IX| εννιά

554 61 2
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sus vestidos eran volutas de oscuridad que corrompían el aire puro de aquel lugar. Cerbero, el guardián del Inframundo –el principal– era un enorme canino de tres cabezas que gruñía frente a todos y quien lo tranquilizaba era uno de los Skiés que sonreía mientras miraba a su alrededor; se podía sentir la sed de sangre con motivo de una sola mujer de cabello rojo, ojos azules tan intensos y semblante malévolo.

—Qué extraño es volver a la tierra en esta temporada —murmuró con voz suave mirando fijamente hacia donde estaban reunidas todas las guerreras. Y pudo ver a su hijo quien caminaba hacía ella.

—Madre —inclinó la cabeza.

—No tienes por qué hacer esas reverencias —señaló Perséfone mientras tomaba el rostro de su hijo entre sus delgadas y blanquecinas manos.

—Ella...

—No me importa lo mucho o poco que pueda decir ella, no tiene opción más que aceptar.

—Madre, te suplico que no lo hagas —Attis suplicaba, un dios suplicaba, su propio hijo lo hacía.

El semblante de Perséfone cambió y la oscuridad incrementó provocando que los llantos de los bebés comenzaran, las pesadillas revoloteaban en sus sueños y las guerreras no sabían contra qué enfrentarse.

—Esa insolente niña te ha convertido en su esclavo ¿Cuánto tiempo le tomará por fin cegarte? —escupió las palabas con desdén—. Escucha esto claramente, NUNCA VUELVAS A SUPLICAR POR LA VIDA DE UNA MORTAL.

Sin importarle que su hijo le llamara, Perséfone caminó frente a la reina amazona quien mantenía su pose con orgullo, no se iba a doblegar por ningún dios; este mundo le pertenecía a los humanos y los dioses vivían de sus rezos si quería seguir existiendo, aunque precisamente ni Perséfone ni Hades vivían del amor.

—Para ser la única que no me teme, es admirable, necesito hablar con esa mocosa impertinente.

—Con todo respeto, esa mocosa impertinente es una de nosotras y a menos que ella quiera hablar con usted, cederé.

Perséfone sonreía, las sombras debajo de sus ojos eran oscuras, parecía una muñeca condenada a la eterna soledad y condenada a sentir odio contra cualquiera que osara en no seguir sus órdenes.

—Tánatos —llamó Perséfone segura de sí misma, de pronto una cortina de humo oscuro apareció revelando a uno de los dioses más peligrosos, uno de los gemelos de la muerte—. No me importará matar dos que tres criaturas tuyas si no cedes esa altanería tuya, humana.

—Le recuerdo que tenemos la bendición de Ares —dijo una imprudente guerrera.

—Creo que aquí va la primera —Perséfone chasqueó los dedos y Tánatos no se resistió a dar órdenes.

Karissa podía ver a lo lejos lo que ocurría pero Akil le ordenaba quedarse oculta.

—No puedes ir.

Karissa [Reinos de Oscuridad #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora