y barba blanca guiándola a uno de los cuartos de la mansión.

—Señor Astrea —dijo Karissa sorprendida.

—Tu madre era increíble y tú lo serás más — dijo aquel anciano mostrándole un gran espejo—. Tu destino está detrás de este espejo, sólo deja que las estrellas te guíen.

Karissa puso un pie cerca del marco del espejo escuchando el estallar los cristales de la ventana de la mansión, supo que tenía que buscar la manera de salvar su hogar aunque sea en el exterior. No sabía cómo Caronte podría sobrevivir si el suelo se quebraba y Estigia se escurría entre los espacios abiertos dejando que los muertos se asomarán queriendo huir de su cruel destino.

El tártaro crujía llorando y tarareando una vieja canción, pero sabía que ella estaba decidida a consumirlo todo por venganza.

Karissa no lo pensó dos veces al entrar, un gran torbellino la envolvía, parecía estar dentro de un tornado y pudo ver como el tártaro se fracturaba expulsándola hacia la superficie, tenía el estómago revuelto y sin poder evitarlo vomitó.

El espasmo le fue desconocido. Vivir en Giudecca era vivir sin alimentarse a menos que fuese necesario, los jueces eran los encargados de recordarle que debía mantener su cuerpo saludable, pero ella olvidaba esos detalles y ahora lo resentía con fuerza. Su cuerpo pesaba, el sueño amenazaba con llevársela y sabía que no se trataba de Hipnos sino de su propia debilidad.

Colocó sus labios sobre la tierra y lloró.

—Te prometo padre que te salvaré —juró sin saber si esa promesa podría cumplirla o no y aquel día llovió.


Karissa [Reinos de Oscuridad #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora